Un Centro Nacional de Artes reducido al mínimo

Por el Centro Nacional de Artes han pasado generaciones de teatreros, músicos y artistas visuales. Pero en esta institución estatal, un maestro tiene cinco años sin recibir pliegos de papel bond para enseñar música. Y otro, después de más de una década, ha vuelto a recibir capacitaciones. La falta de apuesta en la formación artística en El Salvador limita el desarrollo del potencial creativo. A este panorama sombrío se suma que la Universidad de El Salvador sigue siendo la única que tiene las credenciales educativas para reconocer legalmente a los artistas en el país.

Fotografías de Stanley Luna/ Ericka Chávez
Fotografías de Stanley Luna/ Ericka Chávez

El grupo de 10 estudiantes preparó la intervención y vistió de negro. No hubo escenario ni telones, más que la sala “Carlos Cañas” y enojo, mucho. Era enero de 2015 y el Centro Nacional de Artes (CENAR) abría las inscripciones anuales para las escuelas de Teatro, Música y Artes Visuales. Pero aquel grupo irrumpió ese salón, donde dos docentes entrevistaban a aspirantes y les explicaban los pasos para ingresar a la institución.

“Siempre que me pregunto que cuándo habrá maestros, ellos siempre me responden ‘no sé, no sé, no sé’. Y así pasan los días y yo perdiendo clases, y ellos contestando ‘no sé, no sé, no sé’… Están perdiendo el tiempo pensando, pensando, pensando. Por lo que más quieran, ¿hasta cuándo?”, cantaron, los 10, en coro, la adaptación de Quizá, quizá, quizá, del cubano Osvaldo Farré, para reclamar por qué la dirección del CENAR no les decía a ellos, alumnos del segundo y tercer año del diplomado de la Escuela de Teatro, cuándo y quiénes ocuparían las plazas que dejaron dos profesores que, en 2014, abandonaron la institución para convertirse en funcionarios públicos y la de otro profesor que se fue a Australia.

El grupo subió a la segunda planta. Entró a la oficina de Marta Rosales, la entonces directora del CENAR, y se plantó frente a su escritorio. Le cantó. Rosales no atendió a los estudiantes y simuló hacer una llamada telefónica, pero ellos dejaron, en las gradas, una pancarta que decía: “Exigimos maestros”. A los días la pancarta ya no estaba. Tampoco había maestros.

En junio de 2014, Salvador Sánchez Cerén llegó a la presidencia de la República acompañado de artistas y académicos que ocuparían las direcciones de la entonces Secretaría de Cultura (SECULTURA), e hizo promesas en el ámbito cultural que, por años, creyeron los artistas. La más rimbombante fue su acreditación legal, algo que el gremio exige desde hace décadas y que no obtuvo en los dos gobiernos del FMLN.

Pero mientras el segundo gobierno de izquierda hablaba de dignificar a los artistas, en el CENAR, las condiciones para los estudiantes eran otras. “Mis expectativas estaban bajando. Desde que empecé eran súper altas, al segundo (año) bajaron un montón, porque fue un gran cambio. Entonces adaptarse fue difícil, pero teníamos que hacerlo”, cuenta Mariam Santamaría, una de los 10 alumnos que se manifestaron en la sala “Carlos Cañas”.

Cubículos. No todos los cubículos de la Escuela de Música tienen aire acondicionado. Los alumnos tienen que abrir las puertas para ensayar, lo que interrumpe las labores de otras escuelas.

Santamaría tenía 19 años, y sentada en una grada del anfiteatro del parque Cuscatlán, dice que a esa edad no sabía cómo plantear soluciones, pero que decidió organizarse con sus compañeros de teatro para hablar con Rosales -no recuerda si antes o después de manifestarse-. Rosales es musicóloga e investigadora, por esto la consideraron una persona idónea para consultarle qué pasaría con el CENAR y cuándo habría una acreditación artística. “No se nos dio un panorama muy esperanzador. Dijo que en unos cinco años”, recuerda. Y la acreditación no ha llegado.

