Radiografía de una sentencia

Las autoridades tienen claro que el fortalecimiento de la prueba técnica y científica es indispensable para reducir los niveles de impunidad. Este, uno de los pocos casos de masacres que han sido sentenciados, es un ejemplo de cómo se funciona hasta el momento: todo depende de conseguir un testigo.

Por: Glenda Girón


Los disparos sonaron a la 1 de la madrugada. Fueron muchos, una ráfaga. Nadie podía haberlos contado.  Lejos de alarma, hubo silencio. Por prudencia, por miedo, y porque esto es Soyapango.

A grito de «policía», ese 12 de mayo de 2014, cuatro hombres armados azotaron la puerta de la casa número 14 de la colonia Bella Vista. Adentro, en la segunda planta, dormían una mujer y tres hombres, uno de ellos bajó a abrirles a los que creía eran agentes. Vestidos con ropa oscura tipo militar, los tres hombres que llevaban armas cortas y uno más con una larga registraron la casa y preguntaron a los residentes de forma constante por el lugar en el que las escondían. Buscaban más armas.

¿Cómo se logra una sentencia por una masacre en un país en donde la impunidad es tan grande que no se puede ni medir de manera confiable?

El Centro de Documentación Judicial entregó una base de datos con las sentencias emitidas entre 2011 y 2016. Pero no se puede decir que sean todas las sentencias, porque ellos mismos aclaran que son solo las digitalizadas. Y ningún tribunal está obligado a digitalizar dentro de un plazo determinado. Esta base, sin embargo, arroja un dato que sirve como termómetro. Entre los cientos de documentos, solo hay una sentencia por asesinato triple desde 2014. Es esta, en la que se juzga el crimen de tres miembros de una familia. En estos tres años, se ha dado cuenta en medios de 162 asesinatos triples en todo el país y de seis masacres solo en Soyapango.

Los tres hombres y la mujer fueron llevados al patio, que estaba iluminado apenas por un foco. Ahí, el comando armado pidió a dos de los hombres que se hincaran. Al otro hombre y a la mujer los dejaron sentados en las gradas que dan acceso a ese patio. Ninguno de los atacantes estaba encapuchado. Así, a la luz de ese foco del patio y a unos pocos metros de distancia, dos de los  atacantes se volvieron identificables. Eran pandilleros.

No vio quién lo hizo primero, pero los tres hombres vestidos de agentes empezaron a dispararles a los hombres que estaban de rodillas, rendidos. Les dispararon en la cabeza y en la espalda.

Uno de los hombres, el que estaba sentado en las gradas, aprovechó que el estruendo de las balas distrajo por un par de segundos al hombre vestido de militar que lo amenazaba a él y a la mujer. Corrió tan rápido como pudo. Escapó, por muy poco, de los disparos que en ese momento mataron a la mujer.

Logró meterse en la casa de un vecino en donde se quedó hasta que no escuchó nada. En ese silencio, salió y se encontró con el cadáver de Alsacia M. O., en las gradas. Después, vio el cuerpo del hijo de ella, José Samuel M., y junto a él, estaba el esposo de la mujer, José Antonio O. Esa madrugada, una familia fue ejecutada por pandilleros en medio de un falso operativo.

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La diferencia, en este caso, la hizo el hombre que se sobrepuso al miedo y corrió. Pese a que la fiscal Antihomicidios y Antipandillas, Guadalupe Echeverría, asegura que hacen esfuerzos para que la prueba técnica sea la que prevalezca, este caso se montó sobre la identificación que esta persona hizo una vez se le otorgó la calidad de testigo clave Moisés.

No sabía cómo se llamaban, pero Moisés dijo a las autoridades que conocía a dos por el apodo.

De uno dijo: «Es chele, de un metro setenta de alto aproximadamente, seco, pelo negro, ojos negros, cara jalada, orejas algo largas,  al cual conoce desde hace cinco años». Del otro: «Piel trigueña, de un metro setenta de estatura, algo fornido de complexión, de unos veinte años de edad». A ambos los señaló en una rueda de reconocimiento realizada en Soyapango. Así, los apodos se convirtieron en nombres: Jorge Vladimir y Edwin Enrique.

El testigo recordó en su declaración cómo encontró la escena. «Salí de donde mi vecino y vi a los tres fallecidos, Alsacia estaba arriba en las gradas y José Antonio  con José Samuel, en el pasaje». Alsacia, en las gradas, quedó como sentada. Tenía heridas de arma blanca y cinco disparos: uno en el mentón, tres en el cuello, uno en la espalda. Fue la que menos castigo recibió.

Los atacantes redujeron las posibilidades de defensa de las víctimas, como en otras 77 ejecuciones en los últimos tres años, llegaron a la hora del descanso, en la oscuridad. Hacerse pasar por policías les permitió sacarlos de la vivienda e hincarlos. E hincarlos es en sí mismo un acto de rendición y sometimiento. Los atacaron, además, por la espalda, las víctimas tuvieron nulas o ínfimas posibilidades de repeler el ataque. «Se ejecuta el homicidio en situación de ventaja, lo que constituye, por tanto, una acción alevosa», se lee en la sentencia.

