Escribiviendo

¿Son los muertos cada día más indóciles?

¿Qué harían los miles de misiles atómicos esperando ser descargados sobre las ciudades en una “guerra caliente”?

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Hace unas semanas uno de mis lectores me pidió que escribiera sobre la muerte, le respondí que nunca había tocado ese tema y que no podía atender su pedido. Nunca lo he pensado –le respondí con gran seguridad–. Pero su petición me hizo recordar varias experiencias de vida y de lecturas.
La muerte está en mi poema “Infancia 1942” (“Poesías completas”, Editorial Hispamérica, Maryland, EUA, 2007). Este poema fue inspirado por mi madre y en los niños muertos de mi barrio modesto de San Miguel. Cito los versos finales: “Preguntamos por qué tanta desgracia /Por qué la muerte infame se llevaba a los buenos y a los malos, /pero siempre a los pobres, eso sí. /Y se echaban los padres, los abuelos y tíos /un trago. Más que trago era copa de lágrimas. /Mientras tanto los niños debajo de las sábanas /oíamos retumbos que venían del fondo del volcán”.
Es un recuerdo de cuando veía pasar las cajitas blancas de niños muertos de mi barrio. Le pedía a Adelina que si podía ir al funeral, (atraído por los niños vestidos de blanco y gorritos de papel del mismo color). Tenía seis años y ella se negaba a mi pedido. Yo replicaba: “Cuando nosotros muramos nadie va a ir a nuestro ‘entierro’. “No importa, respondía Adelina, los muertos duermen sin soñar y no les importa quiénes los acompañan, lo mejor que podemos hacer es que nosotros soñemos por ellos”.
También reflexioné sobre “Los sonetos de la muerte”, de la Premio Nobel Gabriela Mistral; pero ella toca el tema fuera de nuestros contextos centroamericanos. Sin embargo, me atraían dos versos de la chilena: “Del nicho helado en que los hombres te pusieron/ te bajaré a la tierra humilde y soleada. /Que he de dormirme en ella los hombres no supieron, /y que hemos de soñar sobre la misma almohada”.
Luego, hace 15 días, leí un reportaje en esta revista: El calabozo: retorno de una denuncia 26 años después. Me hizo reparar que existe el tema en mis tiempos de poeta (dejé de escribir versos a mis 30 años para dedicarme a la novela). En el poema lo emocional priva sobre lo real. Tampoco que en la novela no exista el tema de la muerte.
Agradezco al lector que me hizo revisar los poemas escritos en aquellas épocas. Por ejemplo “Promesa”, dentro de la escuela del antipoema (del fallecido chileno Nicanor Parra). Cito mis versos finales: “Después morir/ tranquilamente libre de pecados, /de bronconeumonía o de un callo/ en el pie o de un catarro en el alma”. Dentro de la misma línea escribí “Birth control”; lo cierro así: “No beses esta piel de perro en celo. /No me hagas caer en tentación, /podrías concebir lo que no quiero. /Además, mejor vivir sin hijos /¡por Dios! con tanta mala muerte.
Quien ha sido reiterativo en esta temática en El Salvador, a veces de forma premonitoria, es Roque Dalton. Incluso el título de este trabajo lo saqué de versos escritos por el poeta asesinado: “Los muertos están cada día más indóciles… /(el cadáver) marchaba al compás de nuestra música… /Hoy se ponen irónicos/ preguntan. /Me parece que caen en la cuenta de ser cada vez más la mayoría”. En otro de sus libros dice: “Cuando sepas que he muerto /no pronuncies mi nombre /porque se detendría la muerte y el reposo /…di sílabas extrañas, pronuncia, flor, abeja, lágrima /pan, tormenta. /flor. He ganado el silencio”.
En Dalton se da lo que dice el Premio Nobel Camilo José Cela: “Todas las frases ante la muerte tienen un inequívoco aire de despedida”. Dalton no solo se despide sino que advierte que será un muerto invisible entre miles de muertos.
Otro crimen injusto y de carácter trascendental es el de Federico García Lorca, un poeta niño que tuvo un final explicable por el horror que se quiso sembrar en esa época, el odio cultivado por quien tiene poder es más atroz. Lorca murió fusilado por el ejército de Franco, una época en que las muertes gratuitas estuvieron a la orden del día. Ya antes escribí sobre fusilamiento de la directivos del club Barcelona, capturados en una carretera y fusilados ahí mismo por el ejército franquista.
García Lorca nunca adivinó que su muerte sería producto del odio por las ideas expuestas en los poemas. Quizás por eso afirma irónico: “Como no me he preocupado por nacer, tampoco me preocupo por morir”. Otro Nobel español: Antonio Machado: “La muerte es algo que no debemos temer porque, mientras somos, la muerte no es y cuando la muerte es, nosotros no somos”. Pese a ser una expresión que hace énfasis en el manejo estético, su frase nos llama a la reflexión. En verdad, los españoles con sus contradicciones sociales y trágicas son los que más han tocado poéticamente el tema de la muerte.
El novelista y filósofo inglés Arthur Köestler es más real en el tema: “La incredulidad ante tu propia muerte crece en proporción a su proximidad”, porque la mente, añade, “se vale de mecanismos para alejarse del pensamiento de la muerte”.
Otra motivación para escribir sobre la muerte fue el reportaje publicado en esta misma revista hace 15 días. Me refiero a los niños y ancianos asesinados en el cantón El Calabozo (1981), donde hay expresiones vividas, no solo bajo interpretación universal del arte. Veintiséis años después (2017) el juez pregunta a un sobreviviente: “Déjeme entender, ¿estas personas tenían tres días de estar aquí?” (en el lugar donde fueron masacrados). “Estábamos esperando a la orilla del río”, responde el campesino. “Usted me dice esperando, ¿esperando qué?” El campesino le dice al juez: “Esperando la muerte, niños y ancianos”.
Así es, la muerte real se espera, con más o menos horror. ¿Qué harían los miles de misiles atómicos esperando ser descargados sobre las ciudades en una “guerra caliente”? Cada misil es 300 veces más poderoso que los caídos en Hiroshima y Nagasaki. ¿La muerte de la humanidad valdría escribir un poema? Opto por no hacerlo, pues la poesía tiene mucho de premonitoria.

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