Gabinete Caligari

Para crear futuros lectores

Los padres lectores no necesariamente se convierten en una influencia para sus hijos en cuanto a contagiarles la pasión por la lectura.

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Hace unos días, el poeta guatemalteco Julio Serrano compartió en Twitter sus impresiones sobre un encuentro que sostuvo con estudiantes de entre 14 y 17 años, con quienes habló sobre libros y lectura. Los estudiantes pertenecen a un colegio de buena reputación académica, bien calificado en Lenguaje.
De los tres grupos con los que Serrano tuvo oportunidad de discutir, a ninguno le interesaba leer literatura, aunque había conciencia plena sobre “la lectura permanente de contenidos en línea” (según los tuits de Serrano).

Casi ninguno de los estudiantes usaba Twitter, muchos ya no tenían Facebook y todos tenían Instagram. Un dato que Serrano destacó como interesante era el hecho de que en los tres grupos, casi la mitad de los estudiantes provienen de una familia lectora. Pese a ello, casi ninguno se consideraba a sí mismo lector.
Según Serrano, los motivos de los estudiantes para no leer es porque les parece aburrido; que si te imponen la lectura (como suele ocurrir en los centros de estudios) se termina por no leer; que es demasiado tiempo para ser dedicado a una sola tarea, cuando se pueden hacer muchas cosas al mismo tiempo; y que los libros no les hablan de su realidad ni de sus intereses.
Al ser preguntados sobre qué les gustaría leer, los estudiantes respondieron que tendría que ser algo cercano a su realidad, a su día a día; que el texto tendría que ser algo breve, que los capture y que tenga formatos interesantes para ellos, “formatos mixtos, como leer en WhatsApp y luego en Instagram”, según dijeron.
Para Serrano, la experiencia fue reveladora. Los padres lectores no necesariamente se convierten en una influencia para sus hijos en cuanto a contagiarles la pasión por la lectura. La gran pregunta que se hacía Serrano al final de su hilo era si los escritores estamos generando literatura para este grupo etario.
Aunque ocurrió en Guatemala, tengo el presentimiento de que los comentarios de Serrano reflejan también la realidad de nuestro estudiantado. Cuando converso con los miembros más jóvenes de mis talleres literarios, escucho afirmaciones similares. Cuando hablamos de lecturas, por ejemplo, es común escuchar que odiaron todo lo que les fue asignado como lectura colegial, porque los contenidos no tienen nada que ver con la realidad del adolescente salvadoreño actual.
El hecho de obligar a la lectura a los jóvenes y hacerlo con libros que no despiertan su curiosidad ni su identificación con la historia, los hace rechazar el acto de la lectura en general. Un lector se engancha en el acto de leer porque descubre que un libro le habla de múltiples maneras. Si las lecturas que ofrecemos a nuestros jóvenes no logran activar esa identificación, la actividad de leer se torna en algo incomprensible y por ende, aburrida. Son pocos los que optan por buscar y descubrir lecturas por iniciativa y curiosidad propia, más allá del canon establecido. Por lo general quienes lo hicieron, sí lograron encontrar lecturas que los convirtieron en lectores de por vida.
La tecnología y el hincapié visual de los contenidos ejercen también influencia en la manera cómo los menores construyen lenguaje y pensamiento. Esto es más visible con los niños y adolescentes que están creciendo y formándose con internet y los contenidos en línea.
Esta relación ambigua con la lectura, leer en pantallas y considerar aburridos los libros, es una realidad que trasciende fronteras. Esto lo demuestra la incuestionable popularidad de algunas aplicaciones como Hooked, que cuenta con 10 millones de usuarios (y contando). Hooked es una plataforma para leer historias escritas en formato de chat, por lo general del género de suspenso y que dan la impresión de estar leyendo una conversación de chat ajena. Según la información descriptiva de la app, “nos gusta leer pero sabemos que puede ser ABURRIDO cuando las historias son muy largas” (sic). La app hace entregas diarias de nuevas historias y también permite que los usuarios compartan las propias.
Otra app de lectura extremadamente popular es Wattpad. Con 100 millones de usuarios, la mayoría de ellos adolescentes, la plataforma combina la lectura con la posibilidad de colgar sus propios libros. La mayor parte de lo que se lee en dicha plataforma es la llamada fan fic (ficción de fans), donde alguien que siente particular entusiasmo por un “best seller”, escribe una variante o un “spin off” de la historia original.
El impacto de lectura que tiene esta plataforma es tan grande, que las editoriales están siempre a la búsqueda de los libros más populares. Así fue como descubrieron a Anna Todd, quien escribió la serie de novelas “After”, usando elementos de varios libros conocidos que a ella le gustaron. Las novelas de Todd se publicaron por entregas en Wattpad y sobrepasaron los 450 millones de lectores. Cuando sus libros fueron impresos en papel, se convirtieron en “best sellers” instantáneos.
Los libros que se publican en Wattpad podrán estar mal escritos (porque cada quien es su propio editor y algunos se publican por entregas, a medida que el autor las redacta), pero un elemento de su popularidad radica en los temas y el tratamiento que tienen las historias, que tocan temas como el “bullying”, el acoso sexual, la violación, las drogas, las primeras experiencias sexuales, etc.
El contenido que se lee en ambas aplicaciones está lejos de ser llamado literatura. Pero quizás logre que sus lectores terminen interesándose por leer libros con contenido de mejor calidad e historias más complejas.
Si aprendemos a dialogar y escuchar a nuestros jóvenes, comprenderemos que las búsquedas literarias varían de generación en generación. Este tipo de diálogo permitiría que maestros, editoriales y escritores tengamos insumos para no descuidar a este grupo, cuyo entorno natural para la lectura es la pantalla y no el libro impreso.
De lo que se trata, a fin de cuentas, es de lograr promover la creación de nuevos lectores, enamorándolos de la literatura y despertando en ellos el instinto natural del ser humano por escuchar y contar historias.

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