Las voces de la depresión: así se vive con esta enfermedad mental

No es falta de voluntad. La depresión es una enfermedad que afecta a cientos de costarricenses. Seis de ellos comparten su historia y cómo conviven día a día con este trastorno mental y sus prejuicios.

Fotografías de Alejandro Gamboa Madrigal/La Nación/Costa Rica/GDA
Daniel
Daniel

Daniel está arrinconado en un pabellón de la escuela. Su cabeza pegada a las rodillas, mismas que abraza para ocultarse. Aunque es la hora del recreo, el niño no quiere jugar con sus compañeros de clase. Se siente deprimido y está asustado. A pesar de que no llega a los 10 años, él cree que los demás lo juzgan porque, por alguna razón, saben que está triste.

Hoy Daniel (no es su nombre verdadero) tiene 67 años y es consciente de que desde que estaba en la escuela sufre de depresión. Nadie lo diagnosticó en ese momento.

“Esto viene desde la niñez. Tuve problemas con mi padre, él era muy estricto, me puso a cargo de mi hermana, quien llegó a ocupar un alto puesto político; en ese momento me sentí como que era menos. Yo tenía gran obligación siendo niño, tenía que cuidarla. Los que tenemos depresión nos sentimos culpables, sentimos que algo no está bien. Eso es tremendo”, dice Daniel, a quien llamamos así para proteger su identidad, al igual que la de las otras cinco personas que brindaron su testimonio para este trabajo.
Daniel pudo estudiar. Gracias a una beca, fue a un colegio privado y a la universidad. La presión que sentía de tener que responder a su padre con buenos resultados académicos, aunado a rehuir de la gente y “no haber tenido una niñez normal” lo hicieron flaquear.

“Estuve en un colegio de la élite gracias a una beca. Yo estaba a disgusto, las bromas y el bullying que hacían fue tremendo, me sentía como arrimado. Así me he sentido en la vida. Siento que si la gente me acepta, es por compromiso, que no hay relaciones fuertes. Siempre he tenido esa falta de confianza”.

Daniel es elocuente. Habla viendo a los ojos, pero cuando viene un recuerdo a la memoria su mirada se desvía. Es un señor muy hablantín y agradable. Se percibe como alguien muy inteligente. Cuando recibe un cumplido, cuenta una difícil verdad: “Yo aparento ser optimista, pero muchas veces por dentro estoy desanimado, siempre con la idea de que la gente me juzga, que se da cuenta de lo que me pasa. Tengo baja autoestima”.

En medio de su lucha, Daniel consiguió trabajar como oficinista, profesor de inglés y en hoteles. Hoy está pensionado.

Por muchísimos años “se tragó” todo lo que lo hacía sentir mal y el no expresarlo empeoraba su situación. Una vez fue despedido de uno de los trabajos en un hotel en el que más pleno se había sentido. Luego se sumió en una profunda depresión: no encontraba trabajo y tampoco quería hallarlo. Se aisló. Fue una de sus peores épocas. La desdicha que sentía lo hizo acudir por sí solo a un hospital en busca de un psiquiatra. Eso fue hace 17 años. Sus hermanos le dieron cierto acompañamiento, su padre no quería hablar de depresiones.

“Papá decía que era un asunto de vagabundería no reaccionar a la vida real”, dice, mientras su mirada se pierde. Aparte del tratamiento farmacológico, Daniel asiste a las terapias de la Asociación Costarricense de Trastornos Anímicos Recurrentes (ACOTAR). En esa organización sin fines de lucro ha encontrado alivio y apoyo con la depresión.

“He superado mucho la depresión, pero, la verdad, es algo que va y viene. Gracias a las terapias he podido aguantar. Me siento acogido. Como todos los asistentes tenemos problemas, hemos hecho grupos de apoyo. El problema es cuando uno sale a la calle. La gente ni se lo imagina. De niño y adolescente ni hablaba con la gente. Era cortante. Cuando fui a los 40 años de aniversario del colegio, se extrañaron de que yo hablaba. Y qué cosa: parecía una persona muy extrovertida, pero realmente no lo soy. Me cuesta. Ahorita estoy pasando por un momento no tan bueno. No sé si voy a ir al 50.º aniversario del colegio, hace 10 años tenía una racha positiva y por eso fui, ahorita me siento sin ganas”, dice Daniel, quien hace 13 años sufrió un derrame cerebral.

