El Salvador es un lugar con demasiados problemas y muy pocos responsables. En medio del mar de impunidad tan profundo y amplio lo que se pierde no es solo la posibilidad de ver la cara de los que incumplieron con sus deberes; también se pierde la oportunidad de decirles a los que siguen que tienen que ser correctos. Acá parece que no hay consecuencias por ser inoperante, por desidia, por no proteger.
A la Secretaría de Cultura en los últimos meses la han sacudido dos hechos lamentables: la muerte del hipopótamos del zoológico y el hurto de nueve piezas del Museo de Antropología. En ambos casos los primeros señalados han sido los encargados de brindar el servicio de seguridad privada.
Los primeros que han andado en vueltas de dar declaraciones han sido los vigilantes. Pero ¿qué más ha tenido que moverse en SECULTURA tras estos graves casos de irresponsabilidad? En una sociedad adormecida por la falta de interés en lo cultural ha resultado muy fácil permitir que el tiempo pase y sepulte el primer hervor de escándalo, pero el periodismo no puede olvidar tan fácil y tampoco puede quedarse con las primeras versiones.
La periodista Valeria Guzmán hace en esta edición un recorrido por los pasillos de esa entidad en donde los graves delitos y las culpas se han diluido hasta hacerlos ver menos. No se trata solo de que un vigilante no tenga completo conocimiento de qué es lo que está protegiendo. Se trata de quiénes son los funcionarios que eligen empresas y establecen contratos con ellas y luego no revisan cuáles son las posibilidades de fiscalización para garantizar que eso por lo que pagamos los ciudadanos se ajusta a lo que necesitamos.
Se murió un hipopótamo, se perdieron piezas arqueológicas invaluables y nadie responde. Nos quedamos con lo escandaloso, pero no vamos a cuáles son las redes de corrupción o de incapacidad administrativa que dan lugar a estas situaciones. Y así seguimos, nos dormimos con el cuento sin preguntar por qué pasan las cosas.