“Los cineastas valemos madre”

Brenda Vanegas acaba de llevar a cabo el preestreno (no comercial) de “Volar”, una película salvadoreña que se convirtió en la última participación artística de la actriz Isabel Dada, fallecida en junio de 2017.

Fotografías de Éricka Chávez y cortesía de Brenda Vanegas
Brenda Vanegas, cineasta salvadoreña. Su cinta es una coproducción entre La Estación y Relativo Films. Contó con ella, Mario Soundy, André Guttfreund y Leticia Macua como productores ejecutivos. 

En un país en el que los largometrajes de ficción se pueden contar con los dedos de la mano, la noticia del estreno de uno es, literalmente, un hito. Brenda Vanegas ya presentó su ópera prima, “Volar”, en sociedad. Lo hizo hace un par de semanas, en el preestreno no comercial reservado para el equipo que trabajó en la cinta y para todos aquellos que se sumaron a la campaña de “crowdfunding” que salvó la película.

En la primera planta de la sede de La Estación, la productora que Brenda lidera, el cine aparece a cuentagotas, apenas con un póster de la cinta “Big Fish”, de Tim Burton. Allá afuera, detrás de un ventanal, están sus dos robustos perros, que ladran ante los desconocidos, pero callan ante el primer regaño de su dueña.

Creo que ella era la que menos aceptaba que su enfermedad la podía llevar hasta la muerte. Sí que hubo una premonición cuando estábamos terminando de grabar la película, que fue en el mar, en la segunda ronda de filmaciones, cuando pudimos ir a Barcelona.

Brenda conversa en un momento de calma de su corre-corre diario, contenta de recordar un proceso al que, sin embargo, quiso abandonar muchas veces, angustiada por las demandas de la cotidianidad de un artista en El Salvador, de aquel que hace otra cosa para pagar las cuentas.

Sus ojos brillan, sobre todo, al recordar a una de las figuras más importantes de su película y del arte en El Salvador, la actriz Isabel Dada, fallecida en junio de 2017. “Volar” fue su último trabajo actoral. Allí interpretó a Esther, una señora enferma de alzhéimer a la que debe cuidar María (Patricia Rodríguez), migrante salvadoreña en España. Ambas están en un proceso de pérdida: la primera, de los recuerdos de su vida; la segunda, de la relación amorosa que le daba sentido a su soledad.

La película, en preestreno, ha sido vista por gente que no estuvo involucrada con su realización, ¿siente que se conectaron con la trama, las cosas resultaron tal cual las había pensado?

Cuando hablás de escribir, en un proceso cinematográfico, siempre te dicen que hay tres grandes escrituras del guion. Una es la literaria, la del guion en sí que va por escenas y describís acciones. Luego hay una segunda reescritura que es el montaje, cuando te enfrentás a lo que has rodado, y allí tenés como la libertad de decir “esta escena me sobra, necesito grabar una más”.

¿Pasó eso con “Volar”?

Sí, te pasa eso porque en lo escrito algo funciona, pero en lo visual no, por múltiples factores, porque de pronto no se consiguió la actuación justa, porque el espacio no era el ideal, porque había mucha premura… lo visual tiene su propio contenido y su propia fórmula. En “Volar” el final se cambió, por ejemplo. Es otra escritura del guion. Hay una reconstrucción inmensa.

¿Cuál es la tercera escritura de la película?

Esta tiene que ver con su audiencia, es la que cada quien hace al verla. Es tan variable como ojos vean la película. Como espectador puedo tener una relación conflictiva con mi madre y veo “Volar” y pienso “esta mujer un día va a ser vieja y me voy a encontrar en un escenario de qué hacer con ella”, o soy hija única, o hija de una persona que migró, o me encuentro sola y me toca comer con el televisor… ya allí es la película con cada quien. Allí dejamos de existir los involucrados en su creación.

¿Hay alguna escena que haya pensado que le salió muy bien cuando la filmó, pero en el proceso de edición decidieron eliminarla?

Sí, muchas.

¿Se acuerda de una en concreto?