Lo que lo hacía sentir la depresión motivó a Daniel a rechazar la posibilidad de tener familia. Cuenta que le costaban las relaciones interpersonales. Sí se siente satisfecho por haberse realizado laboralmente, aunque con la desazón de no haber disfrutado ni su infancia ni tampoco su inteligencia.

“Cuando logro hacer una cosa, siento que nadie me lo está reconociendo. Yo hasta pude ir al programa ‘Quién quiere ser millonario’ y no era fácil. No hay que ser un genio, pero tiene que ser una persona que sepa un poquito”, agrega quien siempre se ha interesado por la lectura y el acontecer nacional.

Además de enclaustrarse y sentirse deprimido, Daniel ha tenido otros síntomas: desánimo, ganas de no levantarse, apatía por emprender nuevos proyectos y hasta ha pensado en el suicidio.
A sus 67 años, aconseja que si alguna persona se ha sentido como él, debe buscar ayuda profesional.

Luego de la entrevista, Daniel salió entusiasta a encontrarse con una amiga suya, quien también padece la enfermedad. Esa tarde de junio tendrían un almuerzo.

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DEPRESIÓN EN COSTA RICA

La depresión no es falta de voluntad. La depresión es una enfermedad o trastorno mental que se caracteriza por la persistencia de un estado emocional depresivo sumado a otras manifestaciones importantes, como pérdida de la capacidad para sentir placer (anedonía), apatía o desinterés por realizar actividades alteraciones en el sueño y en el apetito, además de pensamientos recurrentes de tipo melancólico o de culpa, según explicó Óscar Barquero, psiquiatra del Hospital Nacional Psiquiátrico.

Según estadísticas brindadas por la Caja Costarricense del Seguro Social (CCSS), durante 2017 se reportaron un total de 462 egresos de la red de hospitales nacionales con episodio depresivo (cuando pasa una vez) y 181 con trastorno depresivo recurrente (cuando ocurre en varias ocasiones).

La depresión no es tristeza. Barquero explicó que la tristeza es el estado emocional normal ante una circunstancia dada. “Todos nos podemos sentir tristes en situaciones particulares de la vida, hay momentos ante los cuales es normal o natural sentirse triste”.

La tristeza es transitoria y se alivia por sí sola, tiene relación con situaciones específicas que si se solucionan, el sentimiento de tristeza desaparece. El doctor citó un ejemplo cotidiano: Se acaba mi relación de pareja, me pongo triste, pero luego me siento mejor, conforme pasan los días me sobrepongo. En la misma circunstancia de ruptura con la pareja, alguien con depresión manifiesta otros síntomas.

“La depresión sería que a pesar de que pasa el tiempo, me siento más mal y con síntomas que aumentan en intensidad y se sostienen en el tiempo. Una diferencia es que en depresión no hay estado de mejoría, hay instauración de malestar persistente y ese malestar, a diferencia de la tristeza, genera que uno no funcione bien. En la tristeza uno puede estar triste pero funcionando relativamente bien. En depresión no”, acotó el psiquiatra.

No todas las personas que sufren depresión manifiestan los mismas síntomas; sin embargo, además de las señales mencionadas anteriormente, la persona podría estar con su vida relativamente bien y aun así continuar sintiéndose mal. Otras de las características son: estar cabizbajo constantemente, aislarse de las personas, mostrarse menos activo durante el día y con bajo rendimiento en las labores cotidianas.

A ello se suman malestares físicos como dolor de cabeza, molestias digestivas, pérdida de interés sexual, trastornos del sueño y del apetito, entre otros.

Proceso. Nathalia Gutiérrez quien superó, con terapia y medicamentos, una dura etapa de depresión.

