Las mariposas son un símbolo de lo femenino. Quizás por su belleza y colorido, y por su delicadeza aparente. Aparente, porque el proceso que deben superar para extender sus hermosas alas es una verdadera odisea en la que solo algunas consiguen expresar su esplendor.
Los humanos les hemos asignado infinidad de significados a las mariposas. Ya sea por su color, su tamaño, o su proceso de transformación, estos seres simbolizan a una diosa, al alma, o mensajes de personas fallecidas. Sin embargo, el significado que más me inspira es el de su complejo proceso de metamorfosis o transformación.
Las mariposas existen desde hace unos 50 millones de años, y su incidencia en el equilibrio del planeta, quizás no tenga comparación con otro ser del reino animal. Dichas criaturas empiezan su desarrollo mucho antes de extender sus alas en un proceso de cuatro fases: huevo, larva, crisálida y mariposa, cada una de las cuales participa en una delicada armonía, en el que la más mínima modificación puede alterar el destino final.
En cada etapa, la mariposa enfrenta una lucha entre la vida y la muerte. Y si logra sobrevivir, volará plena solo algunas horas o tal vez algunos meses, tiempo que dedicará a reproducirse para iniciar nuevamente el misterioso ciclo.
Su transformación empieza desde adentro. Su primera fase, que inicia como un huevo que es depositado por la hembra en una hoja que servirá de alimento al incipiente animal, es prácticamente imperceptible. Luego este mutará a larva, para continuar su desarrollo.
Al convertirse en crisálida, su tercera etapa, reorganizará su anatomía desarrollando patas, alas, cabeza, tórax y abdomen, protegiéndose además con un método de camuflaje para evitar a los depredadores. Permanecerá así hasta que llegue el momento de extender sus alas y transformarse en mariposa. A partir de entonces estará lista para buscar alimento, viajar y aparearse.