Gabinete Caligari

Epifanías secretas

La emoción que me causó fue tan profunda que cuando lo terminé, cerré la contratapa y me quedé viendo la edición con una serie de emociones y pensamientos corriendo a mil.

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Escritora

¿Cuál fue el libro que cambió su vida? Es una pregunta que se nos hace con frecuencia a los escritores, pero que también se hace entre lectores. ¿Qué significa exactamente eso de que un libro te cambie la vida? ¿Se dejó de creer en algo? ¿Se cambiaron hábitos de vida o maneras de hacer las cosas? ¿Se mudó de país? ¿Adoptó una nueva religión? ¿Puede un libro producir transformaciones profundas en una persona?

No sé si un libro me bastaría para hacer ese tipo de cambios. Sobre todo, no creo que ocurriría con novelas o cuentos, es decir, con libros de ficción. Quizás podría ocurrir con la lectura combinada de varios libros y con algunos hechos de la realidad que respalden las circunstancias del lector.

Pienso en libros como La Biblia, el libro más traducido y publicado en toda la historia. O en El Capital de Karl Marx, otro libro con gran número de ediciones en todo idioma y con profunda incidencia en los sistemas económicos que la humanidad ha tratado de implementar. Más recientemente, los libros de auto ayuda y ciertos ensayos, pueden influenciar a los lectores que buscan algún tipo de orientación para comprender y mejorar aspectos de su realidad con los que se sienten insatisfechos. Es posible que encuentren en alguno de ellos información de fondo, sugerencias o análisis que les ayuden a superar alguna etapa negativa de sus vidas o el estímulo necesario para lanzarse a realizar proyectos nuevos.

Sin embargo, ¿es posible que la literatura de ficción nos haga cambiar? Me atrevo a decir que sí, aunque nos impulse a otro tipo de cambios, relacionados con el oficio de escribir y no con la sobrevivencia económica ni con el oficio de vivir. O quién sabe porque, a fin de cuentas, escribir es también una forma de asumir la vida. En mi caso, dos son los libros que marcaron ese tipo de cambios.

Ya he mencionado en más de alguna ocasión cómo me impactó la lectura de Heidi, novela de la escritora suiza Johanna Spyri. Tenía 6 o 7 años y aunque había muchos libros en casa, era la primera vez que me sentaba a leer uno de principio a fin. El libro me lo regaló mi tío, antes de aprender a leer. En el colegio no se nos hacía tanto énfasis en la comprensión de la lectura como en leer de corrido y en cumplir con las pausas de puntuación.

Leer Heidi me fascinó porque fue descubrir la lectura comprensiva. La emoción que me causó fue tan profunda que cuando lo terminé, cerré la contratapa y me quedé viendo la edición con una serie de emociones y pensamientos corriendo a mil. Entendí todo, cada frase, cada párrafo. Me identifiqué con el personaje central, algo que nunca pasaba con las lecturitas que nos daba sor Ardón en el colegio. Me pareció maravilloso que existieran ese tipo de historias y que hubiera personas que las escribieran. Pensé de inmediato que eso sería algo que me gustaría hacer a futuro, escribir historias. Fue toda una epifanía.

Heidi significó el descubrimiento de una vocación, del oficio al que le he dedicado mi vida. Pero también significó el inicio de mi obsesión con los libros y la lectura, porque a partir de entonces, comencé a leer el periódico, las revistas y los libros que había en casa. Cada vez que mi padre o mi tío me preguntaban que quería de regalo, lo único que pedía era libros. Muchas veces leí cosas que no comprendía a fondo, pero no importaba. Pedí un diccionario, aprendí palabras nuevas y pensaba que, cuando fuera grande, volvería a leer todas esas partes y libros que no entendía entonces.

Otro libro que marcó un tipo de cambio personal, aunque más como escritora que como otra cosa, fue la lectura de Ulises de James Joyce. Me empeñé en leerlo por su importancia dentro de la literatura moderna pero no fue una lectura fácil ni inmediata. Intenté 2 o 3 veces leerlo y me rendía a eso de las 50 páginas, dejándolo para después. Lo intenté una cuarta vez y, no sé por qué, en esa ocasión sí me atrapó y no pude soltarlo hasta concluir.

Al igual que con Heidi, recuerdo el momento en que terminé y cerré la contratapa. El primer pensamiento que tuve, después de una sensación abrumadora de asombro, fue la convicción de que es posible hacer de todo en literatura. Joyce había retratado un día en la vida de un personaje, Leopold Bloom, con sus ires y venires, sobre todo estudiando su fluir de pensamientos, un ejercicio que tienta a muchos escritores. La ambición de retratar la cotidianidad de un personaje, siguiéndolo en detalle, pero sobre todo reconstruyendo sus procesos mentales, es un reto al que nos atrevemos en pocas estrofas o páginas, pero no en un libro de 800 páginas.

Joyce utiliza la técnica del fluir de la conciencia para cumplir el cometido. Humor, reflexión, diálogos, monólogos y hasta una pieza teatral caben dentro del mundo de Ulises. Dicha variedad de recursos es lo que le otorga riqueza, pero también complejidad a la obra, desalentando a muchos a continuar con su lectura. En lo personal, Ulises me concedió el permiso de escribir mis textos de la manera en que se me ocurrieran, aun cuando a mí misma me pareciera que tenían un formato inusual.

No todos los libros nos tocan o afectan de la misma manera. La combinación del libro que leemos junto con el momento y el estado emocional que estamos viviendo, puede permitir que una lectura nos sacuda a fondo, marcando un antes y un después muy claro en nuestras vidas.

Ese es el enigma de los libros, que pueden parecer mensajes exclusivos, dirigidos a nuestra persona, como si existiera un vínculo misterioso con alguien que escribe solamente para nosotros y que nos envía un montón de epifanías secretas, escondidas en las páginas de un libro.

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