En los diversos esfuerzos que se hacen por promover la cultura del libro me ha sido grato encontrarme con un referente de ideas expresadas para la reflexión, aunque también causan polémica por los diferentes modos de pensar. Ocurre en Ecuador, con ideas expresadas por mi amigo escritor y periodista, Raúl Pérez Torres, por varios años presidente la Casa de la Cultura Ecuatoriana.
De modo que se trata de un mensaje en el contexto de su país; pero en mucho nos toca, por ese afán de reconstrucción que vive América Latina. En fin, se trata de un tema que me interesa para apreciar nuestras fortalezas y vulnerabilidades. Lo importante es que los puntos expuestos permiten reflexionar sobre el común quehacer en el campo de la cultura creativa, según la propia interpretación podemos estar de acuerdo o en desacuerdo en un planteamiento de interés social pero más en específico para pintores, escritores, y teatreros jóvenes que se involucran en el tema de la cultura salvadoreña que participan con su trabajo en el desarrollo nacional.
Las ideas me llegaron por Facebook, gracias a envío del jurista y amigo Félix Ulloa, y provienen de aquella primera Casa de la Cultura de América Latina, desde donde recibimos las palabras del escritor y periodista amigo, Pérez Torres. Es un video corto que no voy a transcribir todo, solo algunos aspectos, lo que me llamó la atención, en especial porque últimamente hay un renovado despertar para socializar ideas facilitado por las redes sociales, que facilitan la información en el orden artístico, sobre el papel que juega la cultura en el desarrollo de las sociedades, las proyecciones manifestadas masivamente para reavivar un humanismo, tan necesario para insertarse en una realidad que neutralice el pesimismo.
El fragmento que me interesa del mensaje de Torres Pérez despertó polémica en Ecuador desde su inicio. Comenzando por su título: “Cría Cuervos”. Los cuervos son los que fueron beneficiados con la entregaron de peces pero que no se les enseño a pescar. En el contexto de El Salvador no es viable pensar que se entregaran peces a la sociedad civil ni a los artistas, y menos se enseñó a pescar, no hubo una conducta social o política que pensara en una democracia distributiva; si hubiese sido así quizás no hubiéramos llegado a las tragedias profundas que vivimos por más de doce años, cuyas secuelas se manifiestan con fuerzas pese a los esfuerzos por evitarlo, porque pesó más la ambición autoritaria sobre la tenacidad y esfuerzos del salvadoreño por salir adelante, aun en los momentos más difíciles que significó enfrentamiento a muerte entre nacionales, y que en la paz se manifiesta en emigración forzada también letal.
A las pruebas me renito como se dice en el lenguaje judicial. Cuando comenzó a aparecer la primera promoción de poetas salvadoreños se dispuso cortar el cordón umbilical que nos unía a un país donde las expresiones artísticas fueron perseguidas por rebeldes. Para salir de esas calderas de alta presión hubo que buscar prepararse y medirse hacia afuera, y nada mejor que apropiarse de influencias, en especial de los maestros de la época.
Recuerdo que comentábamos con humor sarcástico una frase del poeta Roberto Armijo: “Necesitamos la sombra de un amate”, y después proyectó esta idea en un hermoso poema que transcribo en su forma original: “Cuándo el poeta será un príncipe Un Dios Por qué desde Platón se le relega Por qué lo vuelven un Prometeo Un Cristo y a veces un Judas Ay la edad de oro de los poetas La Patria no será una llaga pústula maligna Nos acogerá con la ternura con que acoge un padre o una madre a un hijo ciego Nos cubrirá nos llenará de besos” Ese sueño de Armijo sigue trunco, aunque ya no tiene elementos de pesadilla. Por eso se pensó en salir con la literatura al hombro más allá de las fronteras, para absorber la calidad de los grandes maestros de la época: de Pablo Neruda, César Vallejo, Miguel Hernández, Federico García Lorca, Nazim Himet, para citar a cinco, aunque también nos enamoramos de los clásicos españoles.
La poca bibliografía que conseguíamos en la Librería de don Kurt Whalen o en “La Claridad”, de Ana Rosa Ochoa, eran tesoros que necesitábamos para el desarrollo literario. Recuerdo esos sitios ricos en obras, en una época difícil de explicar a las nuevas generaciones, comenzando por la ausencia tecnológica de la informática, lo que nos hacía depender de un correo marítimo que tardaba seis meses para ser recibidas las obras o revistas. Se sumaba la censura institucional.