El desgaste de Montecristo

Las comunidades y los ecosistemas alrededor del Parque Nacional Montecristo comparten la necesidad del agua. Aunque ambos necesitan coexistir para perdurar, la subsistencia impulsa al desequilibrio. Los bosques perdidos en las laderas han llevado la situación a un punto crítico.

Fotografías de Éricka Chávez
Laderas. Las elevaciones afuera del Parque Nacional Montecristo están habitadas por comunidades y propietarios de grandes extensiones. Aunque hay tratados que buscan la conservación de los bosques y los mantos acuíferos, cambiar el uso de suelos es una constante.

“Aunque estuviera el sol despejado, aquí siempre se siente como estar en aire acondicionado”, dice Gabriel. La espesura de un bosque primario da la sensación de un mundo diferente.

Gabriel es cauteloso y prefiere no incluir su apellido al presentarse. Sí cuenta que es guardabosques y tiene 55 años. Fornido y con muestras tímidas de canas, relata que las veredas por las que camina fueron abiertas por su abuelo. Cien años después, él solo se encarga de limpiarlas de la acumulación de hojarasca en la época lluviosa.

Gabriel es uno de los habitantes del caserío Honduritas, dentro del cantón El Rosario, en Metapán. Su comunidad tiene cerca la frontera con Honduras y el Parque Nacional Montecristo. Para llegar a donde trabaja, debe atravesar calles de tierra y pastizales en un trayecto de 1 hora.

El terreno boscoso que cuida Gabriel, a una altura de 2,000 metros sobre el nivel del mar, es un área protegida privada. Para avalar la entrada, la organización a cargo toma precauciones: pidió no revelar su identidad ni su ubicación exacta, tiene miedo de atraer invasores y turistas. Conservar es su objetivo, así que quiere que el bosque permanezca intacto a toda costa.

Bosque original. El tiempo, la sombra, la altura y la humedad permiten que diversas plantas crezcan sobre los troncos y puedan acumular agua.

Alfredo Umaña vive en Metapán, a unos 10 kilómetros del Parque Nacional Montecristo y a unos 20 kilómetros de donde trabaja Gabriel. Tiene 23 años y trabaja como guía de camino para quienes obtienen acceso al área protegida privada, por lo que conoce bien las calles y las comunidades de la zona. En lo alto lo espera Gabriel, a quien cuesta localizar debido a que en lo alto de su comunidad solo hay señal de una compañía telefónica.

Antes de comenzar la empinada calle para ir a los cantones de la zona alta, en el cantón San Miguel Ingenio, la ruta 463, una de las pocas que pasan por la zona, hace su parada. Llega una vez al día desde Metapán hasta el municipio de Citalá, en Chalatenango, y de regreso. No existen rutas que se internen hasta lo profundo de las comunidades, cuenta Alfredo. Si tienen suerte, un carro que pase por la zona y les dé aventón puede evitarles subidas de hasta cinco horas.

Estas comunidades son las que rodean al Parque Nacional Montecristo. Son los cantones El Rosario al este, El Limo al oeste y una parte de San José Ingenio que está fuera del área declarada como protegida al sur. Al norte, parte de El Limo, está el punto trifinio. La elevación en la zona inicia a partir de los 1,000 metros sobre el nivel del mar y puede llegar hasta los 2,000. Bajo la ley de áreas naturales protegidas, este territorio es la zona de amortiguamiento de Montecristo.

Incendios. Aunque este año el fuego no entró al parque, la zona de amortiguamiento sí sufrió los efectos de la quema.

“Montecristo es una fuente muy importante de agua para toda la zona en la región del alto Lempa”, cuenta Pablo Galán, asistente técnico del herbario ubicado en el Jardín Botánico La Laguna, en Antiguo Cuscatlán. Sus investigaciones sobre las plantas del lugar lo han llevado a conocer el sitio de cerca, así como su importancia. “La vegetación es diversa por las elevaciones. Comienzan desde los 600-700 metros sobre el nivel del mar y llegan a los 2,400. La diferencia altitudinal da diferentes tipo de ecosistemas”.

Montecristo es un macizo montañoso que abarca los territorios de El Salvador, Guatemala y Honduras. Los territorios de los tres países se conectan en el punto trifinio, ubicado en la parte más alta de la montaña. Luego parte en altibajos hacia cada territorio. La división montañosa en el país, dentro de la cordillera de Metapán-Alotepeque, posee un aproximado de 7,111 hectáreas, 1,973 están protegidas como parque nacional desde 1986.

