Terapeutas que sanan con arte y animales
Dos mujeres, artistas y terapeutas, se han dedicado durante los últimos años a brindar terapia en El Salvador a través de métodos alternativos. Exploran la creatividad y la ternura como herramienta de cambio. Las dos se formaron en Europa e intentan impulsar diferentes opciones para tratar traumas y otras condiciones de salud. Una de ellas trabaja con animales en una granja; y la otra, con artes plásticas. Aquí cuentan cómo es posible aprender a superar fobias y recibir terapias al lado de caballos, burras y pinturas.
Gabriel es un niño de 12 años y de ojos claros. Últimamente admira mucho a los superhéroes. Su favorito ahora es Iron Man. Su papá, dice, es parecido a Capitán América. Repite las películas y su madre, Gabriela Mebius, ya se las sabe de memoria. Cuando Gabriel estaba cerca de cumplir los tres años le diagnosticaron con un trastorno dentro del espectro autista no identificado. Esto suele traer, entre otras cosas, dificultades en la expresión, concentración y en la habilidad de realizar más de una actividad a la vez.
Durante la mañana estudia quinto grado en un colegio privado y durante las tardes asiste a un club de tareas y terapias. Hace unos años, los doctores sugirieron medicarlo por problemas de atención. Su familia buscó entonces probar otras opciones para mejorar su concentración. Y eso lo trajo hasta Cometa, un caballo.
Cometa es un caballo café y manso. Esta mañana lo están capacitando para que siga a su guía sin necesidad de una cuerda o de una orden severa. Es miércoles y Naara Salomón se coloca frente a él y le indica hacia dónde avanzar. Ella camina y él la sigue, como si se tratara de un cachorro. La terapeuta se detiene y Cometa, también. Entonces, el caballo busca meter su cabeza debajo del brazo de la mujer. Pide una caricia. Ella lo abraza. El caballo, calmado, recibe el mimo. Cuando están con niños, forman un equipo. En algunas terapias asistidas por animales, al caballo se le conoce como un “coterapeuta“.
Naara Salomón es miembro de la Asociación Suiza de Zooterapia. En 2013 creó La Granja Pedagógica, un espacio a media hora de San Salvador donde brinda talleres colectivos y terapias individuales con animales. Atiende a personas con dificultades personales y a niños que necesitan desarrollar cierto nivel de motricidad y confianza en sí mismos y en los demás. Desde ahí, ha entrenado a animales a través de un método basado en el “liderazgo sin violencia”. En la granja hay aves, gatos, burras, yeguas y caballos.
Gabriel asiste todos los fines de semana a este espacio desde hace un año y medio. Hace 18 meses tenía fobia a las gallinas y temía a los caballos. Ahora, cada sábado, acompaña a su terapeuta a alimentar a las aves. A veces habla con ellas, les cuenta sus cosas. Luego va a su terapia con Cometa. A él lo monta, lo abraza y lo cepilla. Tras un año y medio de terapia, su mamá nota los resultados: lo ve más sereno con los animales, más concentrado.
Resistir como Sirena y Capitán
La historia de esta granja comienza con el abandono. Capitán, un caballo grande y blanco, fue abandonado en la carretera que conduce hacia Chalatenango. Fue atropellado y luego recibió un balazo en la pierna. Los lugareños fueron testigos, pero no podían hacerse cargo de él. Los caballos, como los humanos, son animales sociales y pronto encontró compañía. Se le unió Sirena, una yegua que también fue abandonada en la zona. Tenía la pata dañada por haber quedado atrapada en un alambre de púas y, como en el caso de Capitán, la herida estaba infectada. Por miedo, no dejaban que ningún humano se les acercara.
Los dos caballos, desde entonces, se mantuvieron juntos. “Por haberse encontrado en la calle, encontraron solidaridad y esa solidaridad les permitió creer en la vida”, asegura Naara. Capitán no caminaba bien, tenía las patas dañadas, pero aún lograba sostener su peso. Durante meses, los caballos se mantuvieron juntos hasta que fueron rescatados en mayo de 2012.
La terapeuta cuenta esta historia desde el comedor de su casa en San Salvador. Para probar cada hecho, muestra fotos en su computadora: se puede ver a los caballos que deambulaban en el monte, desnutridos. También hizo el registro de las heridas de cada uno.
Salomón llegó hasta ellos a través de una amiga que los vio al conducir por la carretera. “Éramos unas locas”, dice ahora entre risas. Llegaban a la zona, preguntaban a los lugareños por dónde se habían ido los caballos e ingresaban en senderos, entre arrozales, con alimento. Así se ganaron la confianza de los animales.
Sirena y Capitán dejaron que el par de mujeres se acercara y así fueron rescatados. Los trasladaron hacia un terreno cerca de la carretera a Santa Ana. Allá, un veterinario le brindó un espacio donde podría darles cobijo mientras se recuperaban. Cuando los animales ya habían salido de peligro, Naara los entrenó para que pudieran estar rodeados de personas y seguir indicaciones.
