El fuego de Hestia

Poder y equilibrio

Necesitamos modificar esos convencionalismos sobre los roles de lo masculino y lo femenino; así como el poder unidireccional y autoritario, para alcanzar un concepto de poder más amplio, más equilibrado y menos opresor.

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Life Coach en Comunicación Intuitiva

La mayoría de salvadoreños nacimos y crecimos en ambientes machistas. Esa ha sido y aún es la estructura social predominante en la que muchos aprendemos un modelo de relaciones que ha demostrado no solo que está obsoleto, sino que es extremadamente peligroso porque cultiva vínculos violentos en los que el poder está desequilibrado.

Personalmente, fue a partir de los 35 años cuando algunos eventos me llevaron a tomar consciencia de dónde había crecido, a recordar cómo desde muy pequeña había rechazado expresiones y prácticas sobre lo que significaba ser niña o mujer y que había observado en ese espacio inicial de mi vida. Reconozco que tuve que vivir, integrar y cambiar muchas de las enseñanzas de papá y mamá. El primero, repetía a sus hijas mujeres: «Tienen que trabajar, ser responsables y profesionales. Ser las primeras en llegar y las últimas en retirarse. Pero sobre todo no deben remover las aguas». Esto último significaba mantenerse calladas, sin cuestionar, y comportarse «suavemente». Luego mamá tuvo su oportunidad para sembrar sus ideas. Recuerdo que me decía que debía tener autosuficiencia económica y jamás depender de un hombre.

Estos mensajes sellaron muchos de mis comportamientos y dirigieron buena parte de mi vida. Me convertí en una profesional que trabajó durante muchísimos años hasta el agotamiento extremo, tratando de demostrar, a través de ello, mi valor y buscando no depender jamás de nadie, ni en lo económico ni en lo emocional.

Mi esfuerzo por convertirme en una profesional y alcanzar independencia económica rindieron algunos frutos. Sin embargo, llevé estos comportamientos hasta un lugar en el que nada ni nadie era más importante que el trabajo y la independencia. Esta fue la primera ruptura de ese sistema, que, aunque me permitía trabajar, me ceñía a ciertos comportamientos «aceptables» para una mujer. Al convertirme en adulta busqué desaprender, equilibrar e integrar nuevas formas de percibir mi valor como persona, así como los significados de éxito y de poder bajo mis propios términos.

Muchas cosas han cambiado desde esos primeros aprendizajes y rupturas. Ahora, cada vez más las mujeres nos incorporamos al mundo laboral, ganando nuevas y mejores posiciones, generando excelentes resultados en las áreas en las que nos desempeñamos, emprendiendo de acuerdo con nuestros deseos y necesidades, y modificando el concepto tradicional de poder en las familias y en los negocios.

Vivimos un cambio de época y muchos cuestionamos el sistema de creencias alrededor de varios temas como la vida en pareja, la independencia económica de las mujeres y su rol de cuidadoras de la familia; un proceso que nos confronta y que hace sentir, principalmente a las mujeres, culpa, desequilibrio y frustración, entre un amplio arco iris de emociones que muchas veces nos cuesta digerir y comunicar abiertamente.

Los cambios nunca son fáciles de transitar, ni a escala personal ni social. Pero estos llegan por más que nos resistamos. Necesitamos modificar esos convencionalismos sobre los roles de lo masculino y lo femenino; así como el poder unidireccional y autoritario, y las relaciones opresivas que surgen de este.

La gran ventaja de estos procesos de cambio es que nuestras relaciones se vuelven más reales y honestas; establecemos modelos más saludables para vincularnos y sobre todo que ayudamos a mostrar con el ejemplo a las nuevas generaciones, para que ellas a su vez reconozcan su capacidad, sus derechos, y establezcan límites sanos.

Todo esto nos deja como resultado un concepto de poder más amplio; uno que viene de adentro, más equilibrado, fluido y menos opresor.

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