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IMPROVISACIÓN

Habla bajo. Prefiere el anonimato. En el salón donde está hay dos pianos gastados por el uso y el tiempo, desafinados, y a uno le falta una tecla. No los ocupa para sus clases, pero a veces los necesita, porque en la Escuela de Música del CENAR solo hay un piano y teclados. Sobre estos pianos, que están a su izquierda, no se acuerda qué país los donó ni en qué año, supone que fue Japón. Lo que sí sabe es que valen entre $5,000 y $6,000.

El maestro lleva en su mano un folder con su planificación didáctica, pero en las primeras páginas del documento está la lista de los materiales que ha pedido a la dirección del CENAR, y que a una semana de comenzar las clases, no le han entregado. Entre la lista, pide un aparato para reproducir CD, plumones, toallas para que sus alumnos las mojen con alcohol y se limpien las manos después de los ensayos, y pliegos de papel bond. Otra vez pide los pliegos que durante cinco años le han negado.

“Uno improvisa o trae su material. El año pasado solo me dieron tres o cuatro plumones, porque dijeron que el Ministerio (de Cultura) no había dado materiales para nadie y cuando llegué a pedir allá, me dijeron que ya no había, no tenían, y los plumones hasta secos. A los alumnos les pedí y me consiguieron, sino yo los consigo”, dice el maestro, conteniendo el ímpetu con el que quiere quejarse, porque irónicamente no le dan el material y lo regañan si se lo pide a los alumnos.

Desuso. Este es un piano en desuso, pero que puede repararse. Está en uno de los salones de clase.

Para este año lectivo, que comenzó el pasado lunes, el profesor dice que la Escuela de Música espera un aproximado de 200 alumnos repartidos en los instrumentos de violín, piano y percusión, entre otros, pero aunque ha escuchado comentarios sobre un presupuesto que puede desembolsar el Ministerio de Cultura (MICULTURA) para comprar nuevos instrumentos, no le asombra, ya que asegura que en el CENAR no hay cuerdas de piano y hay instrumentos que, como los pianos a su izquierda, están viejos y la administración prefiere botarlos o regalarlos, en lugar de preservarlos.

Su tono de voz se vuelve melancólico cuando habla de un piano-arpa que sacaron a un predio baldío que está al otro lado de este edificio. Es aquí cuando recalca que el área administrativa de una institución como esta debe saber de arte.

El CENAR es un centro de formación en artes que depende directamente del MICULTURA. De sus tres escuelas, Música y Teatro tienen cursos regulares que durante tres años y son impartidos de lunes a viernes. Los alumnos de Teatro tienen como requisito de graduación presentar un montaje. Artes Visuales imparte talleres que pueden durar desde uno a dos años. La mensualidad por las clases es de $15.

Sin embargo, quien estudia en el CENAR solo recibe un diploma de graduación que no equivale a nada desde un nivel de educación formal, por muy bueno que haya sido el alumno en sus clases. Este es un privilegio que sigue siendo solo de la Escuela de Bellas Artes de la Universidad de El Salvador (UES).

El maestro de música dice que en su escuela ha existido un curso al que le llaman extensivo, que puede durar más de tres años, pero nunca se sobrepasa este tiempo, porque el alumno se desanima al creer que no está estudiando para nada, por no haber una acreditación. El curso está siendo revisado por la coordinación de la escuela.

El presupuesto destinado al MICULTURA para 2020 es de $22 millones 595 mil 775, y de este total, se destinarán $18 millones 548 mil 380, entre otros rubros, a la formación, producción y difusión de la cultura y el arte, según el documento oficial del presupuesto del Ministerio de Hacienda. Además del CENAR, la otra institución estatal encargada de la formación artística es la Escuela Nacional de Danza Morena Celarié.

Escultura. Este es el taller de producción de esculturas del CENAR. El área de escultura, además de este espacio, tiene dos salones, en los cuales a veces hay clases simultáneas.

Si se compara el presupuesto de MICULTURA con el del Ministerio de Gobernación y con la Fuerza Armada, existe una diferencia radical de $44 millones y $149 millones, respectivamente. El arte en este país no es prioridad.

