ÁLBUM DE LIBÉLULAS (195)

Aquella mañana todo parecía igual que siempre: afuera, el clima propio de la estación; adentro, las premuras normales de la hora.

1595. NO HAY MEJOR ESPEJO…

Cuando se fue de su lugar de origen, lo hizo pensando en una nueva vida. Era joven, y podía descubrir caminos que desde ahí parecían inabordables. Luego de mucho trajinar, llegó a aquella pequeña ciudad italiana donde le ofrecieron trabajo como ayudante de cocina, porque tenía credenciales como chef en ascenso. Una tarde, caminando por las callejas atestadas de turistas, se cruzó con alguien que le trajo de inmediato el recuerdo de aquel personaje que había sido algo así como su mentor en la adolescencia. Ese alguien estaba decrépito y apenas caminaba. Le entró una angustia súbita. ¿Qué significaba su nueva vida? Era tarde y tenía que ir al restaurante a reasumir labores. Esa noche tuvo una pesadilla. Y en ella una voz le susurraba: “No hay mejor espejo que un amigo viejo”. Entonces lloró de nostalgia. Solo eso le quedaba.

1596. CONTIGO PAN Y CEBOLLA…

Desde que se conocieron, como niños en plan de adolescentes, en el festejo de cumpleaños de uno de los amigos del barrio, hubo entre ellos una sintonía perfecta. Entre ellos sí, pero entre sus parientes no. Y es que cada una de las familias decía querer algo superior para su descendiente. En esas estaban cuando se produjo un acontecimiento que puso todo en veremos: él ganó una beca para ir a estudiar al extranjero, y había que tomar decisiones de inmediato. La familia de ella se negó a que lo acompañara. Si se iba, tenía que hacerlo por su cuenta y riesgo. Entonces ambos reunieron en conjunto a las respectivas familias y ahí les expresaron que se irían juntos, aunque fuera a pasar penurias. Y él les recalcó: “Somos fieles creyentes en aquel refrán que dice: Contigo, pan y cebolla; y con otra, ni olla. Quédense con sus ollas…”

1597. HAZ BIEN…

Doña Milagros se sentía inspirada por su nombre, y por eso desde muy temprano en su vida tuvo inclinación irresistible al servicio de los demás. Cuando murió su marido y sus hijos se fueron a buscar oportunidades al Norte, ella se quedó sola en la casita suburbana donde vivió desde siempre. Se dedicaba a coser ajeno y a cocinar por encargo, y lo poco que le quedaba luego de gastar en lo elemental lo dedicaba a socorrer a sus vecinos más necesitados, que eran cada vez más. Muchos de los familiares jóvenes de aquella gente que tenía cada vez menos se habían incorporado a los grupos criminales, pero ella seguía en su afán, sin miedo ni reposo. Hasta ese día en que un par de delincuentes se metió en su casa y le quitó la vida sin necesidad porque doña Milagros no opuso resistencia. Hasta en las últimas dio el ejemplo.

1598. LO QUE NATURA NON DA…

Quería componer música. Dentro de él las armonías flotaban como hojas vivas en la corriente de un arroyo, pero por fuera nada revelaba cadencias armoniosas. En ningún instante, sin embargo, decayó su voluntad de responder al tenaz mandato interior. Lo pertinente era animarse al estudio formal en una academia confiable. Cumplió los exámenes de ingreso e inició el curso. Se esforzaba como el que más. Y pese a que su nivel nunca llegaba al plano superior, parecía ir encaminándose, hasta que de pronto llegó el silencio. Uno de sus maestros le explicó: “Es un mecanismo de defensa. Hay que sepultar el clavo de la duda y sembrar la semilla de la fe. ¿Has oído aquello de ‘Lo que Natura non da, Salamanca non lo presta’? ¿Y quién sabe dónde está lo que da Natura y qué es lo que Salamanca puede prestar?”

1599. ARRIEROS SOMOS…

¿Cómo era posible que después de tanto tiempo aquella imagen estuviera a solo unos centímetros? El aparecido lo saludó con efusión: “Hola, Chente, ¿te acordás de mí?” “Claro que me acuerdo, Chema. ¿Vos te acordás?” Habían sido vecinos, y tuvieron una disputa por la medición de las respectivas viviendas. Chema les encargó a unos sicarios que intimidaran a Chente, que acabó en un hospital y al salir escapó de la zona. “Te vengo a pedir un favor, Chente: que le permitás a tu hija andar con mi hijo… Se han conocido en la U”. “Ah, así están las cosas… Bueno, si me devolvés lo que me robaste, puede ser. ¿O querés que te mande sicarios? Ahora soy yo el poderoso. Tengo mi banda”. Chema retrocedió un par de pasos, como si quisiera huir en el tiempo. Pero no hay de otra: arrieros somos y en el camino andamos…

1600. OJOS QUE NO VEN…

La vida tiene derivaciones insospechadas. Y es que el camino de él y el camino de ella parecían ir de pronto en direcciones opuestas, después de tanto tiempo de íntima armonía en el trayecto. No podían escapar a aquel fenómeno existencial, y se hicieron a la idea. Pasado un largo período sin verse, tanto él como ella sintieron la necesidad imperiosa de recuperar la cercanía. Como habían perdido el contacto, tuvieron que andar en la búsqueda de indicios localizadores. Aquello resultó más difícil de lo esperado. Cuando se encontraron, los pálpitos mutuos les hicieron temer que el corazón se les saliera del pecho. Y entonces él dijo, animoso: “Le ganamos la partida a la sabiduría popular, que dice: ‘Ojos que no ven, corazón que no siente’. Nos pasó al contrario: ojos que no ven, corazón que se enciende…”

1601. MÁS VALE PREVENIR…

Aquella mañana, que era una de las primeras del tiempo vacacional, se levantó del catre con un zumbido extraño entre las sienes. Creyó que eso era simple producto de una mala posición, pero cuando le duró toda la jornada empezó a sospechar trastornos más delicados. Fue por fin a consultar a su médico de cabecera, que parecía ser experto en todo. Y el médico, ingenioso por vocación, le salió al paso: “Ya que decís que soy tu médico de cabecera, voy a ver qué te pasa en la cabeza”. De los exámenes superficiales no parecía salir nada. “Hay que hacer estudios más profundos…” “¿Por ejemplo?” “Una lavativa mental”. “¿Y eso?” “Vacaciones sin rumbo”. “¿Y si me pierdo?” “Sería lo que necesitabas. Terapia sigilosa. Probemos. Más vale prevenir que lamentar”.

1602. CUANDO EL SOL ALUMBRA…

Los tiempos eran difíciles, y lo mejor era el escape. En eso coincidían; pero no había coincidencia en el hacia dónde. Él hacia el Norte y ella hacia el Sur. Como si vivieran en un mapa mental contradictorio. Había que encontrar alguna salida, y él, imaginativo por naturaleza, se puso a pensar. De pronto: “¡Ya lo tengo! ¿Qué te parece si le preguntamos al Sol?” “¿Y cómo?” “Bueno, tirando una moneda a cara o cruz: cara, el Norte; cruz, el Sur”. “¿Y quién la tira?” “Tú”. La moneda, al caer, se perdió en el suelo ceniciento. “Pues nos quedamos, porque cuando el Sol alumbra no vale penumbra…”

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