Naara Salomón nació en Suiza. Allá tuvo su primer encuentro con un caballo a los dos años, y a los ocho ya se encontraba realizando equitación. “Desde que tomé conciencia, me costaba mucho haber nacido entre seres humanos. En la adolescencia empecé a odiar a los humanos porque odiaba la violencia”, explica. Los caballos se convirtieron en su refugio. Luego empezó su formación como artista, y cuando tenía 19 años se mudó a El Salvador, donde también trabaja como actriz de teatro. En sus viajes a Europa se formó pedagógicamente como terapeuta. Actualmente es miembro de la Asociación Suiza de Zooterapia.
La granja abrió al público con su proyecto piloto en 2013. Algunas de las terapias que brinda son cobradas. Otras forman parte del trabajo que ella dona a organizaciones que tratan a niños con escasos recursos, víctimas de violencia o familias con problemas económicos cuyos hijos lo necesitan.
En esta granja los animales son curiosos e inmediatamente reciben al visitante. Buscan caricias. Hace seis años, Sirena y Capitán empezaron a recibir visitantes. Después, concibieron a Naahual, una yegua gris y parchada. Contra todo pronóstico y, a pesar de tener las patas muy dañadas, Capitán vivió varios años después de ser rescatado. Murió en junio del año pasado.
La historia de Sirena y Capitán se convirtió en una herramienta para dar a conocer el significado de la resiliencia a las personas que reciben terapia. La ‘resiliencia’ es un término de la psicología que hace referencia a la capacidad de una persona para superar experiencias traumáticas. “Contando esta historia –dice Naara– yo a veces tengo a jóvenes llorando. Nos toca porque esta puede ser nuestra historia también. Cada uno hemos vivido cosas duras y las vemos reflejadas en estos animales”.
“Desde que tomé conciencia, me costaba mucho haber nacido entre seres humanos. En la adolescencia empecé a odiar a los humanos porque odiaba la violencia”, explica. Los caballos se convirtieron en su refugio. Luego empezó su formación como artista y se mudó a El Salvador, donde también trabaja como actriz de teatro”.
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PONER LOS LÍMITES
“Se mercadean libros de colorear como si fuera arteterapia, pero la arteterapia es algo que involucra diferentes técnicas artísticas, es una profesión”, comienza por explicar la terapeuta Ruth Guttfreund. Su trabajo es un casamiento entre la psicología y el arte que, a veces, es difícil de entender incluso para los propios psicólogos salvadoreños.
“Algunos psicólogos no tienen experiencia artística, entonces es muy difícil para ellos entender algo que no conocen porque el país retiró el arte de la educación, no tuvieron acceso”, expresa la arteterapeuta profesional.
Ella estudió Educación Especial en Israel. Mientras lo hacía, recibió una clase de Arteterapia y supo que se quería dedicar a eso. Se mudó a Inglaterra e intentó ingresar a un posgrado en Arteterapia. Ahí le indicaron que, para poder trabajar en este campo, primero tenía que formarse como artista. Para ello, se educó en el campo de las Artes Plásticas. Luego, obtuvo una Maestría en Psicología de la Terapia y Consejería.
“Cuando regresé al país, en 2003, el término ‘arteterapia’ ni se utilizaba”, comenta desde CentrArte, el espacio en el que ahora brinda sus terapias a personas en diversas situaciones: desde problemas en el aprendizaje hasta personas que se encuentran en situaciones emocionalmente vulnerables. También desarrolla proyectos de impacto social con comunidades.
“Lo central en un proceso de arteterapia es hacer arte. Eso es lo que ayuda a sanar. Trabajamos con plastilina, barro, témpera, pintura acrílica, etcétera”, dice la experta. Este tipo de terapia es tan poco conocido que, cuando alguien llega a la terapeuta, se realiza una plática donde se explica el proceso y sus principios. La base de la que se parte es simple: todo mundo es capaz de crear. Luego se procede a realizar pinturas o esculturas a partir de reflexiones y el reconocimiento de las emociones. Detrás de cada pieza que Ruth le pide hacer a la persona se encuentra un razonamiento y una guía emocional.
En CentrArte brinda terapias individuales. Uno de los cuartos de este lugar está lleno de materiales de arte y carpetas de las diferentes personas que reciben terapia. Ruth guarda las pinturas o dibujos que la gente va produciendo mientras trabaja en su situación. Al final del tratamiento, pueden observar su evolución a través de un recorrido gráfico.
Guttfreund también brinda talleres colectivos. Uno de los últimos talleres que guio hace unos días fue sobre el “no”. Costó $20 y tuvo una duración de dos horas. “Piense en las circunstancias en las cuales ha sentido problemas de límites”, le pidió Ruth a las siete mujeres que asistieron al taller el sábado pasado. En base con esas experiencias, les pidió expresar esas situaciones no con palabras, sino a través de lápices de colores, yeso pastel y otras técnicas. Pronto, revela Ruth, algunas de ellas lloraron.
