Historias sin Cuento

Las risas envueltas en la blancura crepitante de las sábanas fueron el disparo de salida.

AL FIN LLEGASTE

Mariluz caminaba todos los días unas cuantas cuadras desde aquella parada en que la dejaba el microbús que la traía desde su colonia hasta el lugar de trabajo, la fábrica de productos saludables que se expandía comercialmente cada vez más. Ella era puntual por enseñanza familiar desde que tenía memoria, y cualquiera podía seguirle la pista, con reloj en mano, sin que en ningún momento se alterara la cronología del trayecto.
Lo que ella no advertía era que, a diario, desde la ventana de un edificio que se hallaba en la ruta, unos ojos la observaban con disciplina impecable. No tenía idea de aquella observación obsesiva, y por eso avanzaba tranquilamente, con el ritmo cronometrado habitual.
Pero un día de tantos se le atrasó el trabajo, y tuvo que salir más tarde. Estaba anocheciendo, y la negrura del cielo anunciaba tormenta inminente. Pese a ello, siguió con su paso normal. E iba ya a pasar enfrente del edificio donde estaba el pertinaz vigilante. En ese preciso minuto se desató la lluvia torrencial, con ráfagas incontenibles.
Se tuvo que refugiar en el vestíbulo, y hasta ahí, con sus ojos fijos e intensos, había bajado el hombre que la observaba. Ella quiso disimular, pero él se le acercó hasta casi tocarle la piel:
–Te trajo la lluvia, y ya no vas a salir nunca de aquí.
–¿Te conozco, verdad?
–Sí, me conoces y te pertenezco. Soy tu amante.
Ella soltó la risa. Podía deshacerse de todos sus disimulos.

JUEGOS PARA INOCENTES

La fiesta de despedida estaba por iniciar. El conjunto de pop rock se hallaba ya instalado en su tarima. Todas las mesas aparecían completamente aperadas para el momento, con sus manteles blancos de falda larga y sus candelabros erguidos. Él observó el panorama desde la puerta de ingreso, y sintió de inmediato que había arribado a un club emblemático del Hollywood de los años 50. Era como si de pronto fuera a aparecer Gilda para iniciar su danza, es decir Rita Hayworth a la vista de Glenn Ford…
Los invitados comenzaron a arribar. Sus compañeros de siempre, hoy casi todos con sus parejas. Él se puso en la entrada, para los saludos correspondientes, como era del caso por ser el centro de atención. La música empezó a sonar. El rock y el pop es alianza solidaria. Y al estar la concurrencia completa las luces comenzaron a parpadear y se oyeron los brotes sonoros del champán emergente. Había llegado la hora.
–¡Amigos todos!, ¿Quieren discursos o no?
El silencio tuvo en ese instante cierto carácter fantasmal. Y lo rompió una voz casi susurrante que parecía venir de una taberna clásica:
–Lo que queremos es refrescarnos alegremente la garganta con Dom Perignon…
–Pero no olviden que nuestro compañero de adolescencia hoy se va a descubrir otros horizontes, porque la suerte así se lo ordena. Es una despedida y hay que tomarla con la seriedad del caso…
El aludido reaccionó:
–Sí, me voy, pero también me quedo, porque dicen que el Más Allá está en todas partes.

ESPECTROS FUGITIVOS

Las autoridades policiales llegaron ante el apremiante llamado de unos vecinos que dieron parte de una serie de asaltos en cadena en cosa de minutos. Los agentes se distribuyeron por la zona, tratando de identificar y detener a los asaltantes, pero daba la impresión de que se los había tragado la tierra.
Tocaron a muchas puertas, y los vecinos asustados apenas asomaban, sin poder dar mayores detalles de lo ocurrido. Las víctimas se resistían a aparecer, por temor a las represalias de los criminales, que como siempre se hallaban instalados de seguro en algunas de las vecindades de los alrededores.
Luego de los recorridos inútiles, los agentes comenzaron a regresar a sus puntos de concentración, que eran las delegaciones más cercanas. La zona de loa asaltos quedó en silencio, como si ahí no hubiera pasado nada. Las luces encendidas en el interior de las viviendas fueron extinguiéndose. Y en el parquecito central de la urbanización los indigentes de siempre se hallaban todos ubicados en sus rincones, tendidos sobre el suelo encementado, queriendo sentir que la noche era el mejor refugio. Y en medio de ese silencio empezó a brotar un murmullo sin origen identificable. Un murmullo que con evidente voluntad atávica iba volviéndose voz:
–Identifíquense los que se van en la caravana.
Las puertas se fueron entreabriendo, y las figuras salieron a hacerse presentes.
–¿Están completos?
El mutismo fue una forma de afirmación, la más elocuente de todas.
–Bueno, la prueba de esta tarde ha sido el último eslabón de la cadena. Lo que sigue es la liberación. Nos vamos de aquí, sin saber hacia dónde, pero con la convicción de que cualquier otro lugar será una especie de tierra prometida…
La fuerza de las respiraciones se hizo sentir, y el que hablaba lo tradujo así:
–Ya veo que todos ustedes están en total sintonía con el aire. Los ahogos van a quedar atrás. Ya podrán comprobarlo cada uno a su manera…
Y el murmullo sonriente se alzaba: era la melodía que alguna vez surgió de la garganta de Frank Sinatra, y que hoy trataba de reencarnar entre las sienes de aquellos fugitivos a punto de tomar su ruta. Eran los latidos animándose al impulso de transformarse en voces:
–¡Vámonos ya, vámonos ya, vámonos ya, antes de que la noche nos atrape de nuevo! ¡Hay que dejarlo todo para poder alcanzarlo todo!
Y la caravana se volvió un caudal indetenible.

ENTRE LAS SÁBANAS

Aquel diálogo, independientemente de las palabras que se activaran en cada ocasión, era tan común entre ellos que ya parecía un juego mecánico; pero algo adictivo había en ese juego que nunca se cansaban de practicarlo:
–La memoria nos da fuerzas para seguir –decía él.
–Pero esas fuerzas nunca alcanzan… –respondía ella.
–¿Y qué quieres que hagamos entonces?
–Que le pongamos pruebas a la memoria –acotaba ella.
–¿Pruebas? ¿Por ejemplo?
–Que se anime a salir de su encierro y que empiece a hacerle señas al presente y a comunicarse sensorialmente con el futuro.
–¿Y qué vamos a ganar nosotros con todo eso? –objetaba él.
–Una libertad desconocida.
–¿No te parece demasiado simple? La memoria es ella misma, y no va a dejar de serlo. Es tradicionalista por naturaleza…
–El tradicionalista eres tú –replicaba ella, con un amago de impaciencia.
–¿Yo? ¿Y eso de dónde lo sacas?
–De tu sumisión a la memoria.
–¿Yo?
–Sí, tú, el imaginativo por excelencia, que en esto pareces tener atados los cables de la inspiración…
–¡Dios mío, es una frase perfecta! ¿Me la regalas? –reaccionó él, ilusionado.
Y tal reacción generó un dinamismo inédito. Por primera vez en muchísimo tiempo, y quizás como nunca, se miraron directa y profundamente a los ojos. Estaban ahí, en su lecho compartido, y el aroma de la intimidad los envolvía.
–¡Manos a la obra! –dijo él, alzándose como un gimnasta olímpico.
–¿Sólo manos? ¡Estrenemos orgasmo!
Las risas envueltas en la blancura crepitante de las sábanas fueron el disparo de salida. Comenzaba la fiesta, más crepitante que nunca. Ahí, junto al lecho, la memoria también sonreía.

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