Como el de música, una parte de la planta docente del CENAR está conformada por un aproximado de 30 maestros graduados del extinto Bachillerato en Artes, un bachillerato histórico creado con la reforma educativa de 1968, en plena dictadura militar, cuando el exministro de Educación Walter Béneke diversificó la oferta académica en educación media: hubo música, artes plásticas, artes escénicas y bachillerato académico.

Los alumnos no pagaban nada por estudiar en este bachillerato, y para los que venían del interior del país a San Salvador, había un albergue. Por la mañana los estudiantes recibían clases académicas y por la tarde clases artísticas. Salían acreditados por el Ministerio de Educación como artistas y como docentes.

En la segunda planta de este edificio, donde está la Escuela de Música, hay varias puertas cerradas en todo el pasillo. Son los cubículos que fueron diseñados para que los estudiantes de música practicaran solos o con sus tutores. Un espacio reducido y apropiado para concentrarse. Pero el aire acondicionado se arruinó hace años y los estudiantes mejor abren las puertas para ensayar.

“La institución no está adecuada para ser un Centro Nacional de Artes y música, porque las paredes deberían estar bien acústicas, bien selladas. No hay ninguna. La fachada tienen”, apunta el maestro de música.

“Uno improvisa o trae su material. El año pasado solo me dieron tres o cuatro plumones, porque dijeron que el Ministerio (de Cultura) no había dado materiales para nadie y cuando llegué a pedir allá, me dijeron que ya no había, no tenían, y los plumones hasta secos. A los alumnos les pedí y me consiguieron, sino yo los consigo”, dice el maestro de música.

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DEMAGOGIA

La Escuela de Teatro fue convocada en el salón “Carlos Cañas” para recibir una placa de reconocimiento por su trayectoria. Los alumnos no la querían, querían buena infraestructura y utilería para sus obras. Cuando Homero López, maestro de la escuela, pasó a recibirla, de entre el público, comenzaron a levantarse los estudiantes de Teatro. “Para que no duela, pongan duelas”, “Si quieren personajes, pongan maquillajes”, repitieron para darle voz a los mensajes que también estaban plasmados en carteles que sostenían.

Un alumno, vestido de maestro de ceremonia, llevaba una placa que decía “Demagogia”. Otra alumna le puso enfrente un cartel exigiendo materiales. El maestro de ceremonia tomó el cartel, lo rompió y le dio la placa. El grupo de estudiantes pasó al frente. Luego se fue.

En 2015, ya había pasado un mes de clase y todavía los alumnos de la Escuela de Teatro no sabían quiénes sustituirían a los tres maestros que se habían ido un año antes. Después de la segunda manifestación, se enteraron que había sido aprobado el contrato para dos nuevos maestros, dice Santamaría. Por lo demás, siguieron necesitando los materiales que pedían. Algunos de sus compañeros optaron por irse de la escuela.

Por esos días, recuerda que se encontraron en el CENAR al exsecretario de Cultura, Ramón Rivas, a quien le pidieron que les ayudara reparando las duelas de los salones de teatro, le pidieron maquillaje y vestuario. Él prometió ayudarles, pero la ayuda estatal nunca llegó.

“Yo recuerdo que las cosas que teníamos eran porque los maestros las hacían de material que había quedado de alguien, donaciones que se pedían. Igual, si nosotros queríamos algo, nunca considerábamos la vía de pedirlo. Revisábamos el vestuario que hubiera para ver qué cosas nos podían servir. No considerábamos hacer una carta. No se nos cruzaba por la mente. Eso no lo tomábamos a mal, era parte de la dinámica. Era así”, señala Santamaría.

Fue así también cuando montaron, en tercer año, la obra que eligieron para su proyecto de graduación: La ciudad sitiada, de la española Laila Ripol. El maestro que les dirigió donó parte del material para la escenografía. Lo demás corrió por cuenta de los ocho alumnos del montaje y lo complementaron con la utilería de la institución.

Hoy, Santamaría tiene 24 años y es una artista que brilla. En 2017, junto a otra actriz, ganó el Premio Ovación, premio que otorga la Fundación Poma a un proyecto artístico para financiarlo. También ha sido la asistente de dirección de dos obras, una a cargo del Teatro del Azoro y otra a cargo de La Cachada Teatro, y ha actuado en un corto documental. Aunque dice que el teatro que conoció en el CENAR no era lo que buscaba, reconoce que estudiar los tres años le dio disciplina y bagaje.

