De cuentos y cuentas

Somos mejores que eso

Somos más que una voz que, tras un teclado y con la protección de una pantalla, grita improperios y repite mentiras para favorecer al poderoso de su preferencia.

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Periodista

Se los juro, hay mucho más. Quizá haya que rascar un poquito la mugre de la superficie, limpiar la herrumbre, afinar la vista o pegar la oreja a la puerta, pero está ahí.

Somos más que insultos en el tráfico, altos irrespetados y tragedias atribuidas al alcohol. No somos solo carriles usados en sentido contrario y lutos causados por imprudencia.

Somos más que esas miradas que vuelven a otro lado ante la desgracia ajena, que el robo de la esperanza y el abuso al desamparado. Hay más que la indiferencia ante los ojitos de hambre y las manos extendidas en los semáforos, más que los plomos, los asaltos y las amenazas.

Pobres matando a pobres, explotando pobres, odiándolos por ser pobres y odiándose a sí mismos mientras tratan de aparentar que no lo son. Víctimas diarias de la violencia y de la economía, que se preguntan qué están haciendo mal mientras escuchan el estribillo oficial de que hay crecimiento y que hay desarrollo, y entonces por qué no me llega a mí, carajo.

Cuerpos y mentes famélicos, alimentados por la apatía y la ignorancia, condenados por la marginación, caldo de cultivo fértil para creer en promesas imposibles, mientras unos pocos se soban las manos pensando en todo lo que pueden conseguir a costa de estas masas, que son poco más para ellos que numeritos, que votos.

Somos más que una voz que, tras un teclado y con la protección de una pantalla, grita improperios y repite mentiras para favorecer al poderoso de su preferencia. Somos mejor que una bola de crédulos que toma como palabra sagrada cualquier cosa que se comparta en redes. Créanme, lo somos.

Somos esa alma que se desvela en feriados para cuidar a los enfermos de un hospital, somos esa médica que saca de su bolsa para compensar un poco las carencias de la clínica en la que le ha tocado atestiguar miseria y enfermedad, con pocas herramientas para combatirlas.

Somos ese ejército de docentes que siguen creyendo en su oficio mientras sobreviven con salarios de hambre y ven venir con resignación una pensión que será aún peor.

Miles de corazones que madrugan a diario a sus pedacitos de espacio productivo, a sus rinconcitos generadores de progreso, aunque de eso les toque muy poco, y que no claudican, que siguen, que insisten.

Somos quienes no nos conformamos, no nos resignamos, no nos rendimos, y seguimos creyendo que algo mejor es posible, que tiene que haber algo más, que no, esto no puede ser todo y que quizá si yo me empeño un poco más, puedo ayudar a jalar la carreta y que entre todos la llevemos hacia mejores pastos.

Somos ese estudiante que cuestiona, esa mujer que se levanta y se reconstruye, ese hombre que ayuda sin esperar recompensa, profesionales disconformes con la mediocridad, gente que da la mano cuando alguien la necesita, ciudadanos que no olvidamos, que nos echamos el hombro unos a otros cuando todo va tan mal, y que compartimos la visión de un mejor futuro, y ojalá, un mejor presente.

Somos esos que hemos caído, hemos gritado, hemos maldecido a la vida y al universo y a nuestra mala suerte. Que hemos llorado y dejado de creer, pero persistimos. Somos eso que todos tenemos para dar, esa luz en el fondo, esa palabra amable, ese último esfuerzo. Somos más que toda la fealdad que aflora a simple vista, somos mucho más. No dejemos que lo superficial nos descorazone. Hay belleza, saquémosla a relucir.

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