De cuentos y cuentas

Votos de castigo

En El Salvador tenemos diputados especialistas en explotar su imagen y que ya llevan más de un periodo sin más mérito que verse bien en las fotos.

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Periodista

En América Latina, los vaivenes de derechas e izquierdas en el poder parecen venir por olas. Hace dos décadas fueron las izquierdas quienes ganaron terreno, para alegría de muchos que, con las cicatrices aún frescas de las dictaduras en la región, lo veían impensable.

Y de estas izquierdas nacieron líderes entrañables, como Pepe Mujica, y otros que decepcionaron, como Dilma Rousseff, quien además cargó con el costo de un esquema de corrupción que se arrastró por el continente y contaminó cantidad de gobiernos, incluido, según aún se investiga, El Salvador.

El desencanto fue entonces el vapor que hizo avanzar la maquinaria de nuevos movimientos, más hacia las derechas, con agendas tan extremas como la de Jair Messias Bolsonaro, el primer militar que asume las riendas de Brasil desde el fin de la dictadura en dicho país.

El hecho de que tenga posturas abiertamente machistas, de que trate con desprecio a sus oponentes políticos y haya llegado a instaurar un régimen de mano dura, además de estar promoviendo la facilitación en la fabricación y compra de armas, y aún con todo esto, sea celebrado por miles de brasileños, es un signo que no se puede tomar a la ligera.

En los tiempos recientes son pocos los gobernantes que llegan al poder por méritos propios, porque se demuestren capaces, probos y preparados, o porque tengan plataformas y propuestas de calidad. Ahora es cada vez más común que las elecciones las ganen dos cosas: la mera popularidad, y el voto de castigo.

En el primer punto no hay mucho que explicar. Políticos jóvenes, carismáticos y bien parecidos no tienen muchos problemas para hacerse de la simpatía de los votantes. En El Salvador tenemos diputados especialistas en explotar su imagen y que ya llevan más de un periodo sin más mérito que verse bien en las fotos, videos o anuncios que comparten en los diferentes medios y redes sociales. Esto puede parecer inofensivo, y lo sería, salvo que estos puestos los deberían estar ocupando personas capaces con agendas claras, profesionales con una visión de país que aporten a la formulación de las políticas públicas y nuestras leyes más allá de lo que le pidan los financistas de sus campañas.

Un efecto secundario y triste del voto por rostro: que nuestra Asamblea se llene de caras bonitas con poco valor agregado.

Pero el segundo aspecto, el voto de castigo, es definitivamente un juego de ruleta rusa. El desencanto con quien ostenta el poder nos lleva a firmarle un cheque en blanco no a la que nos parece la mejor opción, sino a quien vemos que tiene más posibilidad de ganarle a quien queremos sacar del cargo.

Las experiencias recientes en América Latina demuestran que cuando nuestros pueblos deciden dar un voto de castigo, no les importa que esto implique darse un balazo en un pie o un escopetazo en la cara.

El riesgo está en que puede ser que quien gane sea realmente al final un buen funcionario, o todo lo contrario. Es una apuesta en la que quien tiene todo que perder, quien recibe el verdadero castigo en caso de equivocarse, es el pueblo.

A días de la elección presidencial, muchos aún no deciden a quién darán su voto. Otros ni siquiera se han convencido si vale la pena ir a votar. No voy a decirle qué hacer, usted está en su derecho de participar o no en los comicios, pero es importante que sepa que lo que decida el resto, si usted opta por no votar, sí le afectará durante los próximos años. En mi caso, prefiero pensar que sí traté de tener alguna incidencia en lo que, entre todos, decidiremos este 3 de febrero. Yo sí iré a votar.

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