Sin correcciones políticas

Esta paz tan violenta

Sin duda, los Acuerdos de Paz están agotados y no son los responsables de los problemas actuales.

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Politólogo

“Peace is not everything. But without peace, everything is nothing”.
Willy Brandt

Es importante iniciar dejando claro que los Acuerdos de Paz cumplieron con la principal misión que tenían en su momento: acabar con el conflicto político armado. Además, son el hito más importante en la historia republicana luego de la independencia. Pero también debe reconocerse que, muy a pesar de su importancia, no son valorados en su justa dimensión por buena parte de la población y de la juventud salvadoreña. Y eso por al menos dos razones importantes.
La primera es que nadie puede valorar lo que desconoce. La deuda con las nuevas generaciones para que conozcan y reflexionen sobre los períodos del preconflicto y del conflicto armado del siglo XX es altísima. Los más jóvenes difícilmente valorarán la importancia de las firmas que se estamparon en el Castillo de Chapultepec en enero de 1992 si desconocen sobre los horrores de la guerra y de la represión política del siglo pasado.
En otros países, los procesos históricos traumáticos, con espirales de violencia aguda, son estudiados y reenfocados desde la academia y la cultura constantemente. Aquí, por el contrario, quisimos hacer borrón y cuenta nueva bajo el mentiroso lema de “perdón y olvido”. Pero eso no funciona así. Hoy las élites que hicieron la guerra y firmaron la paz quisieran que la juventud valorara mejor su legado, pero se enfrentan con lo que cosecharon: su nula apuesta para que las siguientes generaciones conocieran la historia. Les dio miedo que conocieran y que, por tanto, cuestionaran su legado, así que hoy pagan el precio de que a buena parte de los jóvenes les importe poco o nada su gesta.
La segunda razón es por la violencia física, estructural y simbólica que la juventud salvadoreña enfrenta en su diario vivir. No les resulta muy coherente celebrar una paz que desconocen, en medio de una realidad en la que se juegan la vida diariamente, en la que no encuentran una institucionalidad en la cual confiar y en la que cotidianamente escuchan sobre supuestos enfrentamientos armados, con sus respectivos saldos mortíferos.
Los principales deudores de que, aparte de conseguir el cese de las armas en 1992, la sociedad salvadoreña no haya logrado pacificarse son los grandes actores de la posguerra: los partidos políticos, principalmente ARENA y el FMLN. Su primera gran equivocación fue la casi nula inversión social, con el respectivo anatema que se hizo sobre esta por parte de los gobierno de ARENA durante la década de los noventa. En Alemania, luego de la Segunda Guerra Mundial, no se dedicaron precisamente a reducir la inversión social. Por el contrario, el mismo Estados Unidos, a través del plan Marshall, invirtió muchísimos recursos para recuperar social y económicamente la Europa occidental.
Luego viene otra larga lista de errores que han forjado esta paz tan violenta. Uno de los principales ha sido la falta de largo plazo de las élites gobernantes durante la posguerra para abordar los problemas de violencia e inseguridad. En su camino de mediciones electoreras, entre manodurismos, treguas y antiterrorismos, las instituciones y las políticas de seguridad pública han comenzado a parecerse cada vez menos a las que los Acuerdos de Paz planteaban como modelo y van acercándose más a aquellas que pretendían superar.
Sin duda, los Acuerdos de Paz están agotados y no son los responsables de los problemas actuales. La gran pregunta es si los partidos y las élites que firmaron la paz y lideraron la posguerra aún son capaces de responder a los desafíos de la actualidad. La otra cara para responder dicha pregunta es la de quienes nacimos entre 1979 y 1992. ¿Tendrá esta generación el liderazgo suficiente para tomar la historia en sus manos y virar nuevamente hacia la paz o nos quedaremos viendo el celular mientras las aún regentes élites políticas siguen discutiendo un país que ya no existe?

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