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El país que viene: jóvenes en el extranjero

La historia de cada uno nos hace particularmente distintos, y darle la oportunidad al otro de contarnos de dónde viene nos permite ampliar nuestros puntos de vista y encontrar esos puntos de encuentro que nos permiten empujar hacia un mismo objetivo: El Salvador.

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Comunicadora salvadoreña

Hace algunas semanas fue el lanzamiento del segundo libro “El País Que Viene: Jóvenes en el extranjero”, editado por Diego Echegoyén y coescrito por 60 jóvenes que ahora residen fuera de El Salvador.

Tuve el honor de engrosar las listas de esta gran iniciativa con un texto en el que plasmo, de la forma más amena que pude, mi experiencia como residente en el extranjero -en Chile, para ser exacta-. Así como yo, otros 59 jóvenes de los más diversos contextos, profesiones, pasiones y países, cuentan sus historias de vida, de cómo llegaron a los lugares donde hoy residen y por qué vale la pena ser de El Salvador, aunque no vivan en sus tierras.

Tengo que admitir que, cuando fui invitada a participar en el proceso, tuve muchas dudas: ¿por qué yo?, ¿mi historia es acaso relevante para alguien?, ¿qué objetivos persigue esta publicación?, ¿quiénes más participan?, ¿para qué?, ¿debería?

Poco a poco me fui enterando de otros jóvenes cercanos a mí que también habían sido invitados a participar, lo que me fue generando confianza en el proyecto; pero, además, me enteré que una persona me había nominado. Fue ahí cuando tomé la determinación de participar. El gesto de confiar en mí, nominándome, me hizo darme cuenta de lo que genera una iniciativa como esta: promover el orgullo de ser salvadoreño.

Las 60 historias que este libro recoge hacen un maravilloso recorrido por las vidas de personas comunes y corrientes, como yo, que por alguna razón u otra, no viven en El Salvador. Las distintas visiones de cada uno enriquecen de manera excepcional lo que significa ser salvadoreño y, lo más importante, nos permiten reunirnos en torno a un tema común, que se construye a partir de la pluralidad.
Eso fue precisamente lo que ocurrió durante la presentación del libro. Fue particularmente gratificante ver a personajes y autoridades de distintos partidos políticos e instituciones coincidir y convivir en torno a un mismo objetivo. Cada uno pasó al podio a contar parte de su historia, relatándola con orgullo y pasión, recordando cómo habían llegado a estar donde ese día se encontraban. El vicepresidente relató sus jornadas en las montañas y cómo sus ideales lo habían llevado, 20 años después, hasta el Ejecutivo; a su vez, y en un contraste que me pareció maravilloso, la exministra de relaciones exteriores, María Eugenia Brizuela de Ávila, contó cómo su viaje a Europa para aprender de historia y artes no logró disuadirla de convertirse en la primer abogado mujer en su familia.

Es tan importante saber apreciar la riqueza de la diversidad y, conociéndola, respetarla. La historia de cada uno nos hace particularmente distintos, y darle la oportunidad al otro de contarnos de dónde viene nos permite ampliar nuestros puntos de vista y encontrar esos puntos de encuentro que nos permiten empujar hacia un mismo objetivo: El Salvador. Les recomiendo que, con estas palabras en mente, busquen un ejemplar de este libro inspirador, lo lean junto a un buen café y, entre esas páginas, reconozcamos la riqueza de la diversidad, representada en las historias de 60 personas que han dispuesto convertirse en pequeños muestrarios de El Salvador en muchos rincones del mundo. Pero, sobre todo, a sentirnos orgullosos de nuestras propias historias y a convertirlas siempre en puntos de encuentro, de coincidencia; porque de divisiones ya fue suficiente.

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