Por: Nadina Rivas

Esas niñas, aunque han sido rotas, permanecen intactas en su esencia, y con la ayuda idónea y sostenida en el tiempo, pueden recuperarse y sanar.

Es imposible olvidar a las víctimas y al abuso. Olvidar significaría castrar partes que, aunque dolorosas, forman la vida y experiencias de una persona.

Es fundamental detenerse y reconocer las voces saboteadoras que han dirigido la vida de los individuos y de la civilización en la que vivimos, aceptar la existencia de esos viejos mecanismos para sobrevivir, y abrazar conscientemente las posibilidades constructivas y pacíficas que también posee nuestro cerebro.

Necesitamos modificar esos convencionalismos sobre los roles de lo masculino y lo femenino; así como el poder unidireccional y autoritario, para alcanzar un concepto de poder más amplio, más equilibrado y menos opresor.

Gritamos que deseamos paz, seguridad y trabajo. Pero nos olvidamos que esas tres aspiraciones son imposibles si para obtenerlas tenemos que aprovecharnos de los demás.

La energía se renueva cuando reconocemos los ciclos naturales del espacio que habitamos, y aprendemos a descansar para reponernos.

Mi deseo es que los maquinistas se den cuenta que el progreso no valdrá la pena sin equilibrio y armonía entre la vida humana y el mundo natural, sin que se ofrezca a todos las mismas oportunidades para que avancen y tengan la opción de subirse al tren o de dirigirse en dirección contraria, si así lo deciden.

Las mujeres requerimos recuperar lo que nos fue expoliado y los hombres, como una obligación moral, deben proveerse su propio proceso para actualizar esas creencias acerca de lo femenino.

Este mito muestra aspectos aplicables al desarrollo de cualquier niña en su camino a convertirse en una mujer autodirigida y segura de sí misma que atesore, en su interior, las herramientas que le permitan alcanzar su visión personal.

Al pasado se va a buscar entendimiento, porque inevitablemente las claves del momento actual se encuentran en esos espacios que habitamos, en esas historias que vivimos, en las familias que crecimos.