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Empecemos a hablar de sostenibilidad

Con el tiempo, la reflexión y el aprendizaje, las empresas se dieron cuenta de que la RSE era solo un accesorio.

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Comunicadora salvadoreña radicada en Santiago de Chile

La semana pasada se llevó a cabo la Semana de la RSE. Este evento, organizado por FUNDEMAS, se realiza hace ya varios años y se ha convertido en una de las pocas instancias para conversar en torno de temas vinculados con la anteriormente llamada Responsabilidad Social Empresarial.

Resulta, aunque a algunos no les guste mucho, que vivimos en un mundo en el que las empresas son un actor trascendental e importantísimo para la existencia misma. Analice su entorno, vea a su alrededor y se dará cuenta de que es imposible que no esté en contacto con, al menos, un producto o servicio que ofrece, al menos, una empresa.

Eso sí, no son inocuas, han causado muchísimos impactos –positivos y negativos– desde que iniciaron su misión transaccional hace tantísimos años. Y, poco a poco, las personas naturales se han ido percatando de que este accionar –independiente del tamaño de la empresa– tiene consecuencias sociales, ambientales y económicas.

La Responsabilidad Social Empresarial nació hace, al menos, 25 años como acciones dispersas, muchas veces filantrópicas, que se limitaban a donaciones a grupos usualmente vulnerables. La Teletón, por ejemplo, era respaldada en sus primeros tiempos como RSE por las empresas que participaban. Esto trajo consigo la desaprobación de este concepto por muchos grupos que la tildaban de lavado de imagen o como una treta más de las empresas para reducir su carga tributaria.

Con el tiempo, la reflexión y el aprendizaje, las empresas se dieron cuenta de que la RSE era solo un accesorio, que no dejaba de ser importante pero que no incidía en su rendimiento financiero ni comercial y, a veces, ni siquiera en su desempeño reputacional.

Al mismo tiempo, se dieron cuenta de que necesitaban vincular buenas prácticas en su cadena de valor, que estuvieran directamente relacionadas con su negocio para que no fueran elementos decorativos, sino que aportaran a su desempeño integral, es decir, financiero, social, ambiental, reputacional, etcétera. Y que así pudieran garantizar su sostenibilidad en el tiempo.

Es así como se evoluciona hacia el concepto de “sostenibilidad”: una mirada empresarial inteligente que integra el negocio con buenas prácticas que mitiguen o eliminen los impactos que su acción provoca en toda la cadena de valor a escala social, ambiental y económica; es decir, la sostenibilidad busca aminorar al máximo los riesgos con el objetivo de perdurar la mayor cantidad posible en el tiempo. A menor riesgo, mayor sostenibilidad.

En simultaneo, las personas también nos hemos vuelto más conscientes de los impactos que las empresas causan. Por ello, somos consumidores más exigentes, ciudadanos más informados y críticos que piden explicaciones a las empresas de dónde vienen sus productos o cómo tratan a sus empleados y proveedores, por mencionar un ejemplo.

Algunos países también han impulsado normativas y legislaciones que apuntan a incentivar a empresas más responsables y transparentes. En Europa, incluso se está hablando de “economía circular”, un innovador modelo económico que busca cambiar las formas de diseño y producción actuales.

Es decir, hay un contexto de exigencia social en torno de las empresas –así como una búsqueda propia por construir modelos de negocio que perduren en el tiempo– que ha impulsado una mirada más sostenible.

En El Salvador queda mucho por hacer. Aún estamos hablando de RSE y criticando a las empresas por sus donaciones. Por tanto, instancias como la promovida por FUNDEMAS son de gran relevancia para empezar a hablar de sostenibilidad.

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