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MARÍA, 54 AÑOS

Al regresar de vacaciones a su trabajo, María topó con una noticia que alteró su vida hasta hoy. Sus jefes le dijeron que la ascenderían. La impresión fue tan grande para la veinteañera que al otro día no quería levantarse de la cama ni bañarse empezó a sentir que la vigilaban y que quienes la rodeaban hablaban mal de ella. Era 1982 y tenía trastorno bipolar.

“Mi depresión es trastorno bipolar: son dos tipos de depresión, se diagnostica trastorno bipolar porque tiene dos tipos de depresiones: se está muy contento o muy triste. Contentos nos creemos la mamá de Tarzán, creemos que somos capaces de cualquier cosa. Tenemos amigos, vamos de compras. En el otro polo está la depresión. La tristeza. No nos queremos bañar, no queremos salir de la casa. No se hace vida social. En 1982 me di cuenta de que padecía de esto. Esa vez me dejaron internada por tres meses. No se daba con lo que tenía. En ese momento no se sabía mucho del trastorno bipolar”, cuenta la mujer de 54 años.

Al salir de su internamiento, María se sentía muy bien, quería trabajar, pero le advirtieron que no podía hablar de su trastorno porque era probable que, por el desconocimiento de la enfermedad, no le dieran el empleo.

María experimentaba crisis cada dos o tres meses. A pesar de ello, pudo trabajar como cajera y en los últimos años se desempeñó como miscelánea.
Muchas veces su trastorno hizo que María tuviera cuadros depresivos. Aunque hay una ocasión de mucha euforia y felicidad que recuerda. Justamente estaba muy deprimida y conoció a un muchacho, él la acompañó en su proceso y cuando ella lo superó, él permaneció a su lado. Cuando ella cumplió 27 años, se casaron.

“Estoy con la persona con la que me casé pero nos divorciamos porque en mi última crisis (2007) me dio por divorciarme. Él y yo vivimos en la misma casa, para la gente de afuera somos una pareja normal, pero dentro del hogar somos como dos amigos, como dos hermanos”, detalló.

Desde hace 11 años María siente el alivio de no enfrentarse a una de sus devastadoras crisis. Para mantenerse estable, toma varios medicamentos y tiene 10 años de asistir a terapias. “Hay que buscar ayuda. Uno solo no puede salir de la depresión. Eso se logra con ayuda de los especialistas. También hay que rodearse de personas de confianza. En los grupos a los que asisto (ACOTAR) tengo libertad de expresarme. Ya hablo sin tapujos”, dice la mujer de baja estatura y apariencia finita.

Por muchísimos años “se tragó” todo lo que lo hacía sentir mal, y el no expresarlo empeoraba su situación. Una vez fue despedido de uno de los trabajos en un hotel en el que más pleno se había sentido. Luego se sumió en una profunda depresión: no encontraba trabajo y tampoco quería hallarlo. Se aisló. Fue una de sus peores épocas. La desdicha que sentía lo hizo acudir por sí solo a un hospital en busca de un psiquiatra. Eso fue hace 17 años. Sus hermanos le dieron cierto acompañamiento, su padre no quería hablar de depresiones.

Ahora, con una vida en la que la enfermedad mental tiene mucho tiempo de no manifestarse, María asiste a una iglesia cristiana en la que es parte de un grupo de mujeres donde encuentra apoyo. También viaja mucho a la zona norte del país, lugar en el que tiene familia.

Como el caso de María, hay cientos más que debido a la depresión sufren crisis y tienen que ser incapacitados en sus trabajos.

Datos brindados por la CCSS arrojan que de enero al 31 de mayo de este año se han incapacitado 819 personas por episodio depresivo y 293 a causa de trastorno depresivo recurrente.
El psiquiatra Barquero explica que la depresión es una de las condiciones del mundo que más incapacidad o días no laborados produce.

