Árbol de fuego

Un éxodo interminable

No hay cómo pedirle a los migrantes que se queden porque no existen las condiciones para ello. No hay siquiera un proyecto de país.

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Periodista y comunicador institucional

A su llegada a La Habana a finales de octubre, el presidente Sánchez Cerén fue retratado en una postal atípica: un mano a mano con periodistas. Una situación rara veces vista durante su administración. Independiente de la circunstancia del viaje, los medios estatales cubanos preguntaron sobre la caravana migratoria que iba rumbo a Estados Unidos. Tan solo unos días antes, miles de hondureños se habían congregado y ya caminaban rumbo al Norte. Decenas cruzaron nadando el río Goascorán, dejando imágenes dramáticas a punto de ahogarse. El presidente afirmó que migrar era un derecho humano y «se tiene que respetar el derecho de los migrantes». Después se quejó de Donald Trump, que pedía detener las caravanas, y zanjó el tema. No más sobre una situación que calaba hondo en la mayoría del país y amenazaba desbordarse.

Sánchez Cerén dijo que su gobierno había reducido la migración irregular a Estados Unidos, pero a esa altura ya se convocaba por redes sociales a una caravana del lado salvadoreño. La naturalidad del presidente ante el drama no fue extraña ni exclusiva de él. Es la naturalidad con la que los gobiernos de turno y la clase política en general han asumido la migración. Los países del Triángulo Norte de Centroamérica no tienen más que ofrecer a esta gente, así que queda en ellos rebuscarse por encontrar otro lugar donde sobrevivir. Migrar es el salvoconducto del sufrimiento y desamparo que significan ser pobre en Guatemala, Honduras y El Salvador.

Entonces la dubitativa respuesta de los políticos al fenómeno de la migración es que, en realidad, no tienen respuesta. No hay cómo pedirle a los migrantes que se queden porque no existen las condiciones para ello. No hay siquiera un proyecto de país. El éxodo de salvadoreños partiría cinco días después y, posteriormente, le seguiría una segunda caravana. Avanzan a pesar de las amenazas de Donald Trump de mandar el Ejército a la frontera de Estados Unidos con México. Se van en nutridos números a pesar del recibimiento hostil –no digamos si una nación desarrollada diera visas para irse. Y en su huida, dejan a un país en medio de una campaña presidencial que los tiene sin cuidado.

Hay que entenderlos. En las últimas seis campañas presidenciales se vienen oyendo planes como la urgencia de descentralizar el país, pero, al final, nadie lo hace. Los migrantes salen desde todos los rincones de El Salvador, dejando un gran vacío en sus comunidades. Contrario a la explosión demográfica de Guatemala y Honduras, nuestros pueblos languidecen ante la falta de jóvenes que se unen al éxodo. Esos jóvenes que según el Programa de Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD) son tan elementales para realizar las transformaciones necesarias en el país. El Informe sobre Desarrollo Humano 2018 establece la urgencia de que El Salvador aproveche su bono demográfico, el período en que las personas en edad productiva es mayor a la población dependiente. Un escenario que terminaría en 2033, por lo que las inversiones que se realicen en los años por venir serán cruciales.

Solo con una apuesta decidida por cambiar la realidad del país se puede frenar el éxodo que lo sigue desangrando. Se pueden hacer cientos de campañas sobre los riesgos de la migración, pero no calarán mientras el riesgo de quedarse sea aún mayor. Mientras el Gobierno y la sociedad en general no sean capaces de dar respuestas a los que se van, todos perdemos. Bueno, en el contexto de la campaña política en la que se definió el Congreso de EUA, el único que ganó fue Donald Trump, que tuvo la excusa para volver a desplegar la retórica racista que lo llevó a la presidencia. Pero las elecciones en Estados Unidos terminaron y las caravanas siguen avanzando por México. La gente se sigue yendo en ese éxodo que hasta ahora parece interminable.

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