Los ojos perdidos de Chile

Desde que el 18 de octubre estalló en Chile la crisis social y política que aún afecta a ese país –con sus respectivas marchas ciudadanas–, 352 personas han resultado con traumas oculares debido a perdigones, balines y bombas lacrimógenas lanzados por la policía durante las manifestaciones. Algunas de las víctimas han perdido uno o los dos ojos. Manuel Véliz, un obrero de la construcción de tan solo 21 años, es uno de esos dramáticos casos. Esta es su historia y su testimonio.

Fotografías de El Tiempo
“Yo perdí un ojo, pero con ese ojo veo más que lo que veía cuando tenía los dos”. Manuel Véliz, joven chileno que sufrió trauma ocular.

Desde que el 18 de octubre estalló en Chile la crisis social y política que aún afecta a ese país –con sus respectivas marchas ciudadanas–, 352 personas han resultado con traumas oculares debido a perdigones, balines y bombas lacrimógenas lanzados por la policía durante las manifestaciones. algunas de las víctimas han perdido uno o los dos ojos. Manuel Véliz, un obrero de la construcción de tan solo 21 años, es uno de esos dramáticos casos. Esta es su historia y su testimonio.

Se dio vuelta, rápido, para ver a qué distancia estaban los policías que reprimían con gases lacrimógenos y disparos a los manifestantes que corrían de un lado a otro en el centro de Santiago. Él no corría; él iba caminando. Aún masticaba el sándwich que se había comprado recién en la calle. Fue entonces que decidió girarse sobre sí mismo: quería mirar para atrás y ver dónde estaban exactamente los carabineros. Alcanzó a divisarlos apenas un segundo, situados a unos 20 metros de él. Luego no pudo ver más, porque toda la mirada se le tiñó de rojo. Un perdigón había entrado en su ojo derecho. Y Manuel Véliz (21 años), frente a la gravedad del asunto –la sangre en su rostro, en sus manos, en su ropa, en el pedazo de acera que lo rodeaba– lo supo enseguida: que había perdido la visión de ese ojo. Eso dice él. Que, en ese momento, esa certeza fue más fuerte que el dolor.

Manuel no ha sido el único que ha debido enfrentar tal realidad. Desde que el 18 de octubre estalló en Chile una crisis política y social –que aún tiene al país remecido y de la cual aún no sabe cómo salir–, los ojos chilenos han sufrido. Según el último informe del Instituto Nacional de Derechos Humanos (INDH), entregado el 6 de diciembre, en siete semanas 352, personas han resultado con traumas oculares producto de disparos de perdigones o de bombas lacrimógenas por parte de Carabineros, institución encargada de resguardar el orden y la seguridad. Todas las víctimas han resultado con algún grado de disminución de visión. De ellas, 21 sufrieron estallido ocular con pérdida total de alguno o ambos ojos.

Fotografías de El Tiempo

El mismo día que Manuel fue herido por la policía, el viernes 15 de noviembre, se conoció un informe de la Facultad de Ingeniería de la Universidad de Chile sobre la composición de los perdigones que usa la policía chilena para dispersar manifestantes en medio de estas protestas. Había sido encargado por la Unidad de Trauma Ocular del Hospital del Salvador, que ha recibido a la mayoría de los heridos en los ojos. El informe universitario concluyó que estos balines, al contrario de lo que afirma Carabineros sobre estas municiones que disparan con sus escopetas antidisturbios, están compuestos sólo en un 20 por ciento por goma: el 80 es de silicio, sulfato de bario y plomo. Esa composición de material mineral y metálico le da una dureza y un peso que provocan más daño. Mientras un balín de goma solo debería rebotar; este otro penetra y rompe la zona que impacta.

Pocos días después de conocido este informe, el general director de Carabineros, Mario Rozas, anunció que se suspendería el uso de balines y perdigones policiales en las manifestaciones: solo se dejarían como «medida extrema y exclusivamente para legítima defensa cuando haya peligro de muerte». Pero para entonces, mucho del daño ya estaba hecho. Había cientos de heridos por esos disparos, cifra que hoy bordea los 2.000 sólo por esta causa (los heridos por distintas causas son en total 3.449, según el INDH). Entre ellos está quien se ha convertido en un caso emblemático: el universitario Gustavo Gatica. El 8 de noviembre, este estudiante de sicología tomaba fotos en una manifestación en Plaza Baquedano -considerada la zona cero de las protestas, en el centro de Santiago-, cuando recibió perdigones en ambos ojos. Hoy, completamente ciego, se ha convertido en un símbolo de las protestas y de las denuncias de violaciones a los derechos humanos que han acompañado la actual crisis.