Clases. Salón práctico de escultura. Aquí los alumnos realizan los modelajes de las obras y los docentes ocupan pizarra de yeso para sus clases.

LAS DUELAS

Homero López abre la puerta de uno de los salones con duelas. Es un salón en el que caben hasta 30 personas, se ocupa para clases, pero también para los montajes de la Escuela de Teatro. La madera del suelo está con pequeños hoyos, y entre los orificios que separan a una tabla de otra, hay polvo. No todas las luces de este salón encienden.

Minutos antes, en su oficina, López ha dicho que esta duela tiene más de 10 años de haber sido instalada y que, al consultar, sale mejor sustituirla que repararla, pero es caro y ninguna administración gubernamental ha respondido para hacerlo. No es la única necesidad de esta escuela, también, sostiene, falta utilería y vestuario, pero usualmente trabajan con donaciones, materiales que ellos ponen o que da el MICULTURA. Los teatreros no tienen una caja chica de la cual disponer para sus montajes.

“Es bien difícil para el grupo. Es bien difícil para el maestro, porque toca sacar del bolsillo, toca rebuscarse, ¿no? Entonces sería lo ideal (tener caja chica) y es lo que la institución está buscando. Hay tanto de fondos para el espectáculo, a sabiendas que va a ser un fondo considerable, modesto, pero con el cual vamos a poder trabajar. Pero el tener algunas limitantes se le ha encontrado algunas ventajas también. El hecho de ingeniártelas a crear con poco, o sea, con desechos prácticamente”, dice López, que además de ser docente de Teatro, fue coordinador ad honorem por 10 años en la Escuela de Teatro, una función que solo interrumpió por tres años.

Tiene 65 años y es uno de los exbachilleres en Arte. Habla con elocuencia sobre teatro y formación artística. Al terminar su bachillerato, en 1975, estudió una maestría en Kiev, Ucrania, y se desempeñó como docente de teatro en México y en dos universidades de El Salvador. En marzo, López cumple 17 años de ser maestro en la Escuela del Teatro.

El CENAR debe tener coordinadores por cada una de las escuelas. De acuerdo con López, el limitado presupuesto ha impedido la contratación de un coordinador que se dedique meramente a esta función, y resalta el problema de que algunos coordinadores o directores de la institución han sido trasladados o removidos a un puesto dentro del ministerio y por el mismo salario, y así se quedan sin personal, porque cuando solicitan a un maestro, tampoco hay presupuesto para hacerlo.

Añade un problema que para él es universal: la dificultad para encontrar a especialistas en pedagogía artísticas en determinadas áreas, porque pueden haber muchos artistas, dice, pero pocos de ellos pueden ser pedagogos. Por esta razón, las escuelas de arte, incluido el CENAR, cuentan con lo más cercano que tengan para dar clase, como un artista que tiene experiencia en actuación o dirección de teatro, y luego aprende a ejercer la pedagogía.

El pasado jueves, días después de la entrevista con López, diferentes maestros del CENAR confirmaron que las autoridades de la institución hicieron oficial el nombramiento de los coordinadores por cada una de las escuelas. El coordinador de la Escuela de Teatro es el actor Óscar Suncín; el de Artes Visuales, el artista Rolado Chicas; y el de la Escuela de Música, el hondureño Josué Viera, quien en diferentes notas periodística ya aparece como coordinador de esta escuela entre 2018 y 2019.

En 2016, durante el gobierno de Sánchez Cerén, la Asamblea Legislativa aprobó la Ley de Cultura, que formalizó en su artículo 86 la creación del Instituto Especializado de Nivel Superior de las Artes en El Salvador, una propuesta de la que el expresidente habló desde su campaña.

Este instituto pretendía la formación profesional de artistas y educadores artísticos, regidos bajo la Ley de Educación Superior, es decir, con miras a su acreditación. Pero pese a que se conformó un comité de cuatro artistas encargados de su diseño, entre ellos Marta Rosales, quien también fue Directora Nacional en Artes, el instituto no se ejecutó.