Las técnicas artísticas permitieron que las talleristas se expresaran de manera libre. “Es más difícil decir no para las mujeres que para los hombres. En general, el hombre ha sido más entrenado a poder decir qué quiere y qué no quiere, y la mujer más hacia estar ahí para los demás”, reflexiona Ruth desde su lugar de trabajo.
APRENDER A DECIR NO
Un caballo –guiado por alguien más– camina lento y en línea recta hacia una niña que permanece quieta. Los caballos aunque mansos no dejan de ser imponentes ante los niños. En el juego que se realiza en La Granja Pedagógica hay un conflicto: quien dirige al caballo no puede parar aunque su compañera esté cerca. Debe avanzar con el animal hacia la niña. La menor, por su parte, no tiene que moverse. Debe gritar: “auxilio”, para que alguien más llegue y cambie la dirección del caballo para evitar que los dos choquen.
La pedida de socorro, sin embargo, no puede ser cuando el caballo esté lejos, sino en un momento oportuno. Justo antes de que se acerque demasiado, la niña grita: “Auxilio”. Pero ni las demás niñas ni los tutores que la acompañan llegan a desviar al caballo. Naara se dirige al caballo y le indica una nueva ruta. “¿Ven?”, le dice al resto; “a veces alguien nos pide ayuda y no se la damos”, afirma.
En la dinámica no se pone en peligro a nadie, pero se entrena la habilidad de pedir ayuda. Esa habilidad básica le ha sido robada a algunas niñas y necesitan practicarla en un contexto lúdico y seguro. La niña que pidió auxilio, junto al resto de niñas que la observaban, pertenece a un grupo de niñas supervivientes de violencia sexual. Reciben tratamiento psicológico en el Hospital Nacional San Rafael de Santa Tecla. Naara se preocupa de guardar sus identidades, pero accede a mostrar en video y fotos los ejercicios que realiza con niñas y adolescentes menores de 14 años.
Maritza Anaya es psicóloga del programa que atiende a niños y adolescentes víctimas de abuso sexual en el Hospital San Rafael. Desde su oficina en Santa Tecla asegura que en esta área se busca brindar terapia multidisciplinar a los sobrevivientes del abuso. Una vez al mes, las niñas de este programa viajan hacia La Granja para realizar diversos ejercicios.
A veces, los ejercicios son tan simples como hacer una rueda y decir una palabra. Por ejemplo: una persona les pregunta a las niñas si les puede dar un abrazo. Las niñas deben decir “no” sin sentirse mal. Así, entrenan su habilidad de negarse a hacer algo y expresarse energéticamente a pesar del trauma que queda tras una agresión sexual.
Este grupo visita La Granja Pedagógica una vez al mes. Viaja en microbús desde el hospital, acompañado de un tutor. El transporte lo provee el hospital. “Cuando no se tiene, encontramos a personas altruistas que nos apoyan con el transporte, porque todo esto es gratuito para el paciente”, sostiene Anaya.
La psicóloga indica que a través de estos ejercicios “se trabajan las emociones y cómo respetar el espacio personal”. En el hospital, explica Anaya, están intentando brindar otras terapias a las niñas, además de la atención psicológica tradicional: yoga, arteterapia, y las visitas a La Granja.
Salomón afirma que mantener a un caballo en condiciones óptimas para el trabajo cuesta alrededor de $300 mensuales. Sin embargo, a diferencia de las terapias individuales, ella no cobra por el trabajo que realiza con las pacientes del Hospital San Rafael.
“Lamentablemente hay profesionales que se cierran a creer que solo (un psicólogo) puede curar a la persona. Creo que ya es tiempo de ir dando la apertura a que hay otras disciplinas o terapias que pueden aportar mucho para la salud mental de una persona. Creer en esas terapias es darle la oportunidad al paciente de que tenga más alternativas de sanación”.
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SUPERAR MIEDOS
A pesar de que hay estudios que prueban los beneficios de las terapias alternativas para las personas que pueden acceder a ellas, aún hay resistencia para aceptarlas entre los terapeutas tradicionales. Así lo explica Maritza Anaya del Hospital San Rafael.
“Lamentablemente hay profesionales que se cierran a creer que solo (un psicólogo) puede curar a la persona. Creo que ya es tiempo de ir dando la apertura a que hay otras disciplinas o terapias que pueden aportar mucho para la salud mental de una persona. Creer en esas terapias es darle la oportunidad al paciente de que tenga más alternativas de sanación”.
Las historias de quienes reciben terapia alternativa para enfrentar ciertas situaciones en su vida están marcadas por pequeñas conquistas. En el caso de Gabriel, el niño de 12 años y ojos claros, la conquista ha sido lograr la calma rodeado de animales. Esa calma ha permitido mejorar su concentración, su movimiento y su seguridad.
“Ahora él hace toda la rutina, cepilla al caballo, le pone el arnés, se pone el casco, se sube al caballo y empieza a caminar y a trotar. Él ya creó el vínculo de confianza con el animal y le fascina escuchar su corazón”, cuenta su madre, desde una cafetería. “Verlo a él ir logrando ciertas cosas, como darle de comer a las gallinas, es verlo como que se está graduando de algo porque sabemos lo que le ha costado”.