Habíamos hecho algo muy bonito en Barcelona (España), que era dentro de un taller cerámico, que a mí me gustaba la idea de que María (el personaje encarnado por Patricia Rodríguez) podía hacer algo para ella y por ella. Pero esto se sentía como inserto en la película, como metido a la fuerza. Te tocan decisiones de decir “esto no va. Está precioso, pero no”. Cuando entendés que estás ante una obra, y le dejás espacio a que adquiera su forma de comunicarse, llega un momento en que la misma obra te va dictando muchas cosas.

¿Quiénes fueron los editores de la película?

Fuimos cuatro los involucrados. El montaje también tiene su historia. El primer montaje lo hizo Mario.

¿Mario Soundy?

Sí, que aparte de ser productor ejecutivo, es también el montador de la película. Luego nos fuimos a trabajar una versión, que es la que pudo concretar bastante las emociones y el ritmo de la película, que la hicimos con Carmen Martínez, en Barcelona. Lo que sucedió con esa es lo que te digo, que había muchas cosas insertas que no aportaban a la peli. Retomé esa versión. Sí encontré la necesidad de tomar yo la película. Estudié otra vez el guion, hice un guion de montaje e hice otra versión de la película, que fue básicamente la última, y luego alguien hizo el corte fino, que se llama Eliane Cats, que es una argentina.

“Cartas de Lucía” también cuenta una historia desgarradora de vulnerabilidad que tenemos en nuestras narices de la infancia en la zona rural, pero hemos asumido que las niñas en la zona rural a los 13 años son madres, están viviendo con personas que les doblan, les triplican la edad. Y está pasando. Pero “¡ah!, como es en el campo”.

¿Hubo algún momento en el que usted quería algo y le dijeron que no funcionaba?

Sí, sí.

¿Fue difícil ceder a la opinión de sus compañeros para acceder a un mejor producto?

Es bien interesante, porque con una película con la que llevás tanto tiempo te podés viciar. Hubo un momento en el que yo ya no quería la película. Estaba tan cansada del proceso, de todos los problemas que se dieron, de quedarnos sin dinero, de no tener tiempo, de estar agotada físicamente, emocionalmente, de que se nos fuera Isabelita (Isabel Dada) en medio del proceso. Cuando ella murió yo no tenía forma de ver la película, me parecía terrible. Por eso te sirve mucho cuando a alguien le vale madres todo eso y ve nada más la película. Y es capaz de verla con la pureza de una primera vez. Sí, hice muchas rondas con muchas personas para recibir aportes. Hubo algunos que no me gustaban, y al cabo de un tiempo, entendía lo que me querían decir y lo retomaba. Fue muy valioso ese ejercicio de distanciarme.

¿Pensó en Isabel Dada desde el principio para encarnar a ese personaje?

Sabía de Isabel, la había visto en el teatro, me gustaba ella, pero no la conocía de nada. Desde el principio la queríamos, pero no había forma de contactarla. Isabelita siempre fue un ser muy privado. Aparte ella estaba retirada del teatro también. Como no la encontramos, le hicimos la propuesta en ese ínterin a otra gran actriz de teatro. Ella tampoco podía. A Isabel le hablábamos a su casa y no nos contestaba, le hablábamos a Radio Clásica y tampoco. Pero un día en la radio nos dijeron “dice Isabel que le dejen el guion, que ella lo va a leer y les va a dar una respuesta”. Ya eso para nosotros era un pasote. Pasaron dos días cuando nos llamó y nos dijo: “Voy a hacerlo”. Al fin pude conocer a Isabel. Y fue un regalo. Ponía una energía irrepetible.

Nuevo proyecto. “Las cartas de Lucía” será la segunda película de Brenda Vanegas. La cineasta busca apoyo para terminar con el proceso de esta cinta.

¿Ella tuvo algún problema de salud mientras estuvo rodando?