En octubre de 2016, Rosales, en sintonía con lo que señala López, dijo a la revista Séptimo Sentido que existían deficiencias pedagógicas en el país para implementar licenciaturas artísticas y que había artistas, pero no necesariamente estos eran docentes.

El gobierno de Nayib Bukele, en su Plan Cuscatlán, habla escuetamente sobre la formación “formal y no formal de artistas”, y de una actualización y mejoramiento de la calidad y la oferta de la formación en artes.

Esta revista intentó entrevistar a la actual Directora Nacional en Artes, Sara Boulogne, para conocer sobre el presupuesto destinado al CENAR para este año y si este gobierno apuesta a una posible acreditación. Ella pospuso en dos ocasiones la entrevista y el pasado miércoles envió un mensaje a Whatsapp a un periodista de este medio en el que alegó tener una agenda saturada, y dijo que le contactaría cuando tuviera “todo listo para la reunión”.

“Los políticos tienen que oír a los técnicos y oír a las personas que saben, y dejarse guiar. En El Salvador hemos tenido, en el área de la cultura, ‘yo lo sé todo, yo lo puedo hacer todo’, ‘eso no debe hacerse así’. Y todo lo deciden como si lo supieran y como si hubieran nacido sabiéndolo”, indica la académica, directora de teatro y exdirectora Nacional de Artes, Tatiana de la Ossa, por medio de una videollamada desde Costa Rica.

A inicios de los 2000, De la Ossa presentó al Ministerio de Educación una propuesta para abrir una carrera de teatro en la UES que abarcara las especialidades de esta rama. También estaban pensadas tres maestrías y se pretendía vincular a los alumnos de las diferentes escuelas del CENAR en los procesos creativos. No tuvo respaldo de las autoridades de la época.

A la fecha, De la Ossa dimensiona los alcances que esto hubiera tenido: al menos tres generaciones de licenciados en teatro.

En el CENAR, Homero López asegura que desde abril del año pasado comenzó una revisión de la currícula, la cual fue suspendida por el cambio de gobierno, y fue retomada en diciembre. En esta tarea trabajan Boulogne; el director del CENAR, Walter Rojas, maestros del CENAR y un grupo de consultores contratados por el MICULTURA. López señala que esta especie de FODA les va a llevar a saber qué oferta y modelo educativo necesitan: puede ser un técnico, una escuela superior o un nuevo bachillerato en artes.

“A juzgar por las reuniones que hemos tenido, por lo que ellos nos han dicho (Boulogne y Rojas), por los diálogos que hemos tenido, porque trabajamos como equipo en las reuniones en esto de la currícula, sí hay interés, hay un gran interés por la acreditación. Eso es lo que vemos, lo que sentimos”, dice López.

“Yo recuerdo que las cosas que teníamos eran porque los maestros las hacían de material que había quedado de alguien, donaciones que se pedían. Igual, si nosotros queríamos algo, nunca considerábamos la vía de pedirlo. Revisábamos el vestuario que hubiera para ver qué cosas nos podían servir. No considerábamos hacer una carta. No se nos cruzaba por la mente. Eso no lo tomábamos a mal, era parte de la dinámica. Era así”, señala Mariam Santamaria.

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MODERNIDAD Y CONTEMPORANEIDAD

Llegó en 2013, acompañado de un amigo, cuando estaba en el tercer año de la Licenciatura en Bellas Artes de la UES. Ricardo Flores no quería especializarse en escultura en su carrera, sino en dibujo, pero quería aprender sobre el tallado en piedra. La única opción que tenía era el taller de escultura, en la Escuela de Arte Visual del CENAR, donde ya había asistido otra amiga suya.

En la UES, Flores había cursado tallado en madera y reconstrucción en piedra, por eso quería aprender de una vez a tallar en piedra, pero no pudo. El taller libre al que aplicó está diseñado para dos años, era hasta el segundo que iniciaría el tallado, antes repasaría temas ya vistos en su carrera. No quería hacerlo, y predispuesto, al llegar al CENAR, preparó un portafolio para que los maestros vieran todo lo que podía hacer. “Por mí te pasara de un solo, pero aquí no nos dejan”, le dijo una profesora.

