Meridiano 89 oeste

Tóxico

Ha quedado pendiente una respuesta a esa carta que quedó perdida entre el umbral de dos mundos y ya sé lo que le voy a contestar.

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Investigadora y escritora radicada entre Madison, Wisconsin, y San Salvador

Estaba sentada en la mesa de comedor en la casa de mis padres. Discutía con ellos la novedad de que el papá de mis hijos se había mudado al estado lejano de Arizona. Era curioso porque se había ido sin avisarle a nadie abandonando las responsabilidades inmediatas que tenía con los niños. Recuerdo detalles del cuarto mientras conversábamos; el sonido de la mesa cuando crujía contra el linóleo, la densidad de las viejas sillas de madera y la luz rosada del atardecer que poco a poco llenaba el espacio.

Ahí fue que entró al comedor un desconocido; un hombre joven sonriente y con un aire de confianza que me dejó perpleja. Sin romper la zancada nos tiró sobre la mesa una carta postal que quedó sin abrir y me dio la mano anunciando que tenía algo para mí de mi exmarido. Supe entonces la razón detrás de su huida repentina a Arizona. Sentí como que el joven me presionaba güishtes en la palma de la mano y sabía que venían llenos de alguna toxina letal. Antes de morir solo tuve chance de pensar que se quedarían solos mis hijos. Desperté.

Decidí que el año entrante no volvería a programar las lecturas de Borges y Cortázar para mis estudiantes en la misma semana. Leíamos en estos días ‘El sur’ y ‘La noche boca arriba’, dos cuentos en que se cruza el mundo de sueño con la realidad y el protagonista en cada caso sueña su muerte. Quizás por eso había terminado soñando la mía. Y sin embargo me quedé con la inquietud de la vividez de ese sueño y de lo que me habría querido comunicar aparte de la plena animosidad del divorcio.

He leído sobre casos de sueños proféticos, o premonitorios, que de alguna manía del subconsciente abren ventanas hacia el futuro que le permiten a uno acceder a una determinada información. Está el caso de Abraham Lincoln, por ejemplo, el presidente que soñó su muerte días antes de ser asesinado.

La respuesta me llegó el siguiente día cuando mi hijo me preguntó si yo no había recibido un correo que me había querido hacer llegar su papá. Me entró la sensación fugaz de haber estado en esa situación antes. No, no lo había encontrado en el buzón de email y de qué se trataba, le pregunté. Ernesto me explicó que su papá tenía programado un viaje inmediato a otro estado y que era referente a eso y al plan de tiempo compartido con ellos. Pensé en la carta postal no leída del sueño que había quedado sobre la mesa del comedor y no contesté nada ese día, que fue jueves.

Ha quedado pendiente una respuesta a esa carta que quedó perdida entre el umbral de dos mundos y ya sé lo que le voy a contestar. Que me encargo yo esa semana de los niños, que no hay problema y que goce sus días de vacaciones. En fin, hay que hacer el esfuerzo para encontrar el antídoto al veneno lastimoso de esa relación. Mando el correo electrónico, cierro la página de web y encuentro en otra página abierta un poema de Rumi del siglo 13. Lo leo y siento que leo el contenido de esa primera carta como si formara parte de un sueño lúcido:

«Más allá de las ideas de los males y las cosas buenas que nos hicimos,

hay un campo. Encontrémonos allí.

Cuando el alma se acuesta en esa grama,

El mundo está demasiado lleno para poder discutir.

Ideas, lenguaje, incluso la frase «nosotros»

Pierde todo sentido

La brisa del amanecer tiene secretos que contarte.

No te vuelvas a dormir…

La gente cruza el umbral

donde los dos mundos se juntan.

La puerta es redonda y está abierta

No te vuelvas a dormir».

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