Las 6,926 hectáreas restantes son la zona de amortiguamiento, que se extiende por comunidades y ecosistemas desde Metapán, en Santa Ana, hasta La Palma, en Chalatenango.

En las zonas de amortiguamiento, “todas las personas, instituciones y los proyectos que están ahí deben tener en consideración que cerca hay un área natural protegida y el tema ambiental debe ser importante en sus actividades productivas y cotidianas”, comenta el gerente de Áreas Naturales Protegidas y Corredor Biológico del Ministerio de Medio Ambiente y Recursos Naturales (MARN), Javier Magaña.

El MARN, principal encargado de gestionar un área protegida a escala local, debe velar porque así se cumpla. En el caso de Montecristo, se hace con el Comité Asesor Local del Parque Montecristo, que busca juntar a las autoridades del parque con líderes de las comunidades, concejos municipales y organizaciones no gubernamentales para tratar el tema ambiental en las zonas de amortiguamiento. Magaña dice que en esta zona el tema puede ser más complicado de tratar.

Las calles de tierra de San Miguel Ingenio son el inicio de un recorrido de 25 kilómetros hacia arriba. Las laderas son de poco relieve y suben de los 1,000 a los 1,400 metros sobre el nivel del mar. Alfredo Umaña cuenta que las actividades de agricultura y ganadería son comunes en toda la zona desde hace bastantes años.

La calle toma una subida más empinada hacia el cantón El Rosario. Umaña dice que es de las últimas partes que un vehículo sin doble tracción puede transitar.

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El río El Rosario y las quebradas que pasan por la comunidad se quedaron sin agua durante la época seca. El problema afectó a los cultivos y algunos agricultores perdieron su cosecha, cuenta Nora Beatriz de Hernández. Ella es una testigo de la relación de las comunidades con el parque nacional. También es la presidenta de la Asociación de Desarrollo Comunal (ADESCO) del cantón El Rosario desde octubre de 2016. Afirma que por ello se encuentran en gestión con el parque para que del área protegida se les proporcione agua.

La disminución de caudales es normal en época seca debido a la falta de lluvias. Los agricultores pueden subsistir con afluentes más pequeños, pero no secos. La parte baja de El Rosario y San Miguel Ingenio comenzó a sentir las consecuencias de la deforestación hace tiempo, cuenta Alfredo Umaña al subir por El Rosario. El problema pasó sin llamar la atención en su mayoría debido a los proyectos de potabilización en la zona. Nora lo confirma, comenta que aunque los ríos se secaron, el servicio de agua potable que alimenta al centro del cantón fue estable. El resto de caseríos, sin embargo, vive de los ríos y nacimientos.

Montecristo es importante porque la cuenca alta del río Lempa se forma ahí. Un 58 % está en Guatemala, un 12 % en Honduras y el otro 30 % en El Salvador, señala el proyecto estratégico de Plan Trifinio para la región. El agua que se acumula en la zona alta desciende en miles de quebradas, que se unen en cientos de ríos pequeños que desembocan en cuerpos de agua más grandes. Todos ellos reúnen los 2,161 millones de metros cúbicos anuales que bajan por todo el país hasta desembocar en el océano Pacífico, dice el mismo estudio de 2011.

Esta importancia ha llevado a que el territorio esté declarado como Área Protegida Trinacional desde 1987, con un acuerdo entre los vicepresidentes de los tres países bajo el nombre de Plan Trifinio. La zona también es parte de la Reserva de Biosfera Trifinio Fraternidad, declarada por la Organización de Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura (UNESCO) desde 2011. Todas las declaratorias reconocen lo mismo: Montecristo es una importante fuente de agua y necesita ser protegida, pero se encuentra bajo muchas presiones.

Entre 1982 y 2006, la recarga acuífera de El Salvador se redujo en un 19 %, señaló un estudio de la Fundación Salvadoreña para el Desarrollo Económico y Social (FUSADES) en 2006. Once años después, la sustitución de zona boscosa para agricultura y ganadería, técnicas agropecuarias inapropiadas para el territorio, incendios forestales, la degradación de suelos, la contaminación y el cambio climático son problemas que todavía hacen daño a los ecosistemas. Las primeras consecuencias están fuera del Parque Nacional Montecristo.

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Sustitución. Los dueños de tierras en las laderas fuera del parque suelen cambiar el bosque natural por sus plantaciones.

