Una ciudad para Danielly
Danielly tiene 22 años. Son años que pesan cuando se nace en Maré, el mayor complejo de favelas de Río de Janeiro, Brasil. No anhela grandes avenidas ni espacios verdes a su alrededor. En la ciudad de sus sueños, los jóvenes tienen futuro. Sin importar su origen.
Danielly Rodrigues, Dani, como la conocen sus amigos, es un caso inusual dentro de la favela: ha estudiado dibujo, ha aprendido español y puede trabajar en su casa. Preparaba su boda cuando el coronavirus truncó sus planes. “Voy, pero no sé cuándo”, dice.
Comparte un piso de dos habitaciones con su madre y su hermano. Es una tercera planta y cuando falla la bomba se queda sin agua durante dos semanas. La suya es una de los mejores zonas de la favela. “Hay lugares pobres y más pobres aún. Dentro de Maré también hay diferencias”.
Dani no ha salido nunca del estado de Río de Janeiro, aunque no pierde la esperanza. También aspira a dejar Maré para instalarse más cerca del centro y poder “disfrutar de la cultura”.
El centro, la cultura, el agua… Mientras la mitad del mundo debate sobre la ciudad poscovid, la ciudad de los espacios verdes y los barrios autosuficientes, la otra mitad imagina cómo abrirse una puerta al futuro.
“Mi ciudad ideal sería sin desigualdad”, dice Dani. “En mis sueños, una ciudad buena para nosotros es donde tenga las mismas oportunidades que una persona que no vive aquí”.
¿Espacios verdes?, ¿bulevares? “Para nosotros no es la prioridad. La prioridad es tener una vida, salir de aquí, o estar aquí y poder moverme por los sitios sin ningún tipo de preocupación, de ver qué voy a comer, qué voy a beber, si llego a casa viva o no”.
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CÓMO VIVIREMOS JUNTOS
Antes de que el mundo contuviera la respiración por el covid-19, la Bienal de Arquitectura de Venecia preparaba su edición 2020 con el lema “¿Cómo viviremos juntos?”. Nadie podía imaginar entonces la dimensión que cobraría esa pregunta. Tres meses han bastado para cambiar el planeta. Superado el pánico inicial, se multiplican los debates sobre la ciudades del futuro.
La historia está plagada de cambios urgidos por la supervivencia. La peste mudó las ciudades romanas, Central Park nació en respuesta a la falta de higiene en Manhattan, los bulevares oxigenaron las grandes capitales y redujeron la mortalidad. La lista es inacabable.
“Tenemos que repensar la vida en nuestras ciudades. Se necesita valentía y también equilibrio”, advierte el arquitecto italiano Stefano Boeri, impulsor de los bosques verticales.
La reflexión no se puede dilatar. El 55 % de la población mundial vive en zonas urbanas. En 2050 la cifra alcanzará hasta el 70 %, más de 6.5 millones de personas. El riesgo de contagio de enfermedades se multiplicará exponencialmente.
La urbanización, pronostica la ONU, crecerá más rápido en los países más pobres. “Sería un gran error volver a la normalidad que ha permitido esta pandemia. Una normalidad en la que continuamos castigando a la naturaleza, creando situaciones de desequilibrio”, continúa Boeri.
Sobre el papel, el dibujo está claro: ciudades verdes, sostenibles, saludables y enfocadas a corregir las profundas asimetrías que condenan a la población de menos recursos. La realidad, sin embargo, es mucho más compleja. Poco tienen que ver las soluciones pensadas para Nueva York, Londres o Pekín con los sueños de Danielly.
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INTEGRACIÓN
Maré, donde ella vive, es el mayor complejo de asentamientos informales de Río de Janeiro. Se estima que alberga a unas 115,000 personas. Es uno de los más grandes del mundo, pero no es el mayor. Dharavi en Bombai, India y O Kibera en Narirobi, Kenia, rondan las 800, 000. El hacinamiento y la falta de higiene y servicios mínimos son su denominador común.
Son una “bomba de relojería”,describe Naciones Unidas en un reciente informe.”Hay más de 1, 000 millones de personas viviendo en estas condiciones. En 2030, serán 2, 000 millones y para 2050 se estima que la mitad de la población vivirá en estos asentamientos.
Es preocupante y ahora mismo no está en la agenda”, denuncia Elvis García, doctor en Salud Pública por la Universidad de Harvard. “Son desequilibrios aberrantes”, sentencia.
¿Cómo lavarse las manos para combatir los virus cuando no hay agua?, se pregunta este profesor español experimentado en la lucha contra el ébola en Liberia.
Al menos 2,000 millones de personas se abastecen de aguas contaminadas. La OMS estima que, en apenas cinco años, casi la mitad de la población mundial vivirá en zonas con escasez de agua. África es el continente más castigado. El 40 % de la población subsahariana carece de agua potable y el uso doméstico por persona y día no alcanza los mínimos calculados por Naciones Unidas.