Sí y no. Ella, cuando empezó a filmar, nos comentó que necesitaba hacerse unos exámenes, pero que no quería pensar mucho en eso porque quería hacer la película. Nadie pensó que se tratara de algo grave. Al parecer ella sí sabía que algo había. Luego que terminamos de filmar, ella se hizo unos exámenes y nos comentó que iba a necesitar hacerse una cirugía para sacarse algo del estómago, pero que le habían dicho que no era cáncer. Luego ya se confirmó que era cáncer. Pero ella vivía con la insistencia de hacer las escenas que faltaban. No podíamos hacerlas porque nos habíamos quedado sin fondos. La película tuvo que parar varios meses.

¿En esa etapa fue que lanzaron el “crowdfunding”?

Sí, lanzamos una campaña porque ya no teníamos dinero.

¿Temían perder a Isabel Dada?

No, la verdad es que nunca pensamos que se nos iba a ir. Creo que es lo que quiere pensar uno. No se te va a ir tu actriz, no se te va a ir esta persona maravillosa que has conocido. Creo que ella era la que menos aceptaba que su enfermedad la podía llevar hasta la muerte. Sí que hubo una premonición cuando estábamos terminando de grabar la película, que fue en el mar, en la segunda ronda de filmaciones, cuando pudimos ir a Barcelona.

¿Eso fue después del “crowdfunding”?

Sí, fue después, porque conseguimos los fondos. Ella tenía tantas ganas… nos hacían falta muchos exteriores y unas escenas de mar. Fue una escena bastante emotiva, algo de eso en lo que de repente te decís “puede pasar”.

¿Cómo fue esa premonición?

Fue una despedida bien emotiva y fue una sensación de despedida total, infranqueable. Fue la última vez que la vimos.

Isabel Dada fue la protagonista del primer largometraje de ficción hecho en El Salvador, “Los peces fuera del agua”. ¿Pensaron en eso, en que de alguna manera conectaban con esa primera película salvadoreña?

Entra a la conversación Leticia Macua, productora ejecutiva y primer asistente de dirección de la película: “Al menos yo siempre pensé que iba a ser la vuelta al cine de Isabel Dada, no la última película de su vida”.

Exactamente. Sí, claro, de hecho lo mirábamos así, “después de tantísimos años Isabel regresa al cine”. Se volvió justamente su segunda y última película.

Comparando ambas películas, las dos únicas muestras del talento cinematográfico de Isabel Dada, para usted ¿cuál fue su mejor actuación?

Creo que son muy distintas. Hay un afán de querer comparar las obras. No podemos hablar de eso, porque cada una tiene su propio lenguaje, su propio contenido y es, en sí misma, algo. “Los peces fuera del agua” me parece una obra muy bonita, muy simbólica, y que curiosamente tiene algunos elementos que también tiene “Volar”, pero ocupados de manera distinta.

¿Cómo cuáles?

El tema de las enfermedades mentales, la pecera como un símbolo, las relaciones entre mujeres, las relaciones de amor no concebido… hay muchas cosas, pero no pensaría que una es mejor que otra.

¿Hay alguna escena en particular que recuerden ustedes de Isabel Dada en la que creyeran que no podía llegar hasta allí pero llegó?

La verdad es que Isabel Dada siempre te daba más. Es que es una película tan intimista que, entre menos se actuaba y más se era el personaje, era mucho mejor. No había algo muy pretencioso de actuación. Más bien era transmitir cotidianidad, esa intimidad en su personaje. Aunque sí diferentes emociones, porque el alzhéimer no te deja en un estado tan neutro siempre, hay altos y bajos. Hay una escena en la tina, donde necesitaba sumergirse bajo el agua, entonces había que cuidarla más, que el agua estuviera a buena temperatura.

La actriz. Isabel Dada trabajando en una de las escenas de «Volar». Allí Esther, su personaje, conversa con su hija, Soledad, encarnada por la intérprete española Inma López.

Uno de los problemas más recurrentes del artista salvadoreño, especialmente en el de cine, pues no hay muchas muestras, es el de poder reflejar la identidad nacional en su obra, o que la película parezca salvadoreña. ¿Le preocupa eso a usted también?

