Los secretos que esconde la vida en el circo

Dejarlo todo por seguir una pasión es el factor común de los trabajadores del Circo Ruso sobre Hielo. Estas son las historias de algunos de estos nómadas contemporáneos.

Fotografías de Mayela López/La Nación/Costa Rica/GDA
La magia que no se ve. Varias personas trabajan en producción para que todo en escena se vea perfecto.
En privado. A simple vista muchos pueden imaginar la vida circense; pero muy pocos conocen las historias que alberga.

Cuando algún trabajador circense fallece, se vela en el circo. Cuando una pareja de artistas se enamora, se casa en el circo. Así pasa con los cumpleaños y acontecimientos trascendentales. El circo no solamente es propiedad o trabajo, es hogar.
Dentro del circo se estudia y con suerte, hasta se encuentra el amor. Entre carpas, escenarios, butacas y mucho arte hay decenas de personas nómadas que se establecen por meses en un país al cual llevan su arte, su show.

El circo es un mundo paralelo en el que se vive dentro de cajones que en su interior se acondicionan como casas, ese es el caso de los integrantes fijos. Los que tienen contratos de trabajo específicos se hospedan en hoteles o en villas, ese es el caso de los 25 patinadores del Gran Circo Ruso sobre Hielo. Ellos llegan a su lugar de trabajo para ensayar durante el día, la diferencia es que no duermen en el sitio, porque al dejar sus países y familias en el circo encuentran calor familiar y adquieren sentido de pertenencia.

Aprovechamos la estancia del circo en San José (estuvo hasta el 15 de enero, el 19 se trasladó a Cartago) y visitamos ese hogar, que a quienes llevamos una vida tradicional (de la casa al estudio o al trabajo) nos puede parecer un mundo surreal. Estuvimos en la mañana, tarde y noche; vimos la propuesta en la que los artistas combinan patinaje profesional con acrobacia aérea, mucha gimnasia y bastante humor, todo sobre el hielo. La idea era conocer cómo viven todos los que hacen del acto circense una realidad: artistas, electricistas, los dueños, vendedores de tiquetes y golosinas, y hasta a quienes mantienen la pista de hielo congelada.
El señor Emilio es el gran jefe del circo. Siempre viste formal y su forma de hablar es impecable y autoritaria. Si alguien sabe de circo, es él, quien aunque no realiza ningún acto, hace que todo funcione: es un administrador de empresas empírico. Él coordina cosas tan elementales como que los niños que estén en el circo estudien. En esta oportunidad solo hay una estudiante: Chiquinquirá Fuentes, de 15 años, quien es hija de Herlinda Fuentes, una de las dueñas del circo.

Emilio Moreno tiene más de 40 años de trabajar en el circo. Atesora anécdotas como la de la elaboración de las carpas hace muchos años, cuando estas se creaban usando telas de algodón sobre las que se rociaba parafina derretida, las llenaban de polvo y barrían sobre ellas para hacerlas impermeables; las de hoy tienen un costo de más de $170,000 y una vida útil de más de 30 años, las de antes a lo sumo duraban ocho meses.
Otro de sus valiosos recuerdos los resguarda la tecnología. Dentro de su carrete encontró un video de hace un tiempo. Su interés era mostrármelo para que así tuviera la noción de lo que significa ser parte de un circo, no de este específico, sino de cualquiera: en unos tres minutos se puede ver cómo la pista que siempre está inundada por acrobacias y artistas sonrientes, estaba llena de muchas personas que rodeaban un féretro. Todos los miembros de ese circo hacían fila para abrazar el cadáver y despedirse de uno de los suyos.

El señor Emilio administra el Circo Ruso sobre Hielo perteneciente a los hermanos Fuentes Gasca. Él es nómada; sus hijos, no. Ellos están establecidos en México y se reúnen cuando las giras circenses lo permiten.
Estar lejos de sus seres queridos es uno de los sacrificios más grandes de dejar todo por seguir el arte.
Ese es el caso de Bélgica Bells, una delicada artista de cabellos rubios y ojos azules. Ella podría estar con su familia, pues son dueños de los circos de los hermanos Bells, pero decidió que, amparada en su arte, quería conocer todo el mundo.
Con 36 años, vende su show a diferentes circos y viaja con ellos. Ha conocido 15 países y vivió seis años en Europa y dos en Venezuela.

Lecciones bajo una carpa. Chiquinquirá Fuentes es la única adolescente que recibe clases en el circo. Ella cursa décimo año. Su profesor es Juan González.