Distintos informes internacionales han dado cuenta de esa situación. Primero, el 21 de noviembre, fue el de Amnistía Internacional, que condenó la excesiva violencia en Chile y habló de «fuerza innecesaria y excesiva con la intención de dañar y castigar a la población que se manifiesta». Apenas cinco días después se conoció el informe de Human Rights Watch, que coincidía en ese desborde de la policía contra manifestantes y también contra quienes solo transitan por los lugares de protestas. Alertó de «graves violaciones a los derechos humanos» y llamó a una «reforma policial urgente». A principios de diciembre se pronunció la Comisión Interamericana de Derechos Humanos, dependiente de la OEA. En su documento llamó a las autoridades a ordenar el «cese inmediato del uso desproporcionado de la fuerza por parte de las fuerzas de seguridad del Estado». En Carabineros, hoy hay más de 400 sumarios en curso. Mientras, la Fiscalía Nacional investiga las muertes de 26 civiles ocurridas desde que estalló la crisis.

El Colegio Médico de Chile informó hace dos semanas que si bien la restricción del uso de balines y perdigones en las manifestaciones disminuyó de manera importante el número de personas con traumas oculares por esa causa, aumentó la cifra de quienes han sufrido lesiones en los ojos por bombas lacrimógenas. Así, el número de afectados lamentablemente sigue creciendo.

Fotografía de El Tiempo

«Esto no se detiene. Es difícil creer que haya gente tan mala». Eso dice Manuel Véliz, sentado en su casa en Cerro Navia, en el nororiente de Santiago. Es el segundo de cuatro hijos que su madre, María Isabel, ha criado sola después de que el padre los abandonó hace años. Viven juntos y apretados en una casa humilde que comparte terreno con las viviendas de sus abuelos y de sus tíos. En esta familia todos lloran al hablar del disparo que le quitó un ojo a Manuel. Todos lloran, excepto él. Él se ha armado como un hombre fuerte. Que asumió la figura paterna con sus hermanos. Que ha soportado asaltos en la calle donde lo han apaleado duro. Que se puso a trabajar apenas terminó el colegio. Que es, o más bien era, el principal apoyo económico de su madre. Trabajaba como obrero de la construcción, un oficio inestable y con bajo salario. A él, sin embargo, nunca le había faltado dónde trabajar. Hasta septiembre pasado, cuando quedó cesante. Le estaba costando encontrar un nuevo empleo como enfierrador, dice. De hecho, ese viernes 15 de noviembre en que un perdigón entró por su ojo derecho a las 7:10 de la tarde, él venía de todo un día de búsqueda de trabajo. Ni siquiera estaba participando en la manifestación.

¿Nunca había ido a las manifestaciones?

Sí, fui a varias. Estuve en protestas toda la semana antes de que me pasara esto. Hay un lugar supertranquilo un poco hacia el oriente de la Plaza Baquedano, donde hay un parque. Allí hay gente con tambores, bailando, vendiendo cosas para comer. Igual los pacos (policías) molestan. Ellos incitan a que uno les tire piedras. Siempre están provocando.

Las protestas son por una mejor educación y salud, por mejores jubilaciones, por sueldos mínimos más dignos. Para que seamos un país con menos desigualdad. ¿Apoya todo esto?

Claro. Me da impotencia. Un ejemplo: mi abuelo, que trabajó desde los 12 años en construcción, recibe una jubilación de 100.000 pesos (437.000 pesos colombianos). ¿Qué puede hacer él con eso? Solo seguir trabajando, a sus 76 años, porque su pensión no le alcanza para vivir.

El viernes 15 de noviembre es un punto de quiebre en su vida. Usted lo había destinado para buscar trabajo. Pero terminó con un estallido ocular.¿Cómo una cosa puede llevar a la otra?

¡Uf!, es un día que no voy a olvidar nunca… Salí de la casa un poco antes de las 11 de la mañana. Me fui a buscar trabajo a Tobalaba [en la zona oriente de Santiago]. Allí hay construcciones. Pregunté en varias si había trabajo. Me respondían que no. Estuve todo el día en eso, caminando, sin comer nada. Cuando decidí irme, habían cerrado el Metro, por protestas creo. Así que me puse a caminar hacia el centro, donde sí había estaciones abiertas para irme a mi casa. Como a las 6 y media de la tarde llegué a este parque que está al lado de la Plaza Baquedano. Me senté. Antes de irme me compré un completo (perro caliente) y me lo fui comiendo mientras caminaba.

Cruzó Plaza Baquedano y siguió hacia el poniente. ¿Había desórdenes?

Sí, los pacos estaban tirando lacrimógenas. A mí me salían lágrimas. Entonces un tipo que pasaba me dio unas antiparras de plástico, bien gruesas. Me las puse y seguí caminando, comiéndome el completo.

