Escribiviendo

Memorias del pasado presente

No era fácil un proyecto de inversión millonaria en la UES. Además había oposición interna, pues se suponía que el GOES pediría privatizar la universidad. Nada de eso sucedió.

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Con ocho años de residencia en Costa Rica fundé el Instituto Cultural Costarricense Salvadoreño con apoyo de Holanda, en primer lugar, Suecia, Noruega, Estados Unidos e Inglaterra, como apoyos alternos. Era el año de 1983. La idea de crear el instituto era dar a conocer expresiones de la identidad centroamericana para beneficiar directamente a los campesinos salvadoreños refugiados. Otros grupos habían sido ubicados en Honduras: La Virtud y Colomoncagua, regiones desoladas y en pésimas condiciones. Llegaron con apoyo de las Naciones Unidas (ACNUR).

Costa Rica aceptó gran parte de los salvadoreños en la ciudad de Heredia. Más del 90 % de Chalatenango: niños, niñas, madres y abuelos. En verdad, no conozco estadísticas, si es que las hay. El proyecto tenía taller de pintura, grupo de teatro y de danza: de niños, adolescentes y abuelos; ventas de artesanías y comidas típicas, y un sencillo centro de información.

El instituto se legalizó con apoyo de personalidades costarricenses que nos acompañaron para fundarlo: el académico y poeta más importante de Costa Rica Isaac Felipe Azofeifa, presidente de la directiva, un año después pude relevarlo en ese puesto cuando el poeta vio que mi persona ya tenía sus propias alas. Otro apoyo fraterno lo ofreció la actriz Mimí Prado, (quien pronto tuvo la iniciativa de hacer de la sala principal un teatro que se llamó de La Calle 15). Años después, Mimí ocupó el cargo de ministra de Cultura.

También estuvo con nosotros don Julián Zamora, exembajador de Costa Rica en El Salvador; también nos dio apoyo Samuel Rovinski, escritor y cineasta costarricense. Otro ángel del instituto fue Gina Orlich (sobrina de un expresidente de Costa Rica Francisco Orlich).

Luego de traducir al holandés mi libro “Un día en la vida”, la cooperación de Holanda apoyó nuestro proyecto, y pronto creamos iniciativas interculturales centroamericanas, suramericanas e incluso europeas.

En uno de mis viajes a Europa, en visitas a entidades de cooperación, a mi retorno me encontré que Gina y Mimí tomaron la iniciativa de derribar la parte interna de la casa alquilada para convertirla en teatro de verdad. Mi susto fue tremendo: de la casa solo quedaba la fachada. Me explicaron que habían aprovechado mi ausencia para ofrecer a la propietaria un contrato por cinco años y promesa de compra. Respiré hondo. Al año se había consolidado el teatro frente a la plaza de la Democracia en la avenida principal de San José.

Once años después finalizamos el proyecto porque, firmado el Acuerdo de Paz, la mayoría de refugiados partió para Canadá, y Australia y otros retornaron a El Salvador. La cercanía con los campesinos salvadoreños (bajo protección de las Naciones Unidas y el Gobierno costarricense) me dieron el aprendizaje para escribir dos novelas histórico-poéticas: “Un día en la vida” y “Cuzcatlán donde bate la mar el sur”, ambas con personajes rurales e incluyeron traducciones en editoriales famosas de Londres y Nueva York, La Haya, Suecia y otros países europeos.
De regreso en 1993 a El Salvador, ocupé el cargo de director de la Librería Universitaria con cargo ad honorem para funcionar como secretario de Comunicaciones y director de la Editorial Universitaria por solicitud del rector Fabio Castillo y ante la carencia de presupuesto para hacer nombramientos.

Posteriormente ocupé el cargo de la Secretaría de Relaciones Nacionales e Internacionales de la Universidad de El Salvador, 1995-1999. Mi mejor logro fue gestionar, a partir de una idea-sueño, la construcción de la villa olímpica en el campus universitario. Mi propuesta al Gobierno fue que una vez pasados los juegos, las construcciones podrían enriquecer la universidad. Es el Polideportivo que ahora disfrutan los estudiantes de la Universidad de El Salvador.

Aclaro el milagro: asistí, en representación del rector, Dr. Benjamín López Guillén, a una conferencia de medicina deportiva (de lo que no sabía ni jota). El evento se realizó en la biblioteca universitaria. Ahí se planteó entre otras cosas alquilar una residencia para alojar a los atletas olímpicos. Propuse al gerente del INDES, Ing. Melesio Rivera, ¿por qué no repetimos otras experiencias de construir villas olímpicas en las universidades? Me pidió que se lo expusiera por escrito. Redacté la carta de inmediato, aunque no tuve oídos. Insistí y nada.

El sueño parecía acabar hasta que un amigo me aconsejó dirigirme a quien tenía el poder político en Deportes por estar muy cerca del presidente Francisco Flores, era Andrés Molins. Escribí otra quinta carta con mi idea. Esta vez obtuve respuesta. En todas estas gestiones recibí el apoyo del rector y vicerrector (Dr. Benjamín López Guillén y Lic. Salvador Castillo, respectivamente). Como funcionario intermedio mi representatividad no era fácil de ser escuchada. Ganó la terquedad.

Para entonces ya había formado una comisión con dos funcionarios más para hacer las gestiones. El más persistente que me impulsó a no cejar en el esfuerzo fue el Dr. Rafael Monterrosa, vicerrector de Bienestar Estudiantil, pues se planteaban propuestas estatales de construir en la casa del deportista en Ayutuxtepeque, pese a ser un espacio pequeño para recibir a las delegaciones internacionales; también se insistía en rentar el residencial privado. Por fin pegó nuestra idea: construir en el campus universitario ganaba la nación, y la educación superior.
Tiempo después llegó al INDES el Dr. Benjamín Ruiz Rodas. Para entonces ya había sido electa rectora Isabel Rodríguez, entusiasmada porque el proyecto tenía pies y cabeza.

Todo fue producto de terquedad, paciencia, visión e intuiciones. Ante mi desánimo y darme por vencido recuerdo al Dr. Monterrosa: “Sigue adelante, hermano, los jóvenes necesitan esas instalaciones, no tirés la toalla”. No era fácil un proyecto de inversión millonaria en la UES. Además había oposición interna, pues se suponía que el GOES pediría privatizar la universidad. Nada de eso sucedió.

Mi última contribución a este hermoso proyecto fue recomendar a un salvadoreño de experiencia en manejar polideportivos en universidades de Canadá. Fue el primer director del Polideportivo; pero yo ya estaba en la Biblioteca Nacional, año 2000.

Y colorín colorado, este recuerdo del pasado presente ha terminado.

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