ÁLBUM DE LIBÉLULAS (235)

“Esperemos entonces a que amanezca para ver cómo reviven las ondas mentales”, dijo él. “Y que el metal radiante nos envuelva”, acotó ella. Y el Año Nuevo alzó los brazos hacia el horizonte.

1915. LA MEJOR RECETA

En el corazón de la ciudad había una fuente de piedra tallada a cuyo alrededor pasaban constantemente los vehículos que iban y venían por las calles y avenidas aledañas. Y el joven que llegara hacía poco a tomar posesión de su primer cargo en aquella empresa internacional de servicios electrónicos buscó un pequeño piso frente a la fuente, para impregnarse de la energía circulante. Empezó a trabajar y empezó a vivir, ambas cosas al unísono. Pero con el paso de los días las sensaciones fueron girando. El trabajo le parecía una fuente reseca; y la vivencia, una columna de humo. ¿Qué fallaba, entonces? Bajó a la fuente y se quedó observándola inquisitivamente. Un grupo de palomas giró a su alrededor. “¡Ya entendí, tengo que hacer vida natural!”

1916. LA VOZ DE DON OVIDIO

Su suerte, y quizás su destino, estarían marcados por aquella frase que le oyera tantas veces a don Ovidio, su profesor de historia universal en la etapa secundaria. Don Ovidio era un provinciano que venía del campo y que conservaba mucho de aquel origen. La frase parecía un juego de palabras: “Para tener vida propia tenés que poner en práctica este mandato: aprende y olvida”. ¿Cómo es eso? ¿Y entonces? Cada vez que él repetía la frase que ya no podía repetir don Ovidio porque había desaparecido como por encanto, los que estaban a su alrededor sonreían como ante un perfecto disparate. Él, sin embargo, estaba dispuesto a llevar aquella orden hasta sus últimas consecuencias. Que fueron: pobreza con alegría, inspiración sin anhelo. Y así conoció la felicidad.

1917. ANDERSEN, HOFFMAN Y GRIMM

“¿Cuentos de hadas quieres decir?” La pregunta quedó flotando en la enrarecida atmósfera del encierro celebratorio donde todos los asistentes alzaban sus copas cada vez más frecuentes y soltaban sus emociones a cada momento más rebosantes. Y como efecto de aquello el espacio aludido se fue viendo invadido por una corriente de personajes que estaban mucho más allá de lo humano común: eran águilas transfiguradas, dragones con sonrisas espirituales, espejismos a punto de reencarnar, doncellas envueltas en gasas celestes, fuerzas desconocidas que transitaban a plena luz… En un atril, al fondo, se hizo presente el conductor de la escena: “–¡Amigos, las hadas nos visitan, y sus mejores amigos nos lo recuerdan… Mil gracias, Andersen, Hoffman y Grimm!”

1918. VIERNES EN VUELO

Nos encontramos en el lugar de siempre, que era una bodega ubicada en el área trasera de aquel edificio ya casi abandonado. Éramos un grupito de compañeros que veníamos siéndolo desde el kindergarten, y por consiguiente nos conocíamos hasta en los mínimos detalles, o al menos eso era lo que creíamos. Pero aquella tarde de viernes desde el primer momento algo olió a novedad. Como todos teníamos los mismos años, cualquiera llevaba la batuta. Lo hizo Andrés, a quien le gustaba que le llamaran Andrew: “Les tengo preparada una sorpresa. Vengan”. Y nos llevó aún más al fondo, donde estaba un extraño aparato volador de los tiempos de Maricastaña. Subimos, el aparato salió y alzó vuelo. “¡Hurra, hurra, somos niños, vamos hacia el infinito…!”

1919. CUEVA MÍSTICA

Las casas aledañas se iban volviendo edificaciones verticales, cada vez más estilizadas y ansiosas de elevación. Y la casita de ellos, aquella pareja de adultos ya casi a punto de ser mayores, se estaba quedando sola, como una capilla olvidada entre monumentos indiferentes. En claro contraste con lo que pudiera esperarse, dadas las reacciones usuales, los dos señores se hallaban cada vez más felices de estar en aquel rincón insospechado. Un día de tantos, cuando ya aquel encierro urbano era total, alguien llegó a verlos para ofrecerles comprar la casa al precio que quisieran. Ellos se miraron a los ojos y respondieron de inmediato: “Nos quedaremos aquí para siempre, en el refugio que nos regaló el destino. Y el destino no tiene precio. Adiós”.

1920. A LIBRO ABIERTO

El ermitaño fue saliendo de la espesura con la perfecta pinta de un anciano despojado de todo signo de vitalidad y de todo recurso de supervivencia. Y lo hizo cuando una jovencita esbelta y radiante pasaba por ahí con un libro en la mano. Nunca se habían visto, y al cruzarse tuvieron una visión casi sobrenatural. Él se sacudió, como si quisiera despojarse de todos sus residuos, y ella se quedó extática, como si encontrara una imagen ya vivida, y abrió al segundo el libro que llevaba en la mano, leyendo en voz alta: “Soy un príncipe encantado por un hada maligna y obligado a vivir en un bosque como anciano de pelo cual la nieve…” “¡Soy yo!”, gimió él. Y ella clamó: “Es un cuento de los Grimm… que me ha hecho conocer a mi príncipe…”

1921. CAPRICHO DEL DESTINO

“¡Adrián, vení!”, le gritó desde adentro una voz imperiosa. El muchacho apareció haciendo avanzar su silla de ruedas, que se movía crujiendo. “Mande, señor”. El dueño de la voz apareció también, vestido para irse al gimnasio a su obsesiva rutina de ejercicios cotidianos. “¿Lo tenés todo listo?” “Sí, señor”. “Entonces, vámonos”. Como el gimnasio estaba a una cuadra de distancia se iban a pie, pues sólo había que cruzar una calle de escaso tráfico. Salieron como siempre. “¡Tené cuidado, Adrián, no te vayas a tropezar!”. Y en el preciso segundo en que lo decía iban cruzando la calle y apareció sin más un vehículo hecho un bólido, que los envistió de frente. El señor quedó sin vida sobre el asfalto y el joven en silla de ruedas pasó a la otra acera, como si nada…

1922. ESTE 25 DE ENERO

“Oye, mañana es el Año Nuevo Chino, 25 de enero, esta vez Año de la Rata de Metal, porque es el 2020”. “Entonces, podemos celebrarlo, aunque ese Año Nuevo haya sido hasta hoy tan ajeno a nosotros”. El diálogo entre aquellas dos voces se producía en un pequeño jardín a la orilla de la calle. Eran, por supuesto, una pareja de jóvenes interesados en las aperturas zodiacales y mentales. “Esperemos entonces a que amanezca para ver cómo reviven las ondas mentales”, dijo él. “Y que el metal radiante nos envuelva”, acotó ella. Y el Año Nuevo alzó los brazos hacia el horizonte.

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