Los pacientes son incapacitados por dos circunstancias: “Una tiene que ver con el propio estado de tristeza. Es difícil para la persona exponerse al ambiente laboral sintiéndose tan triste, hace que no genere buen desempeño laboral. También las personas con depresión en mitad de los casos tienen sintomatología cognitiva asociada: problemas de concentración, resolución de problemas y toma de decisiones. Se siente lenta, no se concentra y hace que no funcionen bien laboralmente”.

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VINICIO, 33 AÑOS

En tres meses, Vinicio hizo dos intentos de suicidio, luego de enfrentar una ruptura amorosa y tener problemas con sus papás y hermanos. Tenía 24 años y no sabía que padecía depresión. Según relata, sus seres más cercanos consideraban que era “vagabundo” porque “solo quería estar en la cama”.

Tiempo antes de que se le presentara la crisis había optado por independizarse de su hogar. Aunque se fue en buenos términos, hubo momentos en los que la relación familiar se debilitó y vinieron los problemas. En una pelea con su madre, Vinicio tomó el carro y llegó hasta Orotina sin tener noción. Su hermano fue a buscarlo y le dijo que necesitaba ayuda profesional.

“Mi hermano me recogió y de camino me dijo que buscáramos ayuda, porque lo que me estaba pasando era algo fuera de lo común. Fuimos a un psiquiatra y me internó en el Hospital Psiquiátrico Chacón Paut por 18 días, que fueron como lo mejor de mi vida: fue un cambio radical… aunque desde ese momento uno tiene recaídas, he tenido dos más por depresión, pero uno sale adelante. Ahora tomo medicamentos. Cuando tomo mis pastillas, sé que cada una me ayuda para algo específico. Tengo cuatro años de recibir terapia en ACOTAR y esto es mi otra pastilla”, contó el administrador de proyectos, de 33 años.

Hace dos meses Vinicio se convirtió en papá de un hermoso niño. Es su orgullo y soporte para sobreponerse a la crisis que tuvo hace varias semanas. “Tenía problema con adicción a la marihuana y mi esposa me sacó de la casa. En ese momento, la pasé mal. Tuve sobredosis porque no se pueden consumir drogas cuando uno está tomando tratamiento”, contó mientras jugaba con las manos y mantenía semblante serio.

Luego de incurrir en el vicio y de ser internado, su esposa le dijo que era importante que se reivindicara, que tomara su tratamiento y que regresara a las terapias.
“Uno se enoja, no acepta, cae en depresión y ahí es donde hay que subir, aceptar el problema y hacer lo necesario para no volver a caer en depresión”. En su proceso de recuperación, sus padres y hermanos lo han acompañado en terapias familiares.

“Mi papá tuvo carrera de militar, yo me ponía a llorar y decía que yo era un maricón. Tuvimos que ir a terapias de familia donde aprendimos que lo que me pasa es una enfermedad, pero yo le llamo condición”, recalcó.

Siempre hay una oportunidad para salir adelante, Vinicio cree fielmente en ello. Para lograrlo, admite que es imprescindible buscar ayuda en los familiares, seres más allegados y grupos de apoyo.

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MÁS QUE “ESTAR BIEN”.

Cuando el cuadro depresivo de una persona empeora, puede llegar, incluso, a perder el deseo de levantarse de la cama, de probar bocado, a descuidar su vida, apariencia y proyectos, indica el doctor Barquero.

¿Cómo ayudar? La solución no es pedirle a la persona que salga de la cama. La depresión va más allá de tener la voluntad para recuperarse. Esta enfermedad mental no se mejora solamente con que la persona se sobreponga: se requiere ayuda profesional.

“Primero, si se quiere ayudar a alguien que esté pasando por un cuadro depresivo, se debe ser empático y entender que es algo que no se va a recuperar diciéndole ‘levántese o solo confíe’. Segundo, la persona necesita ayuda de un médico psiquiatra. Tercero, además de la ayuda médica de psiquiatría, que recetará medicación, se requiere de ayuda psicológica porque los problemas depresivos generalmente vienen de circunstancias actuales o a veces reemergen circunstancias del pasado”.