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“YO NO LO ESCOGÍ, EL CIRCO ME ESCOGIÓ A MÍ”
Bélgica Bells es una defensora vehemente del circo. “Yo soy quinta generación, nací en el circo. Son pocas las personas que se salen y se establecen. Yo quise sacar a mi abuela y bisabuela y establecerlas y que no tuvieran que viajar, pero no se hallan. Mi bisabuela tiene alzhéimer, una vez mi abuela la tuvo que llevar a una casa hogar para que estuviera mejor, pero estaba más decaída. Yo llegué y la llevé de vuelta al circo, ella ni siquiera recordaba su nombre, pero cuando se sentó a ver el show le brillaban los ojos y comía palomitas. Ella recordaba el circo.
“Aquí tienes la posibilidad de ver sonrisas en bebés de meses y en abuelitos. Eso vale todo el esfuerzo y sacrificio”, dice.
“La vida en el circo es hermosa, pero sacrificada”, cuenta. ¿Por qué? Por todo el tiempo que hay que invertir en los actos, en la música, el vestuario, en el aparato que lleva a esta acróbata hasta lo más alto de la carpa (ella lo elige por ser independiente).
Además del tiempo de trabajo, la patinadora y acróbata lamenta, principalmente, el tiempo que pasa lejos de su familia.
“No pude estar en el nacimiento de mi sobrino, ni en su bautizo, contó.
Su hermana, quien pertenece a un solo circo, decidió casarse y tener hijos.
Bélgica desde el principio fijó su prioridad: viajar y conocer el mundo.

Emilio Moreno tiene más de 40 años de trabajar en el circo. Atesora anécdotas como la de la elaboración de las carpas hace muchos años, cuando estas se creaban usando telas de algodón sobre las que se rociaba parafina derretida, las llenaban de polvo y barrían sobre ellas para hacerlas impermeables; las de hoy tienen un costo de más de $170,000 y una vida útil de más de 30 años, las de antes a lo sumo duraban ocho meses.

Conjunto. Elena Ruiz es la modista. Ella tiene 28 años de pertenecer al circo.

“Está en mí salir del circo y estabilizarme o encontrar a alguien en el circo y casarme. Por nueve años tuve una relación de lejos. Hay que entender que nuestra vida es igual a la de la gente de ciudad, solo que la hacemos en el circo. Estamos lejos de nuestra familia de sangre, pero acá formamos una familia con los artistas, quienes hacen las palomitas, los técnicos, el coreógrafo, los de administración”, contó.
Todas las personas que crecen en el circo deben estudiar, aunque solamente sea la primaria y secundaria.
En México el Consejo Nacional de Fomento Educativo determinó que los niños debían tener formación académica. Generalmente un profesor –que es asignado según el país en el que estén– instruye a quienes lo requieran.
“Hay gente que tiene sus títulos. Mi hermana cursa su U por internet, mi cuñado es recibido de Administrador de Empresas y Mercadotecnia. Mucha gente piensa que eso no se puede, yo digo que simplemente llevamos un estilo de vida diferente, pero tenemos las mismas comodidades, en cuanto a casa y escolaridad por internet. Es bueno que la gente se dé cuenta que nuestro estilo de vida nos diferencia porque vivimos viajando, conocemos culturas, comidas y acentos. A mí por lo menos me encanta”, aseguró.
Bélgica ama su trabajo, sus rutinas y acrobacias. No piensa dejarlas, pero en caso de que se decida, empezaría a estudiar Psicología.

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REGRESO A CASA PARA EL MUNDIAL
Hace cuatro años una madre rusa lloraba en el aeropuerto porque su único hijo se iba al otro lado del mundo a trabajar. Said Khazeer empezó a patinar sobre hielo a los 10 años. En Rusia ese arte se considera un deporte.
“Mi carrera del circo empezó por un azar. Una chica me llamó hace cuatro años y empecé a ser artista. El joven ruso quiere seguir siendo Tarzán y volar junto a su compañera que hace de Jane en la presentación de fajas; sin embargo, en junio hará una pausa para regresar momentáneamente a su natal Rusia y vivir la fiesta del mundial de fútbol.

Ella es nicaragüense y desde los 18 años se convirtió en nómada, hoy tiene 45. En esta aventura de crear, coser y adornar conoció el amor. Ella es esposa de Porfirio Rosales, el electricista del circo. Ellos son de los trabajadores que tienen su propia casa rodante. Ruiz y Rosales decidieron no tener hijos. “Es bonito vivir así: andar de allá para acá. Es la vida que elegimos y la que nos hace felices”, contó Elena mientras cosía pedrería en un atuendo.

