Escribiviendo

Los jóvenes tienen la palabra

Me hace recordar a un amigo con alto cargo en el Gobierno. Hace unos 12 años me decía: “¿Cómo podemos hacer para que los salvadoreños dentro del territorio tengan el mismo empuje que tienen afuera?”

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La Biblioteca Nacional ha recibido la trilogía “El país que viene”, obra coordinada por David Echegoyen Rivera que en sus tres tomos hacen más de 1,500 páginas. Una primera parte se publicó en 2015, con el subtítulo de “Una generación comprometida”. Una segunda obra está subtitulada “Jóvenes en el exterior” (2016); y una tercera se subtitula “Un horizonte común” (2018). Difícil abarcar en este comentario el contenido que nos informa con lucidez las voces de una juventud refiriéndose a un futuro país. En este caso los que hablan son 81 jóvenes profesionales y creativos, todos destacados con logros concretos. La obra fue financiada por la Embajada de Taiwán, la Asamblea Legislativa y la Fundación Cristiana Hanns Seidel, de Alemania. En este trabajo me refiero al último tomo, “La búsqueda de un horizonte común”.
Es importante lo afirmado por los jóvenes sobre el camino para resolver las situaciones negativas que asfixian el crecimiento nacional: “Nuestro futuro está marcado por las cosas que hagamos hoy, por las decisiones que tomemos y por los diálogos que provoquemos”, dicen y coinciden la mayoría de los que escriben en esta obra. “Se debe hablar y debatir para obtener las respuestas que borren las preocupaciones por un futuro incierto de El Salvador”.
Lo novedoso es que “El país que viene” está avalado por los partidos políticos representados en la Asamblea Legislativa, se incluye prólogos de los más altos directivos, y personalidades políticas que en estos momentos participan en la contienda electoral.
La trilogía es un gran paso para fortalecer la idea de crear nuevos liderazgos, mejor si se obtiene el aval de los partidos tradicionales. “El país que viene. Un horizonte común” es un llamado a los oídos sordos de la confrontación ideológica que debe transformarse en concertación a favor de los millones de salvadoreños tanto dentro como fuera de El Salvador. En este respecto el libro expresa ideas reveladoras de por qué para el desarrollo es necesaria la participación activa de los jóvenes, por qué se debe respetar las mentalidades acordes con los tiempos de la creatividad, la información y el conocimiento. Para asegurarnos de que no haya retrocesos sino avances. “Un país puede significar regresión, si no hay diálogo abierto que neutralice la polaridad”.
Al leer lo expresado por los jóvenes nos damos cuenta del aporte que pueden hacer como profesionales de la cultura, del arte, de las ciencias políticas y sociales. Desde ya se destacan y han recibido distinciones como empresarios pequeños y medianos, y como emprendedores creativos, convencidos de que deben fortalecer el liderazgo y socializarlo con el país, comprometerse y entregarse desde donde quiera que estén. Dentro o fuera del territorio, son parte de los 9 millones de salvadoreños, sumando los desplegados en el mundo. Están dispuestos a compartir ideales que incluye aprovechar oportunidades y luchar por obtenerlas. Una de las jóvenes habla de cómo obtuvo financiamiento residiendo en el exterior y que con nosotros se le cerraron las puertas. Ahora tiene un reconocimiento internacional, y se dispone a venir a El Salvador y compartir sus logros.
Lo anterior me hace recordar a un amigo con alto cargo en el Gobierno. Hace unos 12 años me decía: “¿Cómo podemos hacer para que los salvadoreños dentro del territorio tengan el mismo empuje que tienen afuera?” Se refería a los compatriotas que habían crecido económicamente en Estados Unidos. Mi respuesta fue inmediata: “Somos los mismos, pero en el exterior obtienen oportunidades para crecer”. Es por eso que la política debe tener bien abiertos los ojos del conocimiento para no obligar a los jóvenes a emigrar y morir en el camino. Por paradoja, las oportunidades que se les niegan lo retribuyen con remesas.
Por otro lado “El país que viene” es una expresión propositiva gracias al Acuerdo de Paz, casi todos coinciden en que se debe “buscar la armonía de pensamientos políticos diversos poniendo a El Salvador en primer lugar, y no en las ideas que dividen”. Es lo que se llama sinergia, para buscar solución a los grandes problemas y resolverlos en común. Ser coherentes con lo que entonamos en el himno nacional. Una mística que nos permita sentirnos orgullosos como nación, estar a su servicio y no al revés.
Los jóvenes se han apropiado de expresar con libertad su pensamiento, y coinciden en que una forma de consolidar acuerdos es recorriendo el camino escabroso del perdón, pero antes de llegar a esa meta debe aceptarse las acciones trágicas. Agregan: “El voto es importante, pero resulta negativo si quien lo emite no se informa por quién está votando… Al escuchar a un diputado que no podía leer, me di cuenta de que debemos exigir preparación para ejercer ese cargo, pues ellos legislan para todos”. Sostienen: “Que los recursos económicos que percibimos sean el producto de un trabajo honesto y ejercido de modo responsable”.
“Donde quiera que estés El Salvador está en tus manos, ya sea en el territorio o en el extranjero, somos más de 9 millones de salvadoreños”. Es otra gran coincidencia en las 1,500 páginas de El Salvador que viene: “Convencidos de nuestra entrega a El Salvador en cualquier lugar del mundo donde nos encontremos”.
El mérito de estos tres grandes volúmenes es referirse a un país que siempre tuvimos frente a nuestros rostros, con el que nos identificamos pese a que la institucionalidad cerrase los ojos, o los abrió muy bien para no aceptar la palabra constructiva, ni dar oportunidades para crecer, porque se interpuso el esquema, el prejuicio y el irrespeto a los derechos.
En fin, se ofrece la palabra a los que nunca tuvieron posibilidades de hacerlo, sino bajo riesgo de su seguridad, y optaron por emigrar. El libro abre sus puertas a los que distantes o cercanos, que por su dedicación no tuvieron espacio para promover sus logros, o por su edad no fueron considerados aptos para proponer posibilidades de transformación nacional. Pero en “El país que viene” los jóvenes tienen la palabra.

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