No es algo que yo pienso cuando hago algo. Me refiero a que, por ejemplo, yo estaba enfocada en transmitir la soledad y la cotidianidad de las mujeres que migran fuera del país. Por lo tanto, ya ese contexto había que presentarlo afuera, porque es donde están ubicadas esas mujeres. Luego, encontrar los espacios que te transmitieran cosas. Tenía las locaciones ya todas previstas, desde el principio. Sabía que necesitaba este tipo de fábrica, esta planchaduría (dry clean)… me conocía el Centro Histórico por otro proyecto, sabía que había muchos espacios que nos podían dar las sensaciones de estar fuera del país. Originalmente se escribió para que fuera la mujer migrante en Estados Unidos, que es lo más común de nuestras mujeres migrantes salvadoreñas, no así del Sur. Aquí no podés representar un Brooklyn o un Los Ángeles, pero sí una España.

Allí hubo algo que tiene que ver más con la realidad económica que con lo artístico.

Los pensamientos fueron más en función de lo que requería la película. No me gusta cuando la gente dice “esta película no parece salvadoreña”. ¡Pero si está hecha por purititos salvadoreños! Ahora estoy haciendo otra película, que también Lety está allí, que es “Cartas de Lucía”, que contrario de “Volar”, es sumamente rural, y tiene también una gran belleza. Es como encontrar los símbolos adonde te toque estar. Tiene una belleza muy poco explotada. Hay una belleza inmensa en la ruralidad. Esto también es salvadoreño y va a recorrer lo que tenga que recorrer como salvadoreño.

El Salvador es uno de los países más peligrosos del mundo. Uno puede pensar que quizá el espectador extranjero, cuando se topa con una obra hecha en El Salvador, piensa que se va a encontrar precisamente con eso, con la violencia. “Volar” no es eso. ¿Le preocupa que el espectador de afuera espere precisamente eso de su película?

No, creo que estoy muy despreocupada, jajaja. Creo que cada artista decide enfocarse en las temáticas que más le mueven. Tenemos colegas documentalistas que registran esas historias que son supernecesarias para hacernos un diagnóstico de qué tan jodidos estamos. Pero hay otros artistas a los que nos mueven otras cosas y tenemos igual derecho de expresarnos. Y tenemos igual derecho de que afuera se nos conozca por otro tipo de expresiones. Aunque “Volar” cuenta una historia de migración, y hay razones para migrar, ese no es el gran tema de la película, es solo uno de los temas.

¿Y cómo es “Cartas de Lucía”?

“Cartas de Lucía” también cuenta una historia desgarradora de vulnerabilidad que tenemos en nuestras narices de la infancia en la zona rural, pero hemos asumido que las niñas en la zona rural a los 13 años son madres, están viviendo con personas que les doblan, les triplican la edad. Y está pasando. Pero “¡ah!, como es en el campo”. Los programas, las campañas, una serie de cosas, no llegan hasta allá, donde ni siquiera hay agua potable. Pero allá están pasando cosas terribles. Pero el enfoque de abordar esas temáticas… cada quien tendrá una forma distinta de abordarlas. Me parece que eso es el arte, que te permite hacerlo de donde te suena más, donde te evoca más.

En una conversación anterior, decía que el trabajo más aburrido que había hecho en su vida era el de empleada de una planchaduría (dry clean). Después, curiosamente, se convirtió en uno de los escenarios más importantes de “Volar”.

¡Sí, es terriblemente aburrido! Yo trabajé en esas máquinas como por tres días, y me despidieron por obvias razones. Es un calor, es un ruido, es una contaminación absurda, un encierro, te falta el aire, una cosa espantosa. Es un trabajo que hizo mi madre por muchos años. Claro, lo que te transmite visual y emocionalmente es rotundo, pero estar allí es terrible. Para mí la intención de incluirlo en la película era exponer eso, que estas mujeres están allí como otra máquina más, “así como esta plancha, esta prensa”. Allí no importa si tiene sed, si se desmaya, si le entró calor, nada. “Cuando ya no prensés bien, habrá otra que te sustituya”.