José Samuel tenía heridas de arma blanca en el codo izquierdo y en la pierna derecha. Y tenía, también, 21 heridas de bala: tres en hombro derecho, uno en pómulo derecho, una en el hombro izquierdo, una en el cuello, dos en tórax, una en el codo derecho, tres en antebrazo derecho, una en el pie izquierdo, tres en región escapular izquierda, tres en la espalda,  y  uno en glúteo izquierdo.

La alevosía es una de las tres circunstancias que según el artículo 129 del Código Penal agravan un homicidio. Las otras son premeditación y abuso de superioridad. Este crimen reunió dos.

El que más castigo sufrió esa madrugada fue José Antonio, un hombre que no tenía la pierna izquierda por una lesión de arma de fuego que sufrió en 2007 y que marcó su retiro de la pandilla MS. A él, sus atacantes le hicieron 28 heridas con proyectiles: nueve en la parte de atrás de la cabeza (con expulsión de masa encefálica en región frontal), uno en la espalda, dos en la pierna, cuatro en los glúteos, siete en la cara, uno en el muslo derecho, uno en el pubis y otro en la región inguinal. Por la mañana, la gente que vive en la zona y salía a sus trabajos o a los centros de estudio podía tener una idea de cómo queda un ser humano tras el maltrato de 28 heridas de bala.

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Uno de los testigos que habló durante el juicio por este triple asesinato fue un agente destacado en la delegación Sierra Morena. Desde que recibió el aviso de que había disparos, se tardó en llegar unos 20 minutos, contó, en la unidad número 0835. Tras verificar que había dos cadáveres boca abajo en el patio y uno más en las gradas, fue al radio patrulla a pedir apoyo. En el lugar, sin embargo, ya estaban otros agentes del Sistema de Emergencias 911 que se coordinaban para hacer un operativo de búsqueda de los victimarios en los condominios de la colonia Monte Carmelo.

Pese a que dijo no recordar fechas, porque estos eventos con balas son demasiado frecuentes en la zona, sí dijo recordar el desfile de instituciones que sigue a un hecho así. Dos horas después de los disparos, llegaron los de la Unidad de Investigaciones y los de la División Técnica y Científica de la Policía Nacional Civil; también los de la División Central de Investigaciones. No fue hasta a las 8:30 que se presentó el personal de Medicina Legal, los que hacen el levantamiento de los cadáveres. El agente se quedó hasta que finalizaron todas las investigaciones a las 9:30 de la mañana. Durante todo ese tiempo su función fue de custodiar la escena y recolectar información acerca de los posibles hechores.

A los dos hombres que el testigo identificó como victimarios los sacaron de sus casas a las 5 de la mañana, mucho antes de que llegara Medicina Legal a levantar los cadáveres. Jorge Vladimir, apodado, según el agente, como “el Brujo”, declaró que cuando la policía lo llegó a detener, no le dijo de qué lo acusaban. Solo le informaron que iban a hacer un registro y, aun sin una orden, los dejó pasar a ese apartamento. Los policías, dijo, lo sacaron solo en bóxer y camiseta color amarillo. Cuando lo sacaban, alcanzó a ver que unos apartamentos más adelante, también estaban llevándose a Edwin Enrique.

Los llevaron esposados  y los subieron al patrulla. «Ahí fue que un policía dijo que tenían que ponerme ropa». Jorge Vladimir asegura que pidió que lo dejaran ir por una calzoneta y que, al final, fue un policía quien le entregó unos pantalones para que se los pusiera. Estos pantalones fueron los que acabaron siendo otra de las claves de este juicio.

«Hoy sí te la vas a comer», dijo Jorge Vladimir que le gritaban los agentes que los llevaban hasta donde había sido cometida la masacre. Se reían y le pegaban. «Decían ‘no, mejor dejémoslos libres aquí, que estos mismos los maten’ y nosotros todavía les íbamos preguntando que por qué nos habían sacado». Los policías llevaron a los detenidos al pasaje 2 de la colonia Buena Vista, donde aún estaban los tres cadáveres. «Allí fue cuando me di cuenta de que supuestamente nos habían detenido por homicidio agravado», en ese lugar, ya había periodistas de varios medios de comunicación esperándolos.

Después, la policía llevó a los detenidos a la delegación de Sierra Morena. De ahí, los pasaron a la delegación de Ilopango. Fue en ese lugar en donde Jorge Vladimir pudo hablar con una fiscal que le informó que había una prueba en su contra: hallaron residuos de pólvora en el pantalón que vestía.