Aprendí fajas para hacer acrobacias desde el aire y ahora hago el show de Tarzán”, dice. Khazeer fue osado, pero piensa que él tenía que dejar su país y adquirir conocimientos para el futuro.
“Al principio no podía entender el idioma ni la cultura. Empecé a practicar español y me acostumbré a la gente. Me está fascinando conocer nuevas culturas. Me gusta la comida de Costa Rica, es algo diferente, se me antoja probar todo y la experiencia es bonita para contarle a la familia y amigos cuando regrese. Aquí hemos salido a pasear a la playa y ya conocí changuitos”, contó.
El joven ruso quiere seguir siendo Tarzán y volar junto a su compañera que hace de Jane en la presentación de fajas; sin embargo, en junio hará una pausa para regresar momentáneamente a su natal Rusia y vivir la fiesta del mundial de fútbol.

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UN TRABAJO ESENCIAL
Édgar Contreras no tiene ningún número en el espectáculo, pero sin su trabajo, sería imposible que se presente el show.
El colombiano hace que la pista de hielo de 20,000 litros sobre la que se realizan todos los números esté congelada. Él monta la estructura con tablas y mallas, rocía metanol, se procesa el hielo y riega la pista. Una planta que viaja con ellos es la que mantiene la superficie estable. Un día antes de dejar un lugar, se empieza a descongelar.
Contreras prefirió hablar más de su importante labor, que de la experiencia de vivir en el circo. Sabe que su trabajo es una gran responsabilidad, ya que además de la pista, es el encargado de abrir y cerrar las tramoyas en cada número del espectáculo.
“Él y los encargados de luces y sonido traen un radio para estar completamente sintonizados y que todo salga bien y a tiempo”, dijo Emilio Moreno.

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Atrás del escenario. Jesús Valentine es uno de los electricistas del circo.

DEL FÚTBOL A LOS MALABARES PATINANDO
Cuando se nace en el circo es fundamental tener un número. A los siete años Cristopher Bells empezó con el malabarismo. Estuvo un tiempo y se salió; su anhelo era convertirse en futbolista.
Los artistas dicen que el circo llama. “Tenía muy bien hecho mi número de malabarismos y tuve que regresar al circo para desempeñar lo que realmente sé hacer.
“Primero empecé con prácticas en piso, se perfeccionó el malabarismo y se pasó a hielo. Al combinarlo hacen una fusión muy buena y diferente a la del malabarista convencional, estando en el hielo la dinámica es patinar y no hacer que se caigan los instrumentos”, contó.
El mexicano, al igual que Bélgica, está lejos de su familia. Internet y la tecnología permiten que la distancia se acorte por unos minutos cuando él y los suyos se ven por videollamada.
La nostalgia que provoca extrañar sus raíces merma cuando las luces de la pista se encienden y los aplausos resuenan en cada rincón de la carpa. Un anfitrión recibe al público: “Damas y caballeros, niños y niñas, bienvenidos”. Detrás de escena la piel del artista se eriza.
“Esto es una pasión y una adrenalina que en ningún lado se vive porque el público hace que sientas escalofríos. Ver la emoción en sus caras te hace sentir bien”, cuenta el mexicano.
Gracias a su trabajo ha conocido todos los países de Suramérica. Otrora escéptico, se ha acostumbrado a los platillos y a la cultura. Ha aprendido a disfrutar y a enamorarse de lo que cada lugar ofrece.
En una gira se enamoró, pero de Francia, su pareja a quien conoció en el circo. Cristopher, de 27 años, no valora tener familia. “En el circo es difícil porque se viaja, es más complicado estar con familia en circo, si es en uno estable es fácil, pero si viajas por todo lado es difícil”, contó el malabarista, que difícilmente vuelva a cambiar los malabares por el balón.

El joven ruso quiere seguir siendo Tarzán y volar junto a su compañera que zhace de Jane en la presentación de fajas; sin embargo, en junio hará una pausa para regresar momentáneamente a su natal Rusia y vivir la fiesta del mundial de fútbol.

