Fue amor a primera vista. Yo me enamoré de vos porque me adoptaste y me diste uno de los regalos más valiosos que una niña puede recibir en el exilio: me diste identidad. Vos, en cambio, te enamoraste de mí porque nos parecemos, somos como familia, compartimos el color de piel, el pelo alborotado como tu vegetación y el mismo ímpetu frente a la vida.
Era una niña cuando te conocí, pero te recuerdo detalle a detalle: sencilla, amiguera, clara, siempre dispuesta para la fiesta, sin maquillaje, sin temor a ser vos. Seguramente vos también tenés recuerdos de nuestro encuentro. Llegué llena de temores y ansiedades, nada que tu campo abierto, tus lagos y tus volcanes no pudieran sanar. Todavía tengo presente los días en los que me abriste los brazos para que jugara y creciera sin miedo.
Rápidamente te tomé confianza y me subí a tus árboles a comer todo tipo de frutas. Podía pasar horas mordisqueando mangos verdes y lechosos, sentada en alguna rama contemplando tu calma. Abstraída, me dejaba llevar por la brisa y el simple placer de observar un pájaro carpintero picoteando sin parar.
En esa época nuestras posesiones materiales eran nulas y éramos felices, muy felices. Recuerdo que en tu época de escasez te sobraron los amigos, venían de cualquier parte del mundo solo para respirar tu aire y renovar sus espíritus. Yo, en cambio, crecí contigo, te juré lealtad y te defendí de todo aquello que representara oposición a tu manera de ser. Hasta que llegó el día en que nos tuvimos que separar.
Te dejé en un momento de cambios y vos me despediste amorosa. Me dijiste que fuera a cumplir mis pendientes al país que me vio nacer y me repetiste que no tuviera miedo, que esta era mi casa y que podía regresar siempre. Desde entonces, cada vez que puedo te vengo a ver.
Como a una mamá grande te cuento mis cuitas, lo difícil que ha sido el reencuentro con mi país natal y lo diferente que veo todo. El tiempo ha pasado y las dos hemos cambiado. Ahora te encuentro maquillada, diferente, excéntrica para una Managua genuina y silvestre como vos. Y aunque han querido uniformarte y hacerte parecer al resto de las ciudades centroamericanas, vos sos única. Siempre llena de espacios públicos, libre de las fronteras de clase que enrarecen el ambiente.