Mi trabajo en este país me ha permitido conocer a jóvenes que sueñan con los pies en la tierra. Buscan oportunidades que se les hicieron imposibles en sus lugares de origen y que todavía pueden alcanzar aquí, a pesar de que estos tiempos políticos y sociales está haciéndose más hostiles. Son hombres y mujeres con talento, pero que necesitan una pequeña ayuda para reconocer sus capacidades.
Detrás de cada estudiante hay una historia de vida digna de admirar y contar, pero que también refleja las deudas infinitas que las sociedades centroamericanas tienen con sus hijos más vulnerables. Y aunque aquí también tengan que saborear varias carencias, al menos tienen la oportunidad de cambiarse el rumbo por medio de la educación.
Estos son algunos de los retos a los que la mayoría de estos jóvenes se enfrenta en este país: hasta 12 o más horas de trabajo al día, hijos que atender, conflictos migratorios, apuros económicos y más. Sin embargo, su esfuerzo se hace notar en cada clase. Y si la voluntad de todos es firme, la perseverancia de uno de ellos es férrea.
Conocí a Max el semestre pasado, y desde el principio fue claro: la lectura y la comprensión no eran su fuerte. Más que eso, las letras le representan verdaderos desafíos de aprendizaje. Él es consciente de eso y, aunque algunas veces ha querido tirar la toalla, lo sigue intentando.