Buena parte de las últimas pandemias se han originado precisamente en estas zonas. Pero, “¿quién va poner dinero en el África subsahariana para combatir estos brotes?”, reflexiona García.
Para transformar esta realidad hay que ser pragmáticos, sostiene. La experiencia del ébola ha dejado una mejora de las condiciones higiénicas en algunas zonas, pero poco más, admite. “Bastante tienen con adaptarse al día a día como para hacer ciudades basadas en conceptos utópicos”.
La salida, explica Alain Grimard, responsable de ONU-Habitat para Latinoamérica, es la integración.
El primer paso es reconocer los derechos de la población en estos asentamientos, defiende. El proceso requiere de voluntad política y financiación, la llave de todo.
El crecimiento económico, social y ambiental es el pilar del desarrollo sostenible. “Si las autoridades quieren solucionar el desarrollo sostenible de la ciudad, tienen que empezar a invertir en los barrios informales”, concluye Grimard.
La urbanización, pronostica la ONU, crecerá más rápido en los países más pobres. “Sería un gran error volver a la normalidad que ha permitido esta pandemia. Una normalidad en la que continuamos castigando a la naturaleza, creando situaciones de desequilibrio”, dice Stefano Boeri, arquitecto italiano.
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LA CIUDAD IDEAL
En la ciudad ideal, los vecinos resuelven sus necesidades con desplazamientos de 15 o 20 minutos. A pie, en bicicleta, en vehículos eléctricos de uso compartido o en un transporte público sostenible.
Así es la “ciudad en 15 minutos”, inspirada en las “ciudades vivas” de la activista Jane Jacobs y recuperada ahora por París, o el diseño de “superbloques” que ensaya Barcelona, con calles peatonales y más espacios públicos verdes.
También el modelo “8-80”, ideado para facilitar la vida de los ciudadanos de entre 8 y 80 años. O las “Fab City” y sus barrios autosuficientes organizados para paliar los desequilibrios sociales. Aunque se presentan como innovaciones en el paisaje poscovid, la mayoría se inspira en viejos modelos utópicos, desde los falansterios a la Brasilia soñada por Oscar Niemeyer.
Son, en palabras de Boeri, “ciudades caleidoscopio”. Y son “verdes”. El ahorro energético y el cuidado del medioambiente son impostergables. 9 de cada 10 personas en el mundo respiran aire contaminado y siete millones mueren cada año por la contaminación.
Más del 90 % de las víctimas, alerta la OMS, corresponden a Asia y África, seguidas por el Mediterráneo europeo y Latinoamérica.
Las áreas urbanas generan alrededor del 70 % de las emisiones de gases de efecto invernadero y son, a la vez, especialmente vulnerables al impacto del cambio climático. Frenar este fenómeno es un desafío colosal que engloba el uso de energías renovables y la creación de nuevas infraestructuras de movilidad.
“No por hacer autopistas más grandes o circunvalaciones consigues tener menos coches, al contrario, tienes más”, sostiene Juan Espadas, alcalde de Sevilla, España, y presidente de la Red Española de Ciudades por el Clima. Su gran apuesta es el transporte público.
Pero descongestionar los centros urbanos obliga también a repensar la actividad, los horarios y a apostar por el teletrabajo. Una “revolución de la movilidad”, dice Boeri, para su “ciudad verde”.
La salud es una prioridad. “Un problema en la salud puede hundir completamente la economía. Si nuestros políticos no lo perciben ahora, no han percibido nada”, afirma Miguel Guimaraes, presidente de la Orden de Médicos de Portugal. “Una población más saludable es una población más productiva”.
Las infecciones son la gran amenaza. “Serán nuestros principales enemigos”, adelanta Guimaraes. Y el esquema de megahospitales ya no funciona. La tendencia, describe el especialista luso, son centros con menos camas, con luz, espacios abiertos y corredores. Todo eso y “una red de cuidados intensivos más robusta”.
El envejecimiento de la población, más acusado en Europa, obliga además a mirar hacia la “economía de los cuidados”. Cuestiones que van mucho más allá de peatonalizar calles o abrir parques urbanos. Son cambios tan profundos que no se plasmarán en las ciudades hasta pasados muchos años, opina Óscar Chamat, responsable de Investigación de Metrópolis, una red que engloba 130 ciudades de todo el mundo. No estamos ante una revolución, sino ante una evolución.
La transformación no puede obviar el equilibrio demográfico. Hay que impulsar en paralelo las pequeñas y medianas ciudades, subraya Grimard. El crecimiento urbano, proyecta Naciones Unidas, vendrá precisamente de núcleos con menos de un millón de habitantes.
¿Y el medio rural? “Tiene una oportunidad increíble”, considera Elvis García. “Siempre que los Gobiernos puedan dotarlo de infraestructuras suficientes”, empezando por internet, matiza.
“La urbanización tiene aspectos más positivos que negativos. También en una crisis como esta, como los accesos a los servicios de salud, educación, agua. Es mucho más fácil obtenerlos en las ciudades que en los pueblos pequeños”, puntualiza Grimard.
