Meridiano 89 oeste

Vivo dos posguerras

La posguerra requiere presencia mental, energía, negociación, diálogo, madurez donde antes uno simplemente había funcionado en automático.

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Investigadora y escritora radicada entre Madison, Wisconsin, y San Salvador.

Vivo dos posguerras; una a escala relacional y la otra de mi país. La de mi país la he vivido de lejos y la otra, desde el meollo. Esto lo escribí hace casi un año en el margen de una libreta de apuntes. Claro está que la primera posguerra que me marcó fue la que seguimos viviendo como parte del proceso nacional de El Salvador. Pero durante la disolución de mi matrimonio se me ocurrió que el divorcio también trae su propia posguerra; un período de tiempo posterior al combate abierto durante el cual se sufre sus consecuencias. Las dos posguerras me han hecho reflexionar sobre la importancia de los momentos de transición en la vida marcados por crisis anteriores.

Uno se equivoca pensando que, con la firma de un acuerdo o con la concesión de un divorcio, solo queda vivir la paz. Resulta casi inverosímil que después de tanto trámite y angustia no se pase de golpe a una nueva lógica de vida. Pero lo que toca al terminar una guerra, a escala relacional o a escala nacional, es caminar por un paisaje hecho ruinas, entre ambigüedades, ambivalencias, fragmentos, desórdenes, cuentas, cartas, fotos y correos extraviados. El cese de fuego le permite a uno hacer la toma de inventario de lo que se puede redimir y restaurar; muchas veces suele ser bien poco. Pero de esos primeros pasos tambaleantes a llegar a la paz hay un largo trecho.

La paz no es la no-guerra; la paz requiere actividad, la construcción de armonía organizada alrededor de una maqueta bien pensada. En un momento de desgaste y ruina se impone la tarea inmediata de renovación. Esto es porque uno de los problemas básicos de cualquier posguerra suele ser la falta de una buena infraestructura. Lo que toma años en establecer se desarma y uno queda expuesto con dificultades para poner orden al caos. La vida nos llama a responder, pero ya sin los sistemas acostumbrados; todo hay que negociarlo de nuevo y lo cotidiano se vuelve irreconocible. Por eso es que la posguerra requiere presencia mental, energía, negociación, diálogo, madurez donde antes uno simplemente había funcionado en automático. Me he dado cuenta de que el cumplimiento inicial de estas tareas influye mucho en las secuelas de guerra y en la transición a una nueva etapa de vida.

Dicho todo esto quiero aclarar que me parece demasiado simplista pensar que algún día salimos del laberinto de nuestras posguerras. En esto soy más proponente de la teoría del caos y de la noción poética de que el aleteo de una mariposa en Brasil puede terminar desatando un tornado semanas después en otro país. La teoría del caos se basa en el hecho de que el presente es susceptible en un primer momento a condiciones iniciales mínimas que se quedan imperceptibles e invisibles con el tiempo. De la misma forma, cualquier turbulencia de la vida nos marca en un primer momento y no podemos saber hasta dónde llevan los efectos secundarios. Seguimos hablando de “posguerra” precisamente porque las transiciones desatadas con el fin del conflicto son apenas condiciones iniciales inconclusas.

Con todo, este año cumplo dos años de divorciada y en El Salvador se marcan los 25 años de posguerra. En ambos casos la inseguridad, la insuficiencia y la desilusión son amenazas constantes, pero también hay esperanza, creatividad y energía. Los conflictos de la vida crean estelas caóticas cuyo impacto final no se puede saber ni pronosticar con certeza alguna. Esto no quiere decir que el aleteo inicial de la mariposa sea insignificante, sino todo lo contrario, mis dos posguerras me han llevado a la conclusión de que cada acción inicial debe tomarse con decisión y responsabilidad sabiendo que el impacto eventual será formidable. En fin, nuestras posguerras se hacen puentes o estanques dependiendo de la solidez de un programa inicial de transición hacia la paz y de la firmeza de nuestros primeros batidos de alas hacia ese camino.

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