“Las personas vuelven a recordar situaciones muy difíciles que no han podido sobrellevar en su vida, por eso siempre la ayuda psicoterapéutica va a ser necesaria. Hay que decir ‘te voy a ayudar y a acompañar. ¿Necesitás ayuda? Hay que buscar a un profesional’. Eso es lo que hay que hacer”.

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LUISA, 46 AÑOS

En la parte interna de sus antebrazos, Luisa tiene coloridos tatuajes. Están en su piel para tapar heridas. Un 31 de diciembre, hace 10 años, Luisa entró en la habitación de su apartamento, tomó una sobredosis de pastillas y empezó a cortarse. Dice que esa ha sido su crisis más fuerte y se detonó luego de que un novio, al “que quería muchísimo”, la abandonó.

“Ese fue mi primer intento de autoeliminación, como le dicen los doctores, así muy ‘fancy’ (sofisticado). Hace 10 años intenté suicidarme. Por eso estoy tatuada. Me tatué para no estar explicando por qué ten go cicatrices y queloides, aunque todavía se ven. Días después desperté en Pavas (Hospital Nacional Psiquiátrico), atada. Ahí empezó toda esta aventura. Además de la depresión profunda, me diagnosticaron trastorno límite de la personalidad. Entonces yo tengo cartón lleno”, dijo.

Laura Castillo, psicóloga de salud mental que labora ad honorem en ACOTAR, interviene en la conversación para explicar que generalmente cuando el paciente ya tiene otro diagnóstico, va a tener el trastorno de la depresión de fondo.

Luisa considera que ha padecido depresión toda su vida. Cuenta que su mamá “notó algo raro” en ella desde que tenía tres años. “A partir de ese momento, ha sido un trastabillar entre psicólogo, psiquiatra y medicamentos”, contó esta madre de dos hijos, de 23 y 21 años.

Luisa tiene cabello negro y rizado que hidrata con crema. Su semblante es fresco y hay una sonrisa constante en su rostro. No aparenta sus 46 años ni tampoco lo que vive: cuando conversamos, tenía 24 horas sin dormir.

Esta madre, quien habla, escribe y traduce inglés y portugués fluidamente, tiene un año sin trabajar. Antes estuvo empleada en un “call center”, trabajo que se vio en la obligación de dejar porque tuvo sus últimos dos internamientos hospitalarios a raíz del síndrome Burnout.

“Estaba quemada, fundida. El síndrome Burnout es un tipo de estrés laboral, un agotamiento físico, emocional y hasta mental que afecta la autoestima poco a poco. Por él las personas pierden interés en sus tareas, el sentido de responsabilidad y pueden hasta llegar a profundas depresiones. El psiquiatra me dijo que no podía seguir con ese tipo de trabajo por la dificultad de manejar presión fuerte”, contó Luisa, quien quiere volver a trabajar próximamente.

Luisa dice que la depresión duele, que la depresión te hace sentir ponchado. “Empecé a tomar medicamento, ya ni me acuerdo desde cuándo (…) estoy en ese patín, tengo pesadillas, entonces voy al psiquiatra y me da otra pastilla (aparte de los antidepresivos); temblor en las manos, otra pastilla; no puedo dormir, otra pastilla… Te sentís ponchado. Uno no sabe cómo se siente, no se siente bien. Es un dolor en el pecho. He estado internada en todos los hospitales psiquiátricos: llego con tres días sin comer, siete días sin bañarme, digo que me duele aquí (se señala el pecho) y me dicen que me hacen electrocardiograma, pero no es eso, a mí no me duele el corazón, es un dolor que se siente por dentro”.

En medio de sus afecciones, Luisa busca la estabilidad. Asistir a terapias con especialistas es vital para recuperarse una y otra vez. Al ser paciente de trastorno límite de la personalidad y de depresión, puede ser internada hasta 12 veces por año.

“Soy mamá, voy a ser abuelita algún día. Así que aquí estoy. La idealización suicida es algo muy fuerte en la cuestión de la depresión (…) Antes me cortaba, me