Meridiano 89 oeste

Soy divorciada

Un deporte así nunca me lo habría permitido el exmarido porque lo hubiera visto como algo no conveniente para una mujer casada esas consideraciones ya no son parte de mi realidad; viajo, estudio y escribo sin pedir permiso.

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Investigadora y escritora radicada entre Madison, Wisconsin, y San Salvador

Una señora que he conocido hace poco me pregunta por mi marido. Le respondo con lo que parece ser confesión. La palabra en sí es fea: “divorciada”, un participio pasado que retumba en la boca como cuatro piedras naturales en marea alta. Decirlo es contar una historia completa con una breve etiqueta que solo invita silencios y cambios repentinos de plática. Parece punto final, pero no lo es, ni lo ha sido en mi caso particular. Y si la señora no hubiera cortado la conversación le habría dicho que mi matrimonio se acabó por varias razones, nada inusuales; murió de causas naturales. Hicimos terapia de pareja y el terapeuta solo nos hizo ver que el divorcio era la mejor opción. Para entonces ya se había perdido el respeto y la confianza y una relación así no era sostenible. De todos modos no lo recuerdo como un fracaso ni lamento el tiempo que pasé casada. En parte porque en algún lugar leí que el matrimonio normal dura ocho años y el nuestro fue casi el doble de tiempo. Ahora lo pienso como una etapa de la vida; la de criar hijos y lo hicimos juntos hasta donde pudimos. Pero hay relaciones que solo son para una temporada de la vida y no se dan para más. Lo único que sí me pesa es haber dejado ir la oportunidad de formar una unidad familiar cohesiva. Pero la verdad es que los que logran formar buen equipo no se divorcian.

Sin embargo aquí no quiero concentrarme en el divorcio, que en fin solo fue una parte del proceso que terminó dando vida a otras cosas. Fue una oportunidad de ofrecerme la vida a mí misma en vez de seguir ofreciéndola inútilmente a mi pareja. Después del divorcio pasé un periodo en que la libertad nueva me hizo sentirme como un colibrí con energía frenética pero sin tener fuerza ni poder real. Solo podía desperdiciar energía porque no sabía acumularla en lo productivo. Pero al poco tiempo tuve que hacer un nuevo nido y establecer nuevas normas para mis hijos. Había empezado a pintar como forma de escape durante el tiempo que nos tocó vivir juntos antes de que se formalizara el divorcio. Al tener un propio espacio seguí desarrollándome en la pintura y con el arte. Aprendí a andar en motocicleta y ando sola en mi vieja Buell 500 por el campo de Wisconsin. Además empecé a practicar jiu jitsu, un arte marcial en el que hay que estar en contacto físico constante con otros practicantes, la mayor parte de ellos son hombres que ahora considero casi hermanos. Pero un deporte así nunca me lo habría permitido el exmarido porque lo hubiera visto como algo no conveniente para una mujer casada. Esas consideraciones ya no son parte de mi realidad; viajo, estudio y escribo sin pedir permiso ni estar rindiendo cuentas a nadie.

Y no es que el divorcio sea una solución automática para los problemas de pareja ni que sea algo conveniente para una familia. A lo que he querido llegar es que el divorcio es apenas un alto de fuego y una oportunidad para empezar de nuevo, pero lo laborioso está en construir algo de valor de las ruinas que quedan. Le quisiera haber contado todo esto a esa señora que hace poco me preguntó si yo era casada. Le quisiera haber podido decir que el divorcio no es punto final.

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