El río El Rosario y las quebradas que pasan por la comunidad se quedaron sin agua durante la época seca. El problema afectó a los cultivos y algunos agricultores perdieron su cosecha, cuenta Nora Beatriz de Hernández. Ella es una testigo de la relación de las comunidades con el parque nacional. También es la presidenta de la Asociación de Desarrollo Comunal (ADESCO) del cantón El Rosario desde octubre de 2016. Afirma que por ello se encuentran en gestión con el parque para que del área protegida se les proporcione agua.

Sustitución. Los dueños de tierras en las laderas fuera del parque suelen cambiar el bosque natural por sus plantaciones.

La disminución de caudales es normal en época seca debido a la falta de lluvias. Los agricultores pueden subsistir con afluentes más pequeños, pero no secos. La parte baja de El Rosario y San Miguel Ingenio comenzó a sentir las consecuencias de la deforestación hace tiempo, cuenta Alfredo Umaña al subir por El Rosario. El problema pasó sin llamar la atención en su mayoría debido a los proyectos de potabilización en la zona. Nora lo confirma, comenta que aunque los ríos se secaron, el servicio de agua potable que alimenta al centro del cantón fue estable. El resto de caseríos, sin embargo, vive de los ríos y nacimientos.

Montecristo es importante porque la cuenca alta del río Lempa se forma ahí. Un 58 % está en Guatemala, un 12 % en Honduras y el otro 30 % en El Salvador, señala el proyecto estratégico de Plan Trifinio para la región. El agua que se acumula en la zona alta desciende en miles de quebradas, que se unen en cientos de ríos pequeños que desembocan en cuerpos de agua más grandes. Todos ellos reúnen los 2,161 millones de metros cúbicos anuales que bajan por todo el país hasta desembocar en el océano Pacífico, dice el mismo estudio de 2011.

Esta importancia ha llevado a que el territorio esté declarado como Área Protegida Trinacional desde 1987, con un acuerdo entre los vicepresidentes de los tres países bajo el nombre de Plan Trifinio. La zona también es parte de la Reserva de Biosfera Trifinio Fraternidad, declarada por la Organización de Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura (UNESCO) desde 2011. Todas las declaratorias reconocen lo mismo: Montecristo es una importante fuente de agua y necesita ser protegida, pero se encuentra bajo muchas presiones.

Entre 1982 y 2006, la recarga acuífera de El Salvador se redujo en un 19 %, señaló un estudio de la Fundación Salvadoreña para el Desarrollo Económico y Social (FUSADES) en 2006. Once años después, la sustitución de zona boscosa para agricultura y ganadería, técnicas agropecuarias inapropiadas para el territorio, incendios forestales, la degradación de suelos, la contaminación y el cambio climático son problemas que todavía hacen daño a los ecosistemas. Las primeras consecuencias están fuera del Parque Nacional Montecristo.

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Altura. Los árboles a más de 1,800 metros sobre el nivel del mar son fundamentales para los nacimientos y las quebradas que bajan por las comunidades.

En el otro lado de las afueras del Parque Montecristo, en el cantón El Limo, el río también se secó. Carlos Magaña, agricultor, ganadero y representante de la ADESCO de su comunidad, sabe que la deforestación tiene mucho que ver. “Algunos dueños de terrenos, cuando este no les da nada y otra gente tiene necesidad de cultivar, dan permiso para cortar el bosque. Sacan la madera y siembran”.

Deforestación. Pequeños árboles de café crecen entre los restos de un bosque. La sustitución de bosques por cultivos es uno de los problemas más graves de la zona de amortiguamiento.

El Limo, en la zona de amortiguamiento, se encuentra cerca de los 1,400 metros sobre el nivel del mar. Sus partes más elevadas pertenecen al parque, donde se encuentran los cerros más importantes y de mayor atractivo turístico. Las comunidades fuera de ese sector viven las mismas implicaciones que el resto.

La situación que explica Carlos ocurre en toda la zona de amortiguamiento. La pérdida de cobertura boscosa para su sustitución por cultivos es una constante, a pesar de que los suelos no poseen sostenibilidad para ello. “La mayoría vive de la agricultura. El clima y los precios afectan a la gente, pero de eso viven”, dice Carlos.

“Muchas de las personas viven de los beneficios ambientales que los ecosistemas dan. No bajan al pueblo a hacer las compras. Son poblaciones rurales”, cuenta Berta Medrano, directora ejecutiva de la Asociación GAIA de El Salvador. Ella impulsa proyectos en los cantones de la zona de amortiguamiento que priorizan el beneficio de la población y de los bosques.