A usted le funcionaba bien porque necesitaba tener eso, un ambiente de opresión.

Claro. La peli tiene muchos símbolos. Empezamos con un ventilador, que está con el aire saliendo, es una forma de quererte ir de ese espacio, pero estás allí, metido, hasta que aguantés. Y luego de ese trabajo, no es que te vayás a tu casa, te vas a otro trabajo.

También en una conversación anterior dijo que la imagen más hermosa que había visto en su vida, la que más acudía a su memoria, era cuando a los nueve años se reencontró con su madre después de tres años sin verla.

Es una sensación que se me repite cada vez que la voy a ver. Es la mismísima emoción, los mismos ojos, como venados, de buscarnos entre la gente que está allí, conectar, y salir a abrazarnos. Es la sensación que tengo desde que era chiquita y la repito ahora de mayor, mi madre mayor aún. Y la sensación de despedida es igual de mala. Idéntica.

¿Cuánto tiempo tiene sin ver a su mamá?

No, yo la veo a cada rato, hoy sí. Pero en aquellos tiempos… La emoción es impresionante. Calcada. Como eso que sabés que vas a estar feliz, pero, también, que cuando te vayás te vas a sentir así de hecha mierda. Y vas a dejar a tu mamá muy mal. Eso no lo va a evitar nada. No hay nada que lo quite, ni la sensación de “¡ay!, nos vamos a ver en seis meses, mi mamá ahora está mejor, tiene un mejor trabajo, yo tengo la vida que tengo”, nada, no hay nada que te lo quite. Como cuando sabés que el pinchón de la aguja duele.

Usted tiene una productora. ¿Esta se encarga, también, de producir materiales no artísticos?

Sí, montón.

Quizás no soy el típico perfil mormón, no puedo ir todos los domingos a la iglesia, pero hay una serie de cosas de la religión en la que he crecido que están en mí. Pero soy humana. Ser religioso no nos exenta de hacer barrabasadas, seás mormón, cristiano, lo que querrás.

Esa es la forma con la que usted paga las cuentas.

Sí, exactamente. La verdad es que no creo que haya en El Salvador una productora que sea solo productora de cine. No hay. La verdad es que los cineastas valemos madre. Te lo digo de verdad. Estoy endeudada hasta las narices, como mal, no tengo tiempo ni de ver a mi familia. Es una vida superagotadora, pero como la pasión nos gana… Es que somos supertercos. Es lo único que nos permite hacer… yo doy clases, tengo trabajos extras, estoy terminando esta película, estoy con mi segunda película, y llega un momento en el que de verdad el cuerpo te dice “hasta acá”. El único motor es la pasión, para poder sobrellevar todo esto. Porque todos los que están haciendo una película te van a decir que llevan una vida jodida. Eso de las alfombras rojas no existe.

No hay nada más glamoroso que el cine, pero no hay nada más jodido.

En otros países será otra cosa, pero estamos hablando de donde hemos nacido. No es que yo me vea triste por eso, sino que simplemente tenemos que ser mucho más aguerridos para poder enfrentarlo todo. Porque, sino es muy fácil decir “ya no”. Y luego estar muy consciente de tus procesos. Por ejemplo, me han preguntado que viene después de “Cartas de Lucía”, que ni siquiera la hemos terminado.

¿Y qué viene?

Creo que estoy en un momento que necesito alimentarme a mí misma, quiero crecer como escritora, estoy justamente recibiendo un curso con Jacinta Escudos, porque creo que, antes de tomar un tercer proyecto, debo nutrirme. Tampoco tengo afán de volverme una máquina, de producir una película tras otra. Creo que estoy interesada en ir mejorándome, en ir profundizando más, en ir escarbando más cosas, eso requiere mucho tiempo, sobre todo si querés hacer películas, y de ficción sobre todo, porque son presupuestos más grandes y requieren mucha más gente. Tenés que asegurarle un montón de cosas a un montón de gente. Estoy en ese proceso.

