“Karen es una chica que debe tener a su bebé 24 horas. Tiene que estar agotada. No tiene la posibilidad de decir: ‘voy a llamar a mi suegra para que me lo cuide’ o ‘voy a decirle a mi hermana que me lo recoja para yo ir al supermercado’”, dice Góngora. “Nuestra meta es empezar a construir la sección femenina con énfasis en una casa cuna pequeñita. Ya están los planos y el terreno. Lo que no hay es toda la plata. Es un proyecto caro”.
Con un inevitable tono maternal, la directora dice entender el dilema ético al que se enfrentan todos los días.
“Si la madre está privada de libertad y el bebé está con ella, estamos limitando de alguna manera también el tránsito del bebé. Sin embargo, el interés superior del bebé es lo principal y se valida la posibilidad de que él esté con su mamá”.
El dormitorio de Karen mide unos 3 metros cuadrados. Ese espacio reúne una pila, una cama, un baño, una cuna y varios juguetes en el suelo. Cada detalle, cada carta, cada papel de chocolate lo guarda en una gran bolsa de tela que nos muestra con detalle.
“Esto fue de cuando bebé cumplió un añito”, dice mientras nos enseña un gorro de cartón. “¿Sabe qué? Ese fue uno de los días más difíciles para mí… legal. Lo esperé mucho, mucho tiempo. Ese día no era un día de visita. Lo que yo menos me imaginé era que una oficial le pidiera permiso a los jefes para hacerle una fiestita. Fue como… uf, mae”, dice Karen.
“Es una realidad muy dura”, agrega la directora. “Porque es: no solo estoy privada de libertad, no solo tengo que lidiar con todas las emociones que significa ser adolescente. Ella es un fracaso social… está encerrada. Debería estar en el colegio con sus amigas. Pero además de eso, es mamá con todos los controles encima”.
En Costa Rica, hace dos o tres años, el número de mujeres menores privadas de libertad se contaban con los dedos de una mano. Trece es un número anormalmente exorbitante. Sus pronósticos indican que irá en aumento (en un país como El Salvador, sin embargo, ese número es casi 80).
“Están en lugares que no son adecuados”, asegura Góngora. “Deberían tener un jardín para salir, un patio donde tomar el sol a cualquier hora, pero están en lugares que no fueron hechos para contener población. Hemos estado luchando para construir una sección femenina, pero es difícil... nadie quiere invertir en el sistema penitenciario”.
Lo mismo apunta Sofía, la trabajadora social. “Si este centro no estuvo pensado para tener mujeres, mucho menos para tener mujeres con sus bebés. Lo que estamos apostando es estar muy unidas con el equipo técnico de El Buen Pastor para hacer un proyecto lo más parecido posible, con condiciones mucho más limitadas”.