La ley de áreas naturales protegidas establece que quienes gestionan un área natural deben tener un plan de manejo con el objetivo de ejecutar “el conjunto de instrucciones priorizadas para el desarrollo de actividades a corto, mediano y largo plazo enmarcadas en el mismo”. En Montecristo, el plan es trinacional, por lo que las actividades enmarcadas incluyen a las áreas protegidas de Montecristo en Guatemala y Honduras.

Berta Medrano cuenta que todo Montecristo y su zona de amortiguamiento tiene la misma característica: más del 71% de las tierras es de clases VII y VIII. En la clasificación de suelos por su fertilidad establecida por el Departamento de Agricultura de Estados Unidos (USDA), la clase I es la más apta para actividades agropecuarias, mientras que en las clases VII y VIII se recomienda evitar las actividades productivas debido a que consisten en superficies montañosas, donde el suelo fértil es superficial y el riesgo de erosión y deslizamientos es alto. Sin los bosques, el agua no se acumula, lo que crea más sequía en época seca.

El plan de manejo establece que más del 80 % de la tierra en Montecristo debería ser solo para uso forestal. En 2005, año del plan, este solo cubría el 18.4 %. La persistencia de problemas como incendios forestales, sequía de afluentes y la permanencia de cultivos a nivel de subsistencia e industrial muestran que el problema no ha mejorado.

La situación es complicada, cuenta Carlos Magaña. Nadie denuncia la tala indiscriminada por miedo. La ley forestal, regulada por el Ministerio de Agricultura y Ganadería (MAG), establece que debe emitir permisos para talar bosques. Esto no ocurre en El Limo ni en los otros cantones. “La gente no interviene porque si uno se mete, se echa enemigos”.

Carlos también calla porque entiende la situación económica. Entre el 86 % y el 93 % de las personas que viven en ladera tienen situación de pobreza en Centroamérica. En el caso de El Salvador, un 32 % tiene condiciones de extrema pobreza, afirmó la Organización de Naciones Unidas para la Agricultura y la Alimentación (FAO) en 2011. “La agricultura está mala porque el clima y los precios han afectado a la gente, pero de eso viven. Al menos les queda maíz y frijol para comer”, dice resignado.

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En la parte alta del cantón El Rosario, desde los 1,800 metros sobre el nivel del mar, la neblina golpea los restos de unos árboles de pino en una ladera muy inclinada. Tienen señas de haber sido cortados hace poco. Abajo nacen monocultivos de café y se preparan para crecer durante la época lluviosa. Gabriel, con unas botas todoterreno, un machete, una mochila cargada y una peculiar gorra color verde chillante, espera al lado de una vereda. El camino viene de Honduritas.

Alfredo Umaña lo divisa y se saludan con la gratitud de buenos conocidos. Continúan ladera arriba hasta llegar al área protegida privada. Los claros permiten divisar, a lo lejos, la ciudad de Metapán y el complejo lagunar de Güija. Afirma que una elevación llena de árboles al este es el Parque Nacional Montecristo. Al oeste, las laderas desde los 1,800 metros sobre el nivel del mar hacia abajo están listas para los cultivos de la temporada. “Puedo contar los árboles con los dedos de la mano”, dice Gabriel.

El bosque secundario consiste en árboles de la zona alta que han permanecido en pie por un aproximado de 50 años, luego de que las tierras en las que estaban fueron deforestadas hace medio siglo. Gabriel entra a sus recuerdos y comenta que hace unos 25 años la mayoría del territorio sobre los 1,500 metros todavía era bosque. Hace 25 años los ríos tampoco se secaban colina abajo.

Antes de entrar al bosque primario, Gabriel observa una parcela. Un caballo con aspecto joven y fuerte galopa en la ladera. Gabriel señala un montículo donde el semental estuvo parado. “La persona que vio este terreno (el bosque secundario) en estado virgen fue mi abuelita. Aquí tenía su cabañita. Murió hace 11 años. Tenía 102”.

Gran parte del bosque primario se encuentra en el Parque Nacional Montecristo, mismo lugar al que Pablo Galán ha ido repetidas veces a estudiar especies. El herbario, una amplia oficina llena de enciclopedias y documentos académicos sobre flora y fauna, es la base donde analiza sus recolecciones. Él explica que la vegetación particular de un bosque primario permite cumplir funciones igual de particulares.

