Álbum de libélulas (180)

Del aparato de punta salía la voz intemporal que hacía gala del bolero ranchero como de su mejor oficio de armonía. Sí, era la voz de Flor Silvestre.

1474. ALMA DE BOLERO

Del aparato de punta salía la voz intemporal que hacía gala del bolero ranchero como de su mejor oficio de armonía. Sí, era la voz de Flor Silvestre. El señor de cabello enteramente blanco, de rostro señalado por el tiempo y de cuerpo en reposo escribía algo a pluma fuente en un volumen encuadernado. Quizás su diario íntimo, única compañía actual. De pronto levantó la vista hacia el cristal de la ventana que se hallaba enfrente. Sí, la luna, como no la recordaba en mucho tiempo. Y en ese justo instante, Flor empezaba a cantar “Luna de octubre”: “De las lunas la de octubre es más hermosa porque en ella se refleja la quietud de dos almas que han querido ser dichosas al arrullo de su plena juventud…” Se levantó movido por un resorte inmemorial. Ahora era el joven de entonces, que le llevaba serenata a su amada… Acordes milagrosos que hacían que el tiempo se agazapara en un rincón.

1475. VOLVER A CASA

Las plantas floridas se apiñaban junto a la ventana como si estuvieran ansiosas por observar o al menos atisbar lo que podía suceder adentro. Y adentro lo que había en aquel instante era una vitrola antigua que parecía estar activa sin que nadie la hubiera encendido. Una música instrumental apenas audible surgía de ella, en condición de murmullo entrañablemente melódico. De la cortina de plantas emergió entonces un rostro humano, que tenía la misma actitud de las hojas, de los capullos y de las corolas plenas. Luego de unos minutos de contemplación auditiva, el rostro se hizo cuerpo, y la figura se alzó al otro lado del cristal. En la habitación no había nadie, y por eso no hubo ninguna resistencia a que moviera la hoja para poder ingresar. Lo hizo. La música que brotaba de la vitrola se emocionó a todas luces. Era la bienvenida. Él regresaba al hogar por fin de su exilio astral.

1476. HACER LO DEBIDO

Tarde de sábado, más soleada que lluviosa. Ese par de jovencitos que de seguro ni siquiera han concluido su educación media vienen bajando por la acera derecha de la calle que conduce a Candelaria. Ella es rubia y pizpireta; él es moreno y reservado. Van a cumplir con un rito en aquella casita de techo de lámina que se divisa al fondo. Ahí vive ella, la abuela de ambos. Llegan, activan la llave que él lleva en la bolsa, traspasan la puerta de madera deteriorada por el tiempo, se acomodan en la pequeña sala donde todo es penumbra. Son primos hermanos y han decidido probar el amor mutuo. Van a comunicárselo a su abuela, que desde luego lo es de ambos, y a pedirle su aprobación. Se quedan así por un rato en silencio. Luego se levantan y se inclinan ante el retrato carcomido de la abuela que está en una repisa polvosa. Después se retiran. Permiso concedido.

1477. REMEDIO CASERO

Su médico de cabecera le dio una buena noticia, después de la batería de exámenes a los que tuvo que someterse luego de aquellos síntomas que a cualquiera le hubieran dado muy mala espina: “Tus órganos básicos están normales; no hay inflamación ni sangramiento por ninguna parte; y tus reflejos no muestran ningún signo de alarma…” Él aspiró profundamente con alivio, y de inmediato surgió la pregunta: “¿Y entonces qué hago con todas estas molestias que no me dejan estar tranquilo en ningún momento, ni de día ni de noche?” El médico se quedó pensativo. “Lo único que yo podría decirte es que podemos seguir haciendo exámenes”. Todo siguió igual. Hasta que un pálpito desazonador en las sienes le dio una pista. Se fue a un hotel de montaña a dormir en paz. Cuando despertó todas sus dolencias habían desaparecido.

1478. OPERACIÓN DESTINO

La casita que habían logrado adquirir luego de tantas penurias estaba muy cerca del borde del declive que daba a la quebrada que corría al fondo. Era urbanización nueva, y los constructores sin duda pensaron más en la ganancia que en la seguridad, porque desde un inicio los deslaves invernales fueron haciendo de las suyas. La familia que habitaba la casita vivía en constante zozobra cuando asomaba la estación lluviosa, y aquel año las cosas se presentaban aún más críticas, por las veleidades del tiempo. Cuando llegó la onda tropical, la tierra floja se desprendió sin más. El hombre de la casa comenzó a tiritar. La mujer de la casa sintió que el embarazo se le hacía tormenta. Y aquella misma noche ocurrió el doble desastre: la construcción quedó en el aire y el embarazo se convirtió en cárcava. Al amanecer, solo las energías del aire acudieron a socorrerlos.

1479. ESCAPE CON INGENIO

Cuando sus padres le preguntaron, con la solemnidad que les caracterizaba, qué quería estudiar luego del bachillerato inminente, la respuesta de ella fue dada con sonrisa traviesa: “Quiero estudiar genética”. Ellos se miraron preguntándose qué es eso. La hija se adelantó: “Es el estudio científico de la herencia”. “¿De la herencia? ¿Cuál herencia?” Ella ya no pudo resistir la risa: “¡Pero no, no se preocupen, no se trata de dinero, sino de genes… Los genes que ustedes dos pusieron a mi disposición…” Seguía el desconcierto. “¿Y eso dónde se estudia?” “Bueno, yo quisiera ir a Alemania. ¿Les parece?” Los padres volvieron a mirarse entre sí. Y entonces les llegó el clic. “Hijita, pero si la herencia está más clara que la luz. Si querés te la explicamos con puntos y comas. Nosotros nos entendimos muy bien con tus genes, y por eso eres como eres…, ja, ja”

1480. FELIZ RETORNO

La comunidad se había vuelto invivible, y no solo por los asaltos y las extorsiones, sino también porque las conexiones entre las personas apenas existían. Crecía la dependencia esclavizante respecto de las maquinitas virtuales. Conversar era hoy una especie de excentricidad infantiloide. Todo se hacía con las yemas de los dedos, y a la mayor velocidad posible. La voz estaba ausente. Alirio era un muchacho común, en apariencia. Estudiaba en el instituto nacional de su localidad, y su anhelo era volver al campo de donde había salido. El maestro con quien se llevaba mejor era el de química. En algún momento le preguntó: “¿Por qué será que tengo tanta química con mis orígenes?” El maestro, que más bien era un poeta no revelado, le dio su respuesta: “Porque ahí todas las sustancias tienen voz propia y hablan cara a cara”. Él aspiró a fondo. El enigma estaba resuelto.

1481. HILO DEL TIEMPO

En su vida anterior fue joyero artesanal, y se quedó con muchos trabajos pendientes porque la muerte le vino de súbito. Al emprender esta vida fue a buscar entre sus cosas los objetos inconclusos y encontró lo suficiente para montar una pequeña tienda de antigüedades para llevar.

1482. EJERCICIO TEXTUAL

Activó su móvil y apareció el texto recibido. Tres palabras: “Ya estoy aquí”. ¿Sería ella? Solo podía ser ella. La luciérnaga de la noche anterior, anunciándose para la noche presente.

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Séptimo Sentido

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