«Me dijo que  colaborara con ellos, pero yo no sabía nada. Si hubiera sabido, por Dios y por mi hijo que amo tanto, que se lo hubiera dicho. Entonces ella me dijo ‘eso no me sirve'».

A Jorge Vladimir  y a Edwin Enrique les hicieron análisis, pero ninguna de las muestras que llegaron correctamente embaladas a la División de Policía Técnica y Científica (DPTC) dio positivo, salvo el pantalón que nadie confirmó en qué momento se puso Jorge Vladimir o por qué, si cometió un hecho delictivo a la 1 de la mañana, no se lo había cambiado cuatro horas después, cuando llegó a detenerlo la policía a su casa.

«¿Por qué en unas se detectó y en otras no?», se preguntó a medio juicio la perito de análisis físico-químico de la DPTC. «No lo sé, no sé si es que no había, o si se habrá lavado, o porque habrá pasado mucho tiempo», se responde. «Podría ser que pasó mucho tiempo entre el hecho y la toma de la muestra, podría ser eso, hay tantos factores del porqué no haya, no sé si disparó, si no disparó, no sé, solamente sé que solo en esa muestra se encontraron residuos».

La perito, lejos de certezas, explicó las múltiples razones por las que se pierde un rastro de pólvora. «Ha habido casos en los que después de ocho horas ya no se han encontrado, ha habido casos que después de 24 ya no se han encontrado, también depende inclusive de la persona, porque hay personas que tenemos el poro más abierto que otros, sudamos más que otros, como son partículas que caen, se pueden botar fácilmente».

Esas partículas de pólvora se pueden caer porque llueve, porque hay viento, porque dos horas después de disparar se lavan las manos, con un lavado normal de ropa, y en todos estos casos, la prueba daría negativo.

Las pruebas que incriminaron a Jorge Vladimir y a Edwin Enrique fueron el reconocimiento del testigo clave Moisés y las partículas en el pantalón. En la sentencia se lee que de los testigos citados, 10 no se presentaron, entre ellos, había otro clave, como Moisés, y que no apareció. Era el testigo clave Pablo.

De Moisés fue del único testigo del que no se tuvo duda durante el juicio. «Mostró seguridad en su declaración, no se advirtió ninguna circunstancia que genere duda sobre su veracidad, lo cual es posible advertir por su comportamiento al momento de rendir su deposición», quedó escrito en la sentencia. De los de descargo, como la madre de Edwin Enrique, la novia de Jorge Vladimir y del vigilante de la colonia Buena Vista, se dijo que presentaban inconsistencias importantes en sus relatos y no eran suficiente para desvanecer los indicios que se tenían en contra de los acusados.

Este testimonio fue lo único que incriminó a Edwin Enrique. Porque, pese a que había participado en un hecho con tantos disparos, no se le encontraron trazas de pólvora por ningún lado. La fiscalía argumentó que fue porque las muestras se tomaron el 13 de mayo al mediodía, es decir, 11 horas después del hecho y siete después de la detención. Este problema del funcionamiento de las instituciones no se atacó en ningún momento. Solo se justificó incluso cuando acaba siendo vinculante en la vida de dos personas a las que todavía no se había sentenciado.

A Jorge Vladimir y a Edwin Enrique no los detuvieron portando ropas tipo militar. «Por lo que se deduce, sin mayores ambages, que ya se habían cambiado», se lee en la sentencia sin que se explique acá por qué o cómo es que las partículas de pólvora sí llegaron al pantalón de Jorge Vladimir. En la investigación que se realizó nunca fueron encontradas las armas que se usaron para hacer los disparos que causaron cinco heridas a Alsacia, 21 a José Samuel y 28 a José Antonio.

Las masacres se cometen bajo un mismo ejercicio. Quiere decir que la muerte de varias personas, al margen de la cantidad, es producto de un mismo hilo de acciones. Esto constituye una figura jurídica que se llama concurso ideal y que permite calcular la pena con base en el caso más grave más un tercio.

«Realizar disparos hacia tres víctimas no constituye tres acciones independientes, sino una sola. Desde el momento en que se idea, se planifica, se idea cómo sacar a las víctimas de su casa, trasladarlas al pasaje, hincar a dos de estas, dispararles y dejarles en un sitio público y a otra de estas en las gradas en la entrada de la vivienda, se ve que la unidad de acción no significa unidad de movimientos corporales, sino que pueden existir varios movimientos corporales relacionados o encaminados a la realización de toda la dinámica delictiva», es la forma en que la sentencia resume la muerte.

Sin prueba científica fuerte y con la confianza plena en lo señalado por el testigo Moisés, Jorge Vladimir y Edwin Enrique fueron condenados a 40 años de cárcel. Una sentencia que saca de la norma de impunidad el caso, pero que lo amarra a una justicia extraña, que deja por fuera a otras dos personas que participaron, que no es capaz de construir casos sin testigos y que ni siquiera logra evitar que las armas que se usaron en esta masacre maten a más personas.