¿“Cartas a Lucía” ya está filmada?

Sí, acabamos de terminar el rodaje, nos hacían falta dos escenas, pero las acabamos de terminar. Ahorita está en el proceso del primer montaje.

Para esta, ¿los recursos vinieron también de Pixels?

Sí. Con “Volar” íbamos con un proceso de prueba y error. Hoy sabemos que existen fondos de desarrollo de proyectos, de working progress, pues tuvimos la oportunidad de participar en una convocatoria, fuimos seleccionados para ir a México y nos ganamos un premio para la música de la película. Como que vas aprendiendo que hay otras fórmulas.

Quizás no soy el típico perfil mormón, no puedo ir todos los domingos a la iglesia, pero hay una serie de cosas de la religión en la que he crecido que están en mí. Pero soy humana. Ser religioso no nos exenta de hacer barrabasadas, seás mormón, cristiano, lo que querrás.

Usted es mormona. ¿Eso influye en su cine de alguna manera?

No. Creo que como escritor debés tener libertad. Son las temáticas y los personajes los que te van a dictar un montón de cosa. Por ejemplo, en mi religión no me recomiendan ser amante de nadie, y de pronto en “Volar” hay una situación de amantes. Pero es una realidad humana. Es una temática que a mí me llama en ese contexto de la migración, cuando estás tan solo y estás tan vulnerable, donde te podés entregar a alguien aunque esta persona en realidad no esté para vos. Y eso es muy humano también, y la religión es muy humana.

¿Pero la religión sí es importante, de alguna manera, en su trabajo?

Ahora sí, que hay ciertas cosas de valores con las que he crecido y que son parte de mí, una serie de cosas que obviamente dirigen mi vida, y que dirigirán, en parte, mi trabajo. Pero no tengo esos sesgos, porque me parece que también la religión lidia con la humanidad y que la humanidad es un cagarla muchas veces y enfrentarte a errores donde decís “¿cómo dejo esto, cómo supero esto otro?”.

¿Cómo vive, entonces, la parte religiosa de usted?

La vivo de una forma muy individual, quizás no soy el típico perfil mormón, no puedo ir todos los domingos a la iglesia, pero hay una serie de cosas de la religión en la que he crecido que están en mí. Pero soy humana. Ser religioso no nos exenta de hacer barrabasadas, seás mormón, cristiano, lo que querrás. Justamente la obra que estoy escribiendo, de la que estoy intentando hacer el primer boceto en el curso con Jacinta, va de las venganzas que te llevan hasta situaciones donde podés matar a alguien. En ese contexto y en esa realidad que estoy planteando allí, es válido, te han jodido tanto en la vida… de hecho “Paula” (su primer cortometraje de ficción, estrenado en 2013) se trata de ese dilema: estás en esa encrucijada, has llegado a tales grados de maltrato que te planteás “este hombre me mata o lo mato”. De pronto no es un pensamiento muy mormón, pero es muy humano. La humanidad te empuja a cosas terribles.

¿No siente que la religión la reprima?

Me ha reprimido en otras cosas, pero ahora, quizás desde esta faceta del arte y de la expresión, no. Pero la religión, sobre todo cuando te la enseñan con mucho temor, puede ser muy represora. “No hago las cosas por miedo”. Ya de grande entendí que tenía que hacer las cosas por amor. Muchas veces las religiones, en un afán de cuidarte, te coartan de una manera que luego estás cagado de miedo y con unos traumas… pero eso es en otras facetas de la vida, en la parte artística creo que no. Se ha convertido en la forma de explayarme.

De liberarse.

Creo que los artistas mucho lo hacemos. Muchos de nuestros temores, nuestros traumas, nuestros dolores más profundos, inseguridades, en el arte es donde afloran. ¿Imaginate a un artista que ni en su propio arte pudiera liberarse de esas opresiones? Pobre. Gracias a Dios, nosotros podemos hacerlo desde esas vías.

Brenda Vanegas contó con el apoyo varias empresas, instituciones y personas naturales en el crowdfunding que salvó la cinta. 
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