La clave, alumbra Stefano Boeri, está en buscar “una alianza entre los pequeños pueblos y las grandes ciudades”. Disfrutar de la naturaleza sin perder las oportunidades que brinda la ciudad.
Su miedo, admite, es que se repliquen las “anticiudades”, selvas de cemento y centros comerciales que proliferan en todo el mundo.
“Si no queremos regresar a la anticiudad debemos volver a habitar estos pequeños pueblos en los que está la cultura, la historia, la arquitectura, el arte”, defiende Boeri. “No se trata de nostalgia, de romanticismo”.
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CIUDADES INTELIGENTES
Perros-robots vigilan a los peatones en parques de Singapur, drones fumigan las calles, aplicaciones delatan en los móviles el contacto con enfermos. El covid-19 ha anticipado el futuro. ¿Es ese el rumbo de las nuevas ciudades inteligentes?.
Songdo, en Corea del Sur, se vende como el “modelo sustentable del futuro”. Totalmente automatizada, tiene un 40 % de espacios verdes, recicla casi la mitad del agua que consume y prohíbe la circulación de los coches de combustión.
En Europa, capitales como Amsterdam experimentan zonas sostenibles. Es el caso de Schoonschip, con una red de paneles fotovoltaicos y un parque de coches eléctricos compartidos para el vecindario.
En la visión de Óscar Chamat, la ciudad inteligente “utiliza la tecnología más adecuada para responder a los problemas de las personas”.
La conectividad es la llave de estos modelos y está al alcance de más de la mitad de la población mundial. Sin embargo, todavía 3,600 millones de personas carecen de internet. La brecha digital es determinante cuando se aborda el desarrollo: el 82 % de los europeos tiene acceso a internet frente al 28 % de los africanos.
Y en el imperio de la tecnología, ¿dónde queda la privacidad?. El control de los movimientos de la población y los datos personalizados sobre contagios durante la pandemia han reabierto la controversia.
Las aplicaciones con información sobre el virus son, señala García, una herramienta fundamental contra su expansión. “Y no utilizarlas es un lujo que no nos podemos permitir”, añade.
Chamat alerta desde Metrópolis sobre las tentaciones populistas de los gobiernos, pero repara en una contradicción: “Estamos dispuestos a ceder nuestros datos a plataformas y redes sociales, pero nos da mucho miedo cederlos al Estado, es una paradoja”.
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LA MEMORIA DE MARÍA
María Augusta Rei mira la vida desde la ventana de su casa de Alfama. A sus 89 años es mucho lo que ha visto. Nació y creció en este barrio del corazón de Lisboa. Pero el Alfama de hoy poco tiene que ver con el de María.
“Todo eran pescaderías”, recuerda. Y panaderías, carnicerías y hasta una barbería. Apenas había restaurantes en ese tiempo, ni tampoco turismo, pero sí mucha gente. “Esto era como una plaza”, relata. Era un barrio de calles angostas donde los vecinos hablaban de ventana a ventana.
Pero todo cambió con la llegada masiva de turistas. Los comercios locales fueron desapareciendo para dejar paso a los restaurantes y a las tiendas de souvenirs. Los precios se dispararon y los vecinos se vieron forzados a marcharse a la periferia.
Como en Lisboa, la especulación inmobiliaria, la explosión del turismo y la gentrificación han cambiado el rostro de muchas ciudades europeas y han expulsado a los trabajadores.
En los últimos 20 años se ha agravado la desigualdad dentro de las naciones y se han acentuado las diferencias en la esperanza de vida entre distintas zonas en una misma ciudad. A Grimard le preocupa la “privatización” del espacio público.
Los modelos de barrios cerrados y los centros comerciales han usurpado el papel de los parques públicos. “Hay que cambiar esta dinámica de segregación. Más que nunca hay que poner los espacios públicos como espacios de integración”, defiende.
La tienda de ropa para la que trabajaba María, en la Baixa, muy cerca de Alfama, cerró también. Su patrona enfermó y terminó en una residencia de ancianos. “A veces paso por allí y lo veo todo cerrado. Tengo tanta pena”, confiesa. En la Baixa, “había muchas tiendas de ropa; cerraron todas y ahora son tiendas de chinos”.
“Me gustaría que volvieran las personas que salieron de aquí, como yo, nacida aquí, criada aquí; que volvieran. No como ahora, que son todo turistas. Las personas que había en el barrio desaparecieron. Me gustaría que fuera como antiguamente”. Maria ya vivió su ciudad ideal.
Ahora, ¿cual será de entre todos el mejor modelo?. La respuesta puede estar en las palabras que Italo Calvino pone en boca de Marco Polo en sus “Ciudades invisibles”: “No tiene sentido dividir las ciudades en felices e infelices, sino en otras dos categorías: las que a través de los años y las mutaciones siguen dando su forma a los deseos y aquellas en las que los deseos o bien logran borrar la ciudad o son borrados por ella”.
Con la coloración de Laura Serrano-Conde (Roma) y Carlos García y Cynthia de Benito (Lisboa).