De cuentos y cuentas

El mundo que queremos

Se vincula a los movimientos feministas con extremismo, con violencia, con burlas, con extravagancias, y se deja de lado el verdadero valor de sus conquistas.

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Periodista

¿Se ha pensado cómo sería su mundo ideal? En el mío, entre otras cosas, habría más comunicación: hablaríamos en lugar de asumir, y argumentaríamos en lugar de atacar. Se vería a la violencia como algo a evitar a toda costa, y la empatía sería un valor inherente a cada persona.

Sé que un mundo ideal no existe, que la utopía es como la inyección de combustible que mantiene funcionando al motor, necesaria para avanzar. Sin embargo, cada día pienso en los cambios necesarios para que nuestra realidad sea mejor, más equitativa y más justa para todos.

Entre los pilares de estos cambios está la equidad de género. Las mujeres, relegadas por siglos como seres de segunda categoría, no éramos consideradas ciudadanas ni sujetas de derechos. No podíamos hacer casi nada sin el permiso de un esposo o del padre, ni siquiera tener propiedades, y mucho menos votar. Poco a poco esto fue cambiando, pero no de forma espontánea, sino gracias a la lucha de mujeres que en muchos casos tuvieron que sacrificar su libertad o hasta su vida para conquistarlos.

En nuestra época, el avance es tal que muchos creen que los feminismos ya no son necesarios. Se acuñan términos como «feminazi» y entre las mismas mujeres se repiten aseveraciones de que «no las representan». Se vincula a los movimientos feministas con extremismo, con violencia, con burlas, con extravagancias, y se deja de lado el verdadero valor de sus conquistas.

Los feminismos –sí, en plural, porque son variados, y conceptual y teóricamente distintos entre ellos– son necesarios. Lo son porque aún hay millones de niñas alrededor del mundo que son explotadas, abusadas, violadas, menospreciadas o vendidas. La realidad de la gran mayoría de niñas pobres es soportar todo esto dentro de sus mismos núcleos familiares, estar expuestas al abandono o a que se les vea como una carga.

Cientos de miles de niñas no tienen acceso a la educación en regiones como América Latina, porque los padres lo consideran un desperdicio, y solo se envía a la escuela a los hijos varones. Estas mismas niñas crecen sin la preparación necesaria para obtener un trabajo que les permita tener un ingreso digno con el que atender y criar mejor a sus hijos. Por ello, la mayoría de «ninis» –jóvenes que ni estudian ni trabajan– de la región son mujeres (Banco Mundial, R. de Hoyos, 2016).

Las mujeres pobres son además las más expuestas a abusos y maltratos, y las mujeres, sin importar su nivel de ingreso, tienen un mayor riesgo a sufrir de violencia intrafamiliar. En El Salvador, una abrumadora mayoría de los casos de violaciones son mujeres, y de cada 10 casos, seis son menores de edad.

En cuanto a la violencia homicida, pese a que los hombres jóvenes constituyen el mayor porcentaje de víctimas, el victimario es también mayoritariamente del sexo masculino. En los feminicidios, el perpetrador no es solamente siempre un hombre, sino alguien con una relación de poder sobre la víctima.

Y si una mujer fue lo suficientemente privilegiada como para estudiar y contar con un trabajo, se enfrenta con la brecha de ingreso: un hombre en El Salvador gana, en promedio, un 17 % más que una mujer con la misma calificación y en un puesto con la misma responsabilidad.

Esta misma mujer encontrará que, al momento de jubilarse, tendrá una pensión inferior a la de un hombre, porque ahorró menos dinero —ganaba menos— y cotizó por menos tiempo, pese a que su expectativa de vida es mayor.

Le pido al lector, pero sobre todo a la lectora de estas líneas, que piense un poco sobre la realidad que viven sobre todo las niñas y mujeres de los sectores menos privilegiados. Allí donde hay pobreza, marginación, promiscuidad, donde el incesto se normaliza y se perdona, allí la lucha está apenas empezando, allí el camino es larguísimo por recorrer, y allí las conquistas son tan urgentes y difíciles como lo fueron para las primeras feministas hace más de un siglo.

Un mundo con mejores condiciones para las niñas y las mujeres es un mejor mundo para todos.

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