Cindy y las uvas que le ofreció Hugo
Una mujer cercana a Osorio lo presentó con Cindy Mendoza. Fue 10 días antes del hallazgo de los cuatro cadáveres en la casa 11. Le prometió llevarla a Estados Unidos. Ella, ahora, está acusada de homicidio agravado.
Hugo Osorio había prometido llevarse a la hija de Gloria Godoy, Cindy Mendoza, para Estados Unidos. Ofreció cobrar solo $4,000, casi a manera de oferta, porque, con tal de convencerlas, él incluyó en el trato un empleo garantizado. Allá, en el norte, Cindy, madre soltera de 26 años, iba a recibir un salario de $1,000 al mes por cortar uvas. Cindy estaba lista para despedirse de su hija de 8 años e iniciar el viaje. Hasta acordaron con Hugo una fecha: el 5 de junio.
Gloria se asoma con recelo a la puerta de su casa. Es 2 de julio. Cindy no está en un viñedo en Estados Unidos. Lejos de aquel sueño, ella guarda prisión. Está acusada de homicidio agravado. Hugo no la llevó de viaje, pero el testigo criteriado Estévez sí la incluyó en su confesión tras ser detenido mientras se escondía entre unos cadáveres. Uno de esos cuerpos era el de su hermano, Carlos Osorio, y a quien, según el relato al que da validez la Fiscalía General de la República, Cindy ayudó a matar.
Voces de niños se cuelan de dentro de la vivienda. En este polígono de una colonia contigua a Las Flores, de casas separadas puerta con puerta, hay ruido siempre: el de las televisiones que compiten en volumen con los equipos de sonido, de las conversaciones de los vecinos que no pueden ser privadas, el de los trastos que chocan o el de las mascotas. Lo que sonó el sábado 8 de mayo, sin embargo, se impuso a cualquier cosa.
“Cindy, ¿y esa gran bulla que hay?”, preguntó Gloria a su hija aquella mañana. “Dicen que por ahí por donde vive Hugo han puesto cintas amarillas. No sé qué problema hay”, respondió la joven. Se les ocurrió ir a ver. Ambas fueron al callejón Estévez. Pero no las dejaron pasar, la zona ya estaba acordonada. “Qué raro, aquel es el portón donde vive Hugo”, dijo Cindy a su madre. Y ya. Gloria cuenta que regresaron a su casa.
Ya despojada del recelo inicial, Gloria abre la puerta y explica con detalle que ha esperado mucho tiempo para poder hablar con la prensa sobre lo que le pasó a su hija. Ha esperado contar cómo Cindy lloró al reconocer en una noticia en Facebook la fotografía del asesino de Chalchuapa. Ese era el hombre que le ofreció llevarlas a ella y a su mejor amiga a Estados Unidos, a cortar uvas, a ganar en miles. “Mami, ese hombre me iba a matar”, cuenta que dijo Cindy. La voz y el cuerpo le temblaban, asegura.
Perfiles
Convivir con un “psicópata”
Cindy está acusada de homicidio agravado en calidad de autor directo. El testigo criteriado Estévez la señala a ella de colaborar en el asesinato de Carlos Osorio al poner “algo” en su bebida.
“Mi hija tenía diez días de tratar a ese señor”, asegura Gloria. El plazo se cuenta desde el miércoles 28 de abril. La hija llegó al asesino confeso a través de una de las grandes amigas de la madre. Una que, según relata Gloria, también vivió en el mismo polígono de la colonia.
Y fue esta amiga la que invitó a salir a Cindy una tarde luego de que Gloria y ella discutieran. Llevaría, eso sí, le dijo la amiga, a uno de sus grandes íntimos: Hugo Osorio. “A mi hija ese hombre le caía mal, dijo que con él no saldría”, recuerda Gloria. Pero, al final, luego de mucho insistirle, Cindy aceptó ir.
Fue aquella salida, dice Gloria, la que hizo que Cindy cambiara su percepción sobre Osorio. “Es bien respetuoso. Viera qué persona. Y me dijo que me va a llevar para Estados Unidos”, le comentó su hija al regresar a casa. Habían ido, le contó, a beber cerveza a un lugar que está cerca de la cancha de la zona.
Y no fue sino hasta el siguiente jueves, es decir, 6 de mayo, que Cindy volvió a coincidir con Osorio. Este llegó a buscarla a su casa. Pidió comida y almorzó ahí. Gloria lo dejó pasar porque las palabras de su hija la habían convencido: “Era bien buena onda”. Y porque, cuando había visto a Osorio en el negocio de tortas de su amiga, este acariciaba el pelo de su nieta, la hija de Cindy, de ochos años de edad, y le decía que “qué chula su niña”. Gloria lo interpretó como ternura.
