ÁLBUM DE LIBÉLULAS (228)

La pregunta de siempre volvió a brotarle: “¿Y ahora para dónde cojo?” Se sentó en el borde de la acera y todos los que pasaban junto a él imaginaban de seguro que era un indigente. Y sin saberlo estaban en lo justo.

1867. TERTULIA CON AUSENTES

Simpatizaron en las aulas universitarias. Y un día de tantos, la simpatía derivó en atracción, ya cuando estaban a punto de graduarse. Y de la atracción brotó el enlace. Reunidos en un bar inmediato, ella le dijo: “Me gustaría mucho conocer a tu familia”. Él reaccionó como si se le hiciera un desafío inesperado. Se quedó en total silencio. Ella, lejos de alarmarse, pareció recibir una señal tranquilizadora. En los días siguientes, la relación fue entrando rápidamente en zona de intimidad. Y una tarde cualquiera él la invitó con sonrisa entrañable: “¿Quieres que vayamos a compartir con los nuestros?” Y ambos se dirigieron a un parque vecino con vegetación tupida en cuyo centro había un claro luminoso. Ahí se sentaron sobre el césped, cerraron los ojos y se dejaron envolver por las voces del silencio.

1868. SANTA FRAGANCIA

Se conocieron en un parque donde todos los árboles, arbustos y pequeñas plantas de flor parecían haber formado una hermandad para mantener vivo el mosaico de los colores naturales, entre los que el verde era el almirante indiscutido. Allá al fondo asomaba un faro majestuoso, porque aquel era puerto de primer nivel. Inmediatamente después de conocerse fueron a tomar una copa de vino verdejo en La Taberna del Obispo, enfrente de la Catedral. Estuvieron ahí, aprovechando la frescura de la mañana nebulosa, y a medida que hablaban se les iba despertando un ansia de estar juntos en algún jardín privado. Y como no conocían la ciudad por ser viajeros de crucero, se hicieron la pregunta crucial: “¿En cuál crucero viajas?”… ¡Era el mismo! El jardín lo tenían a la mano…

1869. MISTERIO NATURAL

Se decía en todos los medios: el cambio climático y la irresponsabilidad humana trabajan en creciente alianza para arruinar la vida en todas las latitudes. Y ellos, que habitaban en un poblado que se había vuelto destino de buscadores de emociones naturales, lo experimentaban cada día más. Ahí, a unos pasos, las aguas del lago daban muestra perturbadora del fenómeno. Suciedades indefinidas y residuos plásticos colmaban la superficie líquida, y se iban volviendo dominantes en la superficie anímica. Ellos, que eran sinceramente religiosos, empezaron a orar por la salvación de las aguas. Dejaron sus eventuales quehaceres y la miseria empezó a rondarles. Entonces llegó el aviso: las aguas, por su sola cuenta, empezaron a lanzar al aire todos sus residuos. Y el milagro anónimo sólo ellos lo advertían.

1870. DESDE EL BALCÓN MÁS ALTO

Lo soñó siempre, y ahora ese anhelo reanimante estaba a punto de hacérsele realidad. Con el empleo que había conseguido luego de graduarse con honores en la mejor Universidad del país podía financiarse la vivienda que quisiera, y eso era justamente lo que estaba haciendo: ir hacia el mirador más encumbrado que pudiera encontrar. Era una especie de torre con un apartamento por piso. Escogió el más alto, e invitó a su novia a que se fuera a vivir con él. Ella dudó, y en aquella duda él presintió que no había unión suficiente. Pero él sí se trasladó a habitar el lugar. Ahora estaba ahí, asomado al balcón, y el impulso de volar se le hacía irresistible. Una tentación peligrosa, que le produjo una angustia súbita. Y así comenzó a entender que el balcón no era tan confiable como él soñara…

1871. HAY SÍMBOLOS QUE MANDAN

Estaba en una de las mesitas ubicadas en la pequeña plaza. Junto a él, su esposa gozaba también del paseo mañanero por las calles de la ciudad. Ella bebía una copa de tinto y él un vaso de cerveza. La mezcla cervecera de agua, cebada malteada, levadura y lúpulo parecía abrirle zonas de evocación. Entonces, justamente cuando daba el primer sorbo, empezó a repicar el campanario más cercano. En ese instante un hombre mayor se detuvo junto a ellos, con un objeto rústico para limpiar zapatos. “Señor, ¿me permite que le limpie los suyos?… Necesito ganar algo para comer este día”. “No, gracias, ya nos vamos”. Entonces el hombre hizo una irónica reverencia: “Buen viaje, amigos, que su insensibilidad les acompañe”. Él entonces le extendió unas monedas, y el limpiabotas las recibió con sonrisa de misión cumplida.

1872. A SOÑAR DESCALZOS

Las inundaciones y las sequías se hallaban alternativamente a la orden del día, como si el clima sufriera trastornos bipolares. Esa vez, al fin de la estación lluviosa, los impulsos rafagosos venían con violencia excepcional. Y ellos, la pareja de jóvenes que iniciaban su vida en condiciones muy estrechas, tenían que ingeniárselas para llegar a sus trabajos: él como cuidador de ventanas y ella como limpiadora de pisos. Hasta que en esa fecha el agobio turbulento era tal que no pudieron salir. La casucha en que vivían estaba por inundarse y quizás por derrumbarse. Ellos, desvelados y abrazados sobre el lecho frágil, aguardaban, sin saber cómo resguardarse de lo que podría ocurrir. Y entonces algo pasó. Cesó de súbito la borrasca y el sol se asomó por el ventanuco, para decirles: “¡Salgan al aire, se lo ofrezco a ambos para que vayan a soñar descalzos!”

1873. LIBERACIÓN ANTICIPADA

El día que fue a pedir la mano de Aurelia fue justamente el siguiente después de aquella noche en que durmieron juntos por primera vez en la más estricta clandestinidad, porque ambas familias eran tradicionales de pura cepa, y no admitían ninguna libertad fuera de lo establecido. Cuando estuvieron todos sentados en las poltronas heredadas, las miradas comenzaron a cruzarse, como si todos estuvieran tratando de averiguar algo. Por fin, y ya cuando la bandeja andaba repartiendo copas de Dom Perignon, la madre de la novia rasguñó el incómodo silencio: “Que un beso de amor inaugure la nueva época…” Los futuros desposados se rieron, bajando las miradas; y eso bastó para que el ambiente se alterara de súbito. Todos comenzaron a levantarse, y los novios, liberados, se fueron a un rincón a hacer planes para su nueva vida sin ataduras formales.

1874. IMAGEN PARA DESPISTADOS

Estaba acumulando días para tener a la mano lo más pronto posible su período vacacional. En la empresa donde trabajaba las consideraciones para los empleados eran prácticamente inexistentes, y por eso él no se hacía muchas ilusiones. Al final consiguió un par de semanas. Y en cuanto les dio inicio se dio cuenta de que no tenía ningún plan previsto. La pregunta de siempre volvió a brotarle: “¿Y ahora para dónde cojo?” Se sentó en el borde de la acera y todos los que pasaban junto a él imaginaban de seguro que era un indigente. Y sin saberlo estaban en lo justo.

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