A partir de 2009 en El Salvador hemos tenido mucha memoria. Tanta memoria que pareciera que por fin hay un consenso; cuanta más memoria, mejor. Sin embargo, aquí quiero explorar la posibilidad de que la memoria es buena o mala en función del uso que le damos. El crítico Tzvetan Todorov pone el ejemplo de Hitler y su obsesión con la “mala memoria” con que animó a que el pueblo alemán recordara siempre el tratado de Versalles y la derrota de Alemania en la Primera Guerra Mundial.
Esta memoria nutrió el espíritu de venganza que llevó a la Segunda Guerra Mundial. Según Todorov: “Toda educación nacionalista quiere recordar las páginas gloriosas del pasado, pero también los momentos en que otros nos han hecho daño para alimentar el espíritu de venganza”.
Con la llegada del FMLN en 2009, El Salvador ha visto una apertura de la memoria, una especie de dar vuelta a la página del pasado del país. Por su parte, y haciendo uso de la frase de Roque Dalton, Mauricio Funes inauguró “El turno del ofendido”, que también ha sido un turno de la memoria para elaborar otra versión de la historia como un correctivo a las narrativas dominantes de las derechas políticas a partir de la conquista.
Este boom de la memoria ha impulsado varios proyectos artísticos patrocinados por el Estado; entre ellos, los murales de Antonio Bonilla en el MUNA y en el CIFCO, el mural de Rafael Varela en el aeropuerto y el cambio del nombre de este mismo aeropuerto en homenaje a Monseñor Romero. La apertura de la memoria ha forjado, además, un camino para que artistas independientes representen los hechos traumáticos de la guerra de los años ochenta, como hizo Jorge Galán con “Noviembre”, una novela en la que recuerda la masacre de los jesuitas de la UCA a través de la ficción.
Y con esto a lo que quiero llegar es que no toda la memoria es buena memoria. A veces contar el pasado no resuelve los conflictos sino fomenta tensiones e inquietudes nuevas al entrelazar el pasado y el presente. Poniendo como ejemplo “Noviembre”, de Jorge Galán, la publicación de esta novela levantó debate en los medios de comunicación cuando el autor recibió amenazas de muerte y buscó asilo en otro país.
En parte la novela despertó inquietudes por esto; la memoria pareció estar al servicio de los objetivos inmediatos y personales del autor. Al mismo tiempo había muchos que descartaron las sugerencias en contra de Galán, subestimando estas como ataques motivados por envidia o enemistad. De todos modos, la alternativa era no contar esa historia; tampoco era una buena alternativa. Yo me cuento entre los que han hecho las paces con la presencia de cierto oportunismo en las representaciones del pasado; claro está que el trabajo de la memoria avanza carreras y se compensa bien. Son casi inevitables estas especies de micro contaminaciones de la memoria.
En fin, ¿cómo evaluar los usos de la memoria? Según Todorov, la buena manera de representar la memoria es evitar en lo posible que sirva a un objetivo inmediato político o personal. Por esto es importante considerar el contexto y el momento histórico de los trabajos de la memoria. Aquí entran preguntas de la ética, como cuándo contar algunas memorias y quién o quiénes son las personas indicadas para contar los traumas que se vivieron.
Todorov también propone que las representaciones más éticas de la memoria aspiran a un enfoque imparcial. Así, la memoria no sirve a fines políticos y no se rebaja a un nivel de mera propaganda. Con todo, es importante tomar conciencia frente a la apertura de la memoria en el país a partir de 2009 y empezar a evaluar de una forma crítica y lúcida cuestiones de ética; es decir, los buenos y malos usos de la memoria.