Ese 6 de mayo, por la tarde, Osorio invitó a Cindy a departir entre bebidas alcohólicas. Ella aceptó con la condición de que los acompañara su mejor amiga, Ingrid, a quien, hasta entonces, Osorio no conocía. Ante esto, él dijo que se les iba a unir su hermano, Carlos. Los cuatro, entonces, fueron a la casa de Osorio, en el callejón Estévez.
Cuatro horas bastaron, dice la madre de Cindy, para que las jóvenes regresaran a casa ese jueves 6 de mayo. Osorio las llevó de regreso antes de las 8 de la noche. “¡Viera qué problema ir ahí!”, fue lo que respondió Cindy cuando su madre le preguntó que por qué regresaban tan temprano.
La fiesta acabó pronto porque, según lo que las jóvenes le contaron a Gloria, la pareja de Carlos, Lorena Miranda, estuvo dando patadas a la puerta de la casa enojada porque ambos hombres estaban con ellas adentro de la casa. Osorio las sacó con tanta prisa que, aunque Ingrid le dijo que necesitaba usar el baño, él no le dio tiempo para ir, relata Gloria. Tampoco se acabaron las bebidas.
Lorena Miranda, cuñada de Hugo Osorio, es otra de las acusadas por Estévez. En su testimonio, este último asegura que fue la pareja de su hermano quien le pidió que lo matara. Esto, a pesar de que él mismo declarara no conocer ni siquiera los apellidos de esta mujer.
En un fallo emitido por la Cámara Especializada para una Vida Libre de Violencia para las mujeres (LEIV), la magistrada Roxana Lara Rodríguez deja documentado que es inverosímil que una mujer a la que “conoce únicamente como Lorena y de quien dice que es ‘la mujer de su hermano’ le pida que mate a su consanguíneo y le pague por ello”. Esta solicitud, dice Lara, debería estar precedida por el conocimiento de esta mujer de que Estévez se dedicaba al sicariato. Y de que, además, tenía razones de peso para matar a alguien con quien tenía un vínculo familiar.
LA PRENSA GRÁFICA intentó ubicar a los familiares de Lorena Miranda para conocer su versión. Sin embargo, al cierre de esta investigación fue imposible localizarlos.
Aquella noche del 6 de mayo, Carlos seguía con vida. Mientras Cindy e Ingrid terminaban un sixpack de cerveza que llevaron de vuelta, alguien tocó a la puerta. Ellas no abrieron porque ya era tarde, explica Gloria en un obvio intento por contar todo “desde el principio hasta el final”.
Al día siguiente, a las 2 de la tarde, Osorio regresó a casa de Cindy para hablar del viaje a Estados Unidos. Y, de paso, para invitar a salir a las dos amigas. Pero estas no estaban. Habían ido de fiesta con otro amigo de Atiquizaya. Osorio aprovechó para contarle a Gloria que, en efecto, fue él quien llamó a la puerta de entrada la noche anterior, pues quería invitarlas a volver a su casa para seguir departiendo. Dijo también que volvió en compañía de Carlos.
Ese mismo día, a las 11 de la noche, el silencio de la colonia Las Flores se rompió. Los vecinos escucharon el grito desesperado de una mujer que luchaba por su vida. Llamaron a la policía, que llegó más de una hora después a descubrir, en principio, cuatro cadáveres. Entre ellos, el de Carlos Osorio, hermano de Hugo.
Una despedida entre patrullas
“Vamos a comprar el pan”, invitó Cindy a su mamá la tarde del 8 de mayo. Eran las 5. Cindy salió, todavía, en camisón, recuerda Gloria. No había dormido desde que vio la noticia sobre los cadáveres en la casa de Osorio en Facebook. Esa casa donde había estado bebiendo cervezas solo dos noches antes.
Cuando estaban llegando a la panadería, madre e hija vieron que varias patrullas rondaban la zona. “Mire, mami, cómo andan por eso que ha pasado”, alcanzó a decir Cindy antes de darse cuenta de que los carros se dirigían hacia ellas.
“¿Usted es Cindy?”, le preguntó uno de los agentes. Ella respondió que sí y el agente le pidió que se subiera a la patrulla. Gloria pidió explicaciones. “Va en vías de investigación, señora”, recuerda que le dijo el policía.
Antes de subirse a la patrulla, Cindy tranquilizó a su madre, y le entregó el billete de $5 con el que iba a comprar el pan. “Tome, váyase, yo no debo nada, mami”, le dijo antes de atender la orden del agente.
Casi todos se conocen en las estrechas calles y polígonos de la colonia San Francisco. Casi todos reconocen, también, a los que llegan pero no viven ahí. Así, los lugareños confirman el relato de Gloria. Sabían de Osorio. Y sabían, también, que había prometido llevarse a Cindy a Estados Unidos a cosechar uvas por $1,000 al mes.