Escribiviendo

Literatura de los escombros

Y a 25 años de la paz en El Salvador, nunca vimos los escombros materiales, y ese espejismo nos engañó pensando que no había ninguna destrucción.

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Hace 15 años hice un recuento de mi visita a Alemania con ocasión de asistir a la presentación en la Deutsche Welle de uno de mis dos libros traducidos al alemán. En dicho recuento escribí menos de mi obra para concentrarme en emblemáticas ciudades: Koln (Colonia) y Kessel, ciudades dejadas en escombros en la Segunda Guerra Mundial. Kassel fue borrada del mapa. Por varios meses miles de bombas, lanzadas por las fortalezas volantes, cayeron las 24 horas en las ciudades alemanas, cuando estaba a punto de ser derrotado su ejército nacionalsocialista.
¿Por qué escribí sobre ese tema? Porque se estaba celebrando el 88.º aniversario de uno de los escritores más importantes de Alemania, Heinrich Böll, nacido en Koln. La fundación que lleva su nombre me asignó como coeditor de un libro para Centroamérica con dedicatoria a este “santo de la literatura”, no obstante, que él mismo se consideraba un escritor comprometido; aún más, Böll perteneció a la Wehrmacht (fuerzas armadas de Alemania nazi), como incluso lo hicieron niños y ancianos ofreciendo su vida por su führer o “conductor”. Pero el escritor alemán fue rebelde aún sirviendo al ejército.
Dice René Böll, uno de sus hijos, “Siempre tomó partido por los no privilegiados, y lo hizo con sus propios medios, con su palabra escrita y hablada, por consiguiente como artista y no como político, y pese a estar bajo todos los fuegos, no se dejó enmarcar en ningún campo político”.
No ocurrió igual con otro Premio Nobel alemán, Günter Grass, a quien se recriminó pertenecer a las fuerzas especiales nazis. Böll se manifestó en contra de la guerra y del hecho de ser soldado, buscando siempre desertar. Mientras que Grass, autor de esa fenomenal novela “El tambor de hojalata”, ocultó por años su militancia en el nazismo. Pero ese pasado no los minimiza como escritores que han contribuido a la grandeza de su país.
Independiente de una justificación u otra, fue muy raro que un joven no fuera enlistado en el ejército para hacer grande a Alemania, país humillado en la Primera Guerra Mundial, y que 10 años después vio surgir a un líder con una enorme capacidad para canalizar las emociones populares.
Y así, sus discursos enardecieron a un pueblo que no imaginó que se llevaba al suicidio a toda la nación. Un nacionalismo que se justificó con la idea de hacer grande a Alemania, imponer su poderío a todas las naciones del mundo basado en la supremacía de una raza superior. Y los políticos, militares y clase económica alta lo creyeron.
Fueron conducidos con su nacionalismo grandioso a invadir Estados y llevar al holocausto a pueblos enteros de la culta Europa. Ese nacionalismo, que también era aislacionismo, pues su “conductor” no necesitaba de nadie si tenía el ejército más temible del mundo. Invadió Europa del este y el norte, incluyendo la Unión Soviética hasta declararle la guerra a Estados Unidos, al grado que estos últimos hicieron alianza para combatir esa fuerza superior dejando al margen cualquier hegemonía ideológica, porque primero se pensó en la sobrevivencia. La Unión Soviética luchó en el este y los otros aliados en el oeste, desde Inglaterra y Francia.
La Segunda Guerra Mundial produjo un aproximado de 55 millones de muertos, de los cuales 20 millones fueron de la antigua Unión Soviética, 6 millones de judíos, unos 8 millones de chinos, y esta misma cantidad de alemanes; habría que agregar a los miles de franceses, estadounidenses y japoneses. Y esto cuando aún no había misiles balísticos nucleares que solo dejarían vivas a las cucarachas y las ratas.
Esa guerra dejó en el suelo a Alemania, pero produjo una paz duradera, en el sentido que ya pasaron 72 años; aparte de una guerra fría que nunca contó por millones sus muertos. Y si alguna vez se estuvo al borde de un desastre nuclear, la sensatez mundial optó por no exterminar el planeta.
Estas fueron algunas de las reflexiones que tuve después de que leí la primera edición del libro “Leer nos hace rebeldes” (2002, para celebrar un aniversario más de Böll). “Leer es más que un proceso técnico, o estudio mecánico… hace pensar, lo vuelve a uno libre y rebelde…”, dice el escritor. En 2017, centenario del escritor, ha salido la segunda edición, y las reflexiones son las mismas, 15 años no han sido suficientes para superar el peligro en el que estaba la paz mundial, ni las secuelas de cualquier guerra, aunque no haya dejado las ciudades en escombros.
Y a 25 años de la paz en El Salvador nunca vimos los escombros materiales, y ese espejismo nos engañó pensando que no había ninguna destrucción. Sí la tuvimos, pero fue emotiva, difícil de superar y, al parecer, irreparable, porque no la vimos, como lo hicieron los alemanes que reconstruyeron sus ciudades con las piedras de sus escombros.
Entre nosotros la destrucción fue moral, dolor y deshumanización contra familias campesinas. No pudimos vislumbrarlo porque eran penas y llantos en el interior de nuestra conciencia. En Alemania las ciudades fueron reconstruidas con las mismas piedras y eso fue un homenaje a sus muertos. Nosotros no vimos ciudades en el suelo cuando se firmó el Acuerdo de Paz, no vimos piedras, ni edificios ni iglesias en llamas, solamente los escombros de un dolor escondido, lo esencial en la vida que no pudimos ver con el corazón, como dice “El principito”. Dos años, cinco años, 20 años después de firmada la paz no logramos detectar esas ruinas emocionales, fuimos dejando que cada quien viviera bajo los escombros de sus tragedias.

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