Los otros cuidadores del clima

Las comunidades mayas asentadas en cuatro países centroamericanos y en el sur de México cuidan de la tierra y del bosque, porque la sabiduría histórica los toma como fuente proveedora de vida. Ante el cambio climático, las comunidades han impulsado mayor protección a los ecosistemas para preservarlos.

Fotografías de EFE
Vida. La sabiduría de las comunidades mayas resiste a través del tiempo. Consideran que la tierra es la proveedora de la vida y por esto es importante cuidarla.

La sabiduría de los indígenas mayas lacandones dice que cuando un árbol cae, cae una estrella del cielo, y con esa filosofía los pueblos descendientes de la antigua civilización mesoamericana mantienen hoy en día un concepto de sostenibilidad basado en el cuidado a la naturaleza.

Los actuales mayas, asentados en comunidades a lo largo de cuatro países centroamericanos – Guatemala, Honduras, El Salvador y Belice-, además del sur de México, guardan celosamente el legado de sus ancestros, para quienes la madre tierra era la fuente proveedora de vida, y por eso la respetaban.

Un respeto al que se intenta regresar ahora, cuando los efectos del cambio climático se dejan notar en el mundo, y suponen una amenaza para la subsistencia de estos pueblos, donde los meses de lluvias se han visto acortados por periodos de fuertes sequías que amenazan sus cosechas.

LA MILPA, EL CULTIVO SOSTENIBLE

En cada uno de los países que forman el Mundo Maya, las comunidades mantienen como forma de cultivo la milpa, un término derivado del náhualt que significa “lo que se siembra encima de la parcela”, y que consiste en una porción de tierra en la que se plantan distintos tipos de semillas, como maíz, frijol o calabaza, que constituyen su dieta básica.

“Hacer milpa” significa realizar todo el proceso productivo, desde la selección del terreno hasta la cosecha, usando los conocimientos de la naturaleza, entre ellos la influencia de la luna sobre la tierra para la recolección, o los tiempos de lluvia para la siembra, “aunque eso con el cambio climático ha variado mucho”, explica a Efe Juan Diego Ramos, de la comunidad tzutujil maya de San Juan La Laguna, en Guatemala, situada a los pies del lago Atitlán.

En esa localidad, la asociación Rupalaj Kistalin viene desarrollando desde 2005 un plan de educación destinado a crear conciencia en las nuevas generaciones sobre la importancia de respetar el entorno natural en el que viven. Y lo hacen mediante proyectos de recolección de semillas de árboles nativos, que pasó luego a un vivero especializado en el cuidado de las plantas.

Desde entonces se han sembrado 30,000 árboles, de los cuales el 50 % se ha destinado a la reforestación del área circundante a los nacimientos de agua, mientras que la otra mitad se entrega a la cooperativa de café de la comunidad para crear parcelas demostrativas de ese cultivo.

“De los árboles del bosque se hace un censo y se identifican y no todos se pueden extraer, tan solo uno por hectárea y tienen que haber cumplido su ciclo de vida, es decir tienen que tener unas dimensiones específicas. También hay algunos que son maderables pero que se dejan para cumplir la labor de semilleros”, indica Juan Ariel Pop.

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EL XATE Y LA MADERA

En Uaxactúm, a 25 kilómetros al norte del impresionante sitio arqueológico de Tikal, sus 963 habitantes censados viven fundamentalmente de la producción del Xate, una planta decorativa que exportan a Estados Unidos, y de la madera.

Esta comunidad, ubicada en el corazón de la Reserva de la Biosfera Maya, es una de las beneficiarias de las 9 concesiones forestales -la más grande- que el Gobierno de Guatemala ha repartido en el área del de Petén. 83,558 hectáreas de bosque que permanece intacto desde hace 100 años.

“El bosque nos da vida y hace que nos mantengamos acá de una manera sostenible y también para las futuras generaciones”, señala a Efe Melvin Barrientos, representante legal de organización encargada del manejo y la conservación del bosque.

La comercialización del Xate constituye “el pan diario” para los habitantes de Uaxactúm, indica Juan Ariel Pop, guía y coordinador de la comisión de turismo de la zona, y ha supuesto una oportunidad laboral para las mujeres y los jóvenes de la comunidad, que trabajan en la planta de producción en turnos rotatorios para pagarse los estudios.

Esos jóvenes son también los encargados de llevar a cabo la reforestación del Xate cada año, con el cultivo de 40,000 nuevas semillas.

La caoba y el cedro son dos de las maderas que se trabajan en el aserradero de la comunidad, pero “siempre de una manera sostenible“, remarca Pop, porque la tala de los árboles se realiza en un área específica durante cinco años, y luego se reforesta.

“De los árboles del bosque se hace un censo y se identifican y no todos se pueden extraer, tan solo uno por hectárea y tienen que haber cumplido su ciclo de vida, es decir tienen que tener unas dimensiones específicas. También hay algunos que son maderables pero que se dejan para cumplir la labor de semilleros”, indica.

Reforestación. En San Juan La Laguna, en Guatemala, se han sembrado 30,000 árboles de los cuales el 50 % se destina a la reforestación del área cercana a nacimientos de agua.

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LOS LACANDONES, CUIDADORES DE LA SELVA

En el estado mexicano de Chiapas, los indígenas que conforman la Comunidad Lacandona decidieron en asamblea prohibir la actividad pecuaria en la zona para evitar la desforestación de su selva.

Ellos sienten una “simbiosis con la selva” y por eso la comunidad lucha para que no se divida y reparta. “Todo es comunitario y no se puede vender”, señala a Efe Enrique Chankin, indígena lacandón que regenta con su familia el centro de ecoturismo Top Ché.

Pocos kilómetros más allá, junto al río Usumacinta, se establecieron los Choles, a quienes el Gobierno mexicano dio tierras de cultivo para asentarse, y que ahora trabajan en el mantenimiento del entorno agrupados en una cooperativa mediante el programa gubernamental “Sembrando vida”.

Sin embargo, “si llega otro Gobierno y no le da seguimiento al proyecto de nada servirá”, señala Pascual Sánchez, presidente de la cooperativa Nueva Alianza, quien alerta también de la gravedad de la desforestación de la selva.

“Si no hay árboles se incrementa el calor y la lluvia es torrencial”, advierte, pero los apoyos para evitarlo “deben llegar directos al pueblo”.

“Son las ONG las que trabajan para eso, pero al pueblo llega un tanto por ciento muy pequeño de las ayudas. Sólo una quinta parte. Hay que aportar de forma directa, para que también el cambio sea directo”, concluye.

Efectos. Los efectos del cambio climático ya se hacen sentir en esta región, donde existen mayores períodos de sequía.
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