“Era tanta sangre que me salía del ojo… enseguida lo di por perdido. Fue una desesperación grande. Cerraba el ojo bueno, y ya por el otro no veía nada. Pensé en mi mamá, que me había dicho que ese día no saliera de la casa”.

 

¿Caminaba? Todo el mundo corría…

Sí, caminaba. Sentía que los pacos aún venían bastante atrás. Poco más allá, a pocas cuadras de la plaza, me di vuelta para ver dónde estaban. Entonces sentí el impacto en el ojo. También me llegaron tres bombas lacrimógenas cerca de los pies. Pero ya no le presté atención a eso ni a nada. Quizás por el dolor. Veía mi sangre chorreando en la calle.

¿Supo enseguida que era grave?

Sí. Era tanta sangre que me salía del ojo… Enseguida lo di por perdido. Fue una desesperación grande. Cerraba el ojo bueno, y ya por el otro no veía nada. Pensé en mi mamá, que me había dicho que ese día no saliera de la casa… Pero es que uno nunca se imagina que puede pasarle esto.

¿Qué sintió? ¿Miedo, rabia, angustia?

Rabia. No puede ser que esta gente te dispare a la cara.

¿Vio al carabinero que le disparó?

Cuando me di vuelta, vi al grupo de pacos. Vi al que tenía la escopeta.

¿Quién lo auxilió cuando estaba herido?

Se me acercó alguien, no me acuerdo si era hombre o mujer, y me dijo: «Hermano, ven». Me tomó del hombro.

¿Usted había caído al suelo?

No, yo estaba de pie. Sin gritar ni nada. Me dije: «Tengo que quedarme tranquilo».

¿Y qué hizo la persona que lo ayudó?

Me llevó a un sector de primeros auxilios ahí en la calle. Me echaron agua en la herida y trataron de ponerme un parche, pero la sangre lo empapaba enseguida. Después me llevaron corriendo a la acera del frente, protegido con un escudo, porque los pacos seguían disparando. Desde ahí pidieron una ambulancia.

En la ambulancia llamó a su madre. Ella me contó que le pidió perdón. ¿Por qué?

Porque ella me había dicho que no saliera… Además, porque no iba a poder trabajar ni ayudarla… Pero no le conté lo que había pasado. Solo que iba en una ambulancia. Más tarde la llamaron desde la clínica. Ella llegó allá como a la medianoche, llorando.

Esa medianoche,¿a usted ya le habían confirmado el diagnóstico?

Me habían hecho un escáner. Pero antes que el doctor me dijera los resultados, yo ya sabía que había perdido el ojo. Los médicos de la clínica no sabían cómo decírmelo, pero finalmente lo hicieron. Y yo se lo dije a mi madre cuando entró a la pieza.

¿Lloró?

No. Es que sé que si mi familia me ve llorando, va a ser peor para ellos.

¿Ha llorado después?

No.

¿No le dan ganas?

Sí, pero no frente a ellos.

Y a solas, ¿lo ha hecho?

Es que no tengo espacios solo, en la casa comparto pieza con mi hermana.

Al día siguiente de ser herido, lo trasladaron alHospital del Salvador, donde lo operaron. ¿Sabe exactamente qué le hicieron?

Me sacaron el globo ocular… Porque además del balín, tenía restos de la antiparra plástica que se había reventado también.

El 17 de noviembre le dieron de alta. ¿Qué tratamiento sigue?

Me controlan en el hospital cada martes. Ya me sacaron los puntos externos. Falta sacar los internos. Yo me hago la limpieza del ojo y me echo gotitas.

¿Le dijeron cuándo podrían ponerle la prótesis ocular?

No hay fecha. Además, en el hospital se hará un sorteo de prótesis: porque hay más heridos que prótesis. Si no sales sorteado, uno debe comprársela. Ya he estado cotizando. Me gustaría una prótesis con movimiento, no esas fijas que se ven tan mal.

¿Cómo ha hecho con los gastos de la clínica, delhospital, de los medicamentos?

Primero, en la clínica me dijeron que iba a pagar yo. Pero después que no, porque llegué allí por la Ley de Urgencia. Lo mismo el hospital. Lo mismo los remedios. Imagínate que las gotas que uso cuestan 98.000 pesos, lo mismo que la jubilación de mi abuelo.

De lo que ha vivido estos días en su casa, ¿qué hasido lo más complicado?

Depender de los demás. Sobre todo al principio. Que me limpiaran el ojo. Tener que salir con alguien porque me mareaba. Uno exige mucho la vista los primeros días y se te cansa el ojo bueno; lo único que quieres es dormir…

Debe ser difícil ver solo con un ojo. No solo porque se ve la mitad, sino que, me imagino, hay que aprender a recalcular las distancias, recontextualizarse en el espacio.