Se desilusionó, pero se dijo que las técnicas para tallar piedra que él había observado no eran difíciles. Terminó aprendiendo en su casa, auxiliado de tutoriales.

“Si no es en la UES, en ningún lado, sino en Youtube. En escultura, en el país, solo son las instituciones de libre acceso las que enseñan escultura. Si se da en otras partes, o son estudiantes de forma particular, pero que pasaron por estos lugares (incluido el CENAR), o que lo aprendieron empíricamente. No hay otra universidad que dé escultura”, asegura Flores.

A un costado del salón de prácticas, en el salón para clases teóricas, el escultor y docente Edwin Soriano señala una pantalla plana, al hablar sobre los insumos que esta escuela ha ido recibiendo para trabajar. Es una que el CENAR llevó en diciembre pasado. Antes de eso Soriano tenía que dar su clase teórica en otro salón con cañón, que no era de la escuela, y tenía que esperar turno para ocuparlo. De no ser posible, lo que hacía era compartir con sus estudiantes el link de un video y luego armaban tertulias en el CENAR.

Un maestro de Artes Visuales, quien no quiso identificarse, confirmó que el año pasado el MICULTURA desembolsó alrededor de $70,000 para la compra de materiales de esta escuela. No había algo así, dijo, desde 1993, cuando en el gobierno de Alfredo Cristiani fueron inaugurado las instalaciones del CENAR después de una remodelación.

Pero el área de escultura sigue con deficiencias. Tiene solo dos salones, el teórico y el práctico, y afuera, en el patio, está la producción de materiales. A veces los tres lugares están ocupados. Además, existe una contaminación de ruido, porque mientras ellos están tallando piedra, a veces los estudiantes de músicas están practicando. Soriano recuerda que esto no era así hasta antes que se arruinara parte del aire acondicionado y la entonces administradora del edificio dijera que, en lugar del aire, se pusieran ventanas francesas.

“La modernidad y la contemporaneidad vinieron y el CENAR estuvo asilado. Es porque se le quitó la acreditación ya con el Ministerio de Educación y también se le quitó la autonomía, semi autonomía financiera y la relativa autonomía que tenía como gestión. Entonces no tenemos autonomía de gestión y financiera, eso nos ha llevado al borde, un poco, del descuido por parte de los ministerios matrices”, dice Soriano.

Él tiene 18 años de dedicarse a la docencia en el CENAR, donde dice que no había recibido una capacitación relacionada con pedagogía y arte, hasta noviembre. Antes los capacitaban en otros temas, como los administrativos.

Soriano, graduado del extinto Bachillerato en Artes, también ha cursado diferentes residencias artísticas en el extranjero, una de ellas la Escola Massana, en España, donde tuvo la oportunidad de conocer un convenio que esta tenía con la Universidad Autónoma de Barcelona, que consistía en que estudiantes de la universidad llegaban a la otra instancia a realizar sus prácticas y tenían la posibilidad de salir acreditados como licenciados o con un máster.

Él, recuerda, intentó hacer algo parecido hace años, cuando buscó nexos con la UES. Alumnos de la universidad llegaban al CENAR para explorar de qué forma hacían los convenios, porque en la Escuela de Visual dice que hay infraestructura y conocimiento técnico, mientras que la UES tiene conocimiento teórico y acreditación, aunque reconoce que también carece del presupuesto que deberían corresponder a una escuela de artes, ya que estas son caras, pero necesarias para el desarrollo cultural del país.

El escultor dice que, de acuerdo con lo que ha escuchado en las reuniones con autoridades del CENAR, se está apostando a una acreditación encaminada a una escuela superior, pero que actualmente no están las condiciones para esto, a menos que existan convenios con universidades. Y si se está revisando la currícula, se tienen que llevar al CENAR docentes con maestrías, doctorados, especializados en artes, pero de estos no hay muchos. Lo ve un poco increíble, porque se trata de una apuesta a corto plazo.

“Yo creo que está bien, pero hay que ver, hay que medir. Como decía mi abuela: ‘hay que medir el bocado que te vas a tragar. Hay que ser más realistas’”, sugiere.

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