Los árboles de las zonas altas aproximan una altura de 40 metros y ayudan a retener grandes cantidades de agua gracias a las flores y raíces que se forman en sus troncos. Los árboles de las zonas bajas ayudan a que no corra con rapidez ni que cause inundaciones o deslaves. “Toda el agua que está en Montecristo va a parar a los ríos que son afluentes del Lempa, como el San José Ingenio y El Rosario”, explica Galán.

Aunque la mayor parte del bosque nebuloso como inicio de los afluentes se encuentra en el parque nacional, la zona de amortiguamiento también requiere cobertura boscosa para mantener los nacimientos en época seca y proveer de agua para la subsistencia de las comunidades ladera abajo.

Javier Magaña reconoce que no se hace lo suficiente en la zona. El río que sale del parque nacional también disminuyó su caudal por la falta de lluvias. Añadió que esa escasez no puede evitarse en el área de amortiguamiento a menos que tuviera árboles y conservación de suelos. “El manantial que baja ahora es más pequeño. Eso no lo resiente el parque, sino la zona de amortiguamiento”.

Gabriel llega con rapidez al final de la vereda. Sus movimientos para esquivar ramas y saltar troncos en la humedad parecen los de alguien más joven. El bosque primario se caracteriza por tener constante lluvia. La altura se aproxima a los 2,000 metros sobre el nivel del mar. Alfredo y el guardabosques observan una correntada de agua transparente y helada que sale entre la vegetación y abre camino colina abajo. Sin los árboles, la falta de humedad reduciría el cauce y el calor del sol lo evaporaría. En las zonas bajas, las comunidades recibirán el mínimo de agua.

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“Hay muchos que todavía no comprenden qué es el medio ambiente. Hace falta más información”, dice Carlos Magaña. Cuenta que desde el año pasado los acercamientos del parque nacional en el cantón El Limo han sido dos, el primero consistió en charlas a las escuelas, el otro fue para contener la plaga de gorgojo descortezador, que también atacó la zona.

Aparte del parque, Plan Trifinio también influye en la zona. “El año pasado hubo muy pocas actividades. Dicen que no tienen fondos”, cuenta Carlos. En 2016 presentaron a un especialista en veterinaria. Solo llegó una vez y no volvió. “Esperaba que nos apoyaran en áreas de ganadería que no sabemos cómo aplicar”, dice. Carlos Magaña se refiere a los sistemas silvopastoriles. Combinan las actividades de pastoreo con la siembra de árboles, lo que permite que el ganado pueda alimentarse sin necesidad de caer en la tala indiscriminada para abrir terreno.

Combinación. Los sistemas silvopastoriles son los que combinan las actividades de pastoreo con la siembra de árboles, lo que permite que el ganado pueda alimentarse sin tener que talar.

La comunidad sufre de esto constantemente, cuenta Carlos. Los proyectos que traen para mejorar su situación no cumplen lo prometido o carecen de seguimiento: “A la gente de las comunidades no le gusta que se le mienta. Estas instituciones tienen eso, que mucho mienten”. Cuando convocan para nuevos proyectos, Carlos cuenta que la visión de la comunidad es que “para ir a escuchar a gente así”, mejor no van.

Pablo Galán presencia el problema continuamente desde sus inspecciones. “El bienestar de los ecosistemas requiere de mucha voluntad y esfuerzos entre propietarios privados y las personas que trabajan, que cuidan y la gente del parque. Es un acuerdo bastante fuerte y no es fácil. La agricultura, la ganadería, el uso de las maderas y el turismo en zonas aledañas alrededor de Montecristo requieren bastante trabajo”, asegura. “Se tiende a aislar una cosa de otra, pero todo está conectado. Si en la parte alta se tala, se quema y se comienzan a secar las fuentes de agua, abajo se va a sentir y con más presión”.

Gabriel sale del bosque primario. En cuestión de minutos, vuelve al lado de la vereda que lo lleva a Honduritas. Se ajusta la mochila y se despide temporalmente de Alfredo Umaña para entrar en la vereda y desaparecer en la maleza.

En sus últimas declaraciones, intenta resumir la situación: “El problema con los bosques y el agua no se ha detenido. Ahora ya avanzó, como cuando alguien siente dolor en un lugar y lo ignora, después va al médico y le dicen que es cáncer. Esto todavía se puede recuperar, pero todos tendríamos que ser más críticos”.

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