Sí, los primeros días no calculaba la distancia, pensaba que las cosas estaban muy lejos. Pero me he ido adaptando. Sí me pasa aunque a veces estoy durmiendo de lado, con el ojo bueno aplastado con la almohada, y cuando despierto no puedo ver nada.

¿Sueña?

Más en los primeros días. Soñaba, por ejemplo, que estaba peleando, no recuerdo con quién; entonces despertaba y me estaba pegando en la cabeza. Otra cosa que me ocurría era cerrar los ojos un momento y ver de inmediato el instante en que me hirieron. Ahora ya no es tanto. Lo que sí siento es que los días pasan más rápido que antes.

Fotografía de El Tiempo

¿Ha tenido apoyo sicológico?

No. Esta semana tengo una hora con el sicólogo. No estoy bien psicológicamente. Tengo mucha rabia. Si tuviera ahora un paco enfrente, no sé qué haría… Sé que no son todos iguales, pero hay mucha gente mala allí.

¿Y siente, a veces, rabia contra usted? Por haber estado en ese lugar, en ese momento, por no haber hecho las cosas de otra forma. Puede ser injusto, pero es humano autoculparse.

Cuando veía los videos de gente que le pasaba esto, me preguntaba si ellos se arrepentían de haber salido. Pero cuando me pasó a mí, me contesté: ‘yo no me arrepiento’. ¿Por qué me voy a arrepentir? Si yo andaba buscando trabajo, no le estaba haciendo mal a nadie.

¿Ha cambiado en estas tres semanas la percepción de usted mismo?

Yo siempre me sentí una persona tan protegida. Me he salvado de tantas. Un día en un asalto me dieron seis palos en la cabeza y quedé medio sordo. He tenido peleas en mis entrenamientos de artes marciales. He tenido golpes. Me sentía con suerte… pero cuando te pasa esto de un momento a otro, todo es muy diferente. A mí hoy me da mucho miedo perder el ojo que me queda.

¿Piensa en el futuro?

Pienso en que el Estado debe responderme por todo lo que me pasó.

Con su abogado interpuso una querella, que ya abrió una investigación. Cientos de personas también lo han hecho. En su caso, es por los delitos de tortura y de lesiones gravísimas. Contra todos quienes resulten responsables.

Sí. Y además de las responsabilidades de quienes corresponda, el Estado debería indemnizarme por el daño que me hizo. Con ese dinero podría ayudar a mi hermana a estudiar. Y podría estudiar yo también. Me gusta la informática; y también la construcción civil. Podría estudiar algo así.

¿Ha conocido a otros heridos por balines en los ojos? ¿Se produce empatía instantánea?

He visto muchos casos, pero no me relaciono con ellos. Yo estoy en lo mío y ellos en lo suyo. Solo con un chico, Fabián, me acerqué más, porque caímos juntos a la misma hora y en el mismo lugar. Nos llevaron en la misma ambulancia a la misma clínica, y nos fuimos a operar al mismo hospital. Tenemos el mismo abogado.

He escuchado testimonios de heridos oculares que dicen que si de todo esto sale un mejor país, haber perdido un ojo no habrá sido en vano. ¿Está de acuerdo?

Puede ser. Pero lo que sí sé es que uno puede vivir así, que te acostumbras con el tiempo. Yo no me siento discapacitado por perder el ojo. ¿Y sabes?, con un solo ojo veo más que lo que veía con los dos.

¿Cómo es eso?

Antes veía hasta donde mis ojos lo permitían; ahora veo más allá. Veo entre las personas, veo el futuro, pienso.

Fotografía de El Tiempo

Digamos que perdió visión, pero ganó mirada…

Sí. Una vez me habló un caballero. Yo tenía 18 años. Él tenía un solo ojo, el otro lo había perdido en un accidente; y me contó que él no solo veía hasta donde le permitía el ojo que le quedaba, sino más allá. Veía experiencias, aprendizajes. Yo me acordé de él ahora y de lo que me dijo. En ese tiempo, para mí era un escenario ajeno. Hoy lo entiendo. Cuando tienes que vivir así, debes pensar de otra forma. No echarse a morir por perder el ojo, sino pensar en otras cosas y ver más allá.

Gustavo Gatica, el caso símbolo en Chile, incluso dijo desde la clínica: «Regalé mis ojos para que la gente despierte».

Él ha sufrido mucho más que yo, perdió los dos ojos. Para mí, eso es una muerte en vida. No verá nunca más, dependerá toda la vida de los demás. Supongo que esa frase es para encontrarle sentido a lo que le pasó y para que la gente siga luchando.

Si pudiera enviar una frase, como lo hizo Gustavo, ¿cuál sería?

Yo perdí un ojo, pero con ese ojo veo más que lo que veía cuando tenía los dos.

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