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CUMPLIR AÑOS JUNTO A UNA NUEVA FAMILIA
Elena Vedroba es una de las chicas más jóvenes del elenco de patinadores (integrado por 25 artistas de diferentes países). Ella cumplió 23 años a mediados de diciembre, el día de esta entrevista. Risueña y con escasas palabras en español en su vocabulario, la rusa dice sentirse entusiasmada con su trabajo.
Tiene cuatro meses de estar en el circo y ya es parte de dos números: Chicago y en la presentación del baile tradicional ruso Kalinka.
“Siempre tuve ganas de trabajar en un circo y patinar. Uno de mis entrenadores de patinaje en Rusia trabajó en show de circo hace 20 años, ahora es maestro de patinaje. A él lo llamaron para pedirle patinadores, me lo ofreció y acepté. Me gusta mucho el trabajo”, contó.
Elena deseaba estar celebrando con platillos de su país y su familia durante su cumpleaños. Pero consolidar el sueño de patinar la hace envalentonarse.
“Cuando patinas caes y te levantas, como en cualquier cosa en la vida y eso duele. Cuando caes en pista te duele y tienes fuerza para levantarte. Yo tengo fuerza”, aseguró.
Dentro del grupo hay varios compañeros rusos que dan calidez a Elena. “Con algunos ingredientes de este país podemos hacer platillos de Rusia, como el borsch que es como una sopa”, dijo entusiasmada.

Ella es nicaragüense y desde los 18 años se convirtió en nómada, hoy tiene 45. En esta aventura de crear, coser y adornar conoció el amor. Ella es esposa de Porfirio Rosales, el electricista del circo. Ellos son de los trabajadores que tienen su propia casa rodante. Ruiz y Rosales decidieron no tener hijos. “Es bonito vivir así: andar de allá para acá. Es la vida que elegimos y la que nos hace felices”, contó Elena mientras cosía pedrería en un atuendo.

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AMOR EN EL CIRCO
Dentro del circo debe haber alguien con habilidosas manos que logre que los trajes sean cómodos y brillantes. En ello también hay arte. Elena Ruiz, la costurera que trabaja desde hace más de tres décadas con los Fuentes Gasca se dedica a ello.
Ella es nicaragüense y desde los 18 años se convirtió en nómada, hoy tiene 45. En esta aventura de crear, coser y adornar conoció el amor. Ella es esposa de Porfirio Rosales, el electricista del circo. Ellos son de los trabajadores que tienen su propia casa rodante. Ruiz y Rosales decidieron no tener hijos. “Es bonito vivir así: andar de allá para acá. Es la vida que elegimos y la que nos hace felices”, contó Elena mientras cosía pedrería en un atuendo.

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DUEÑO DE UN CIRCO A LOS 24 AÑOS
Por fuera un motorhome (casa rodante) parece todo menos un espacio confortable. Por dentro es casi como entrar a la suite presidencial de algún hotel: pantalla de 42 pulgadas, grandes y confortables sillones, sofisticada cocina y una amplia y cómoda habitación. Todo aglutinado en poco más de 9 metros cuadrados. Al menos así es por dentro la casa de Gustavo Fuentes, uno de los dueños de este circo.
Gustavo es alto, delgado, usa lentes y viste a la moda. Tiene 24 años y se dedica a pensar en nuevos números para el espectáculo e incluso ve detalles de los colores que tendrán los boletos.
Ahora él está del lado administrativo, pero desde niño aprendió sus números: uno se desarrollaba en un trampolín y en otro, hacía de payasito. Con 12 años Gustavo recibió un regalo enorme: su padre le obsequió un elefante para que lo domara. En ese tiempo la mayoría de los circos en México trabajaba con animales. “Ahora el elefante está en una finca bien cuidado”, dice con la naturalidad con la que cualquiera hablaría de su mascota.

Gustavo Fuentes estudió su escuela y colegio en el circo. A la universidad no ha ido porque ha estado trabajando en la empresa familiar. A los 20 años se salió un tiempo para estudiar teatro, regresó a sus raíces circenses, aunque a cada país al que llega busca cursos para continuar aprendiendo el arte de las tablas.
“Me gusta viajar y ver diferentes espectáculos para tomar ideas. Incluso, hace muchos años cuando fui al cine y vi ‘Frozen’ supe que teníamos que poner ese número en el show. Se te va haciendo ojo y aprendes a ver qué le gusta a la gente para que venga (al circo)”, dijo.

Finalizando las entrevistas y el recorrido por el Circo Ruso sobre Hielo, el señor Emilio contó que la seguridad que ellos tienen es privada, la contratan en cada país. De los cuatro guardas que tuvieron en San José, uno renunció a su trabajo y decidió viajar trabajando con el circo. A fin de cuentas y como la mayoría cuenta: “es más fácil que la gente entre a que salga del circo”.

En casa. En el circo trabajan 60 personas, de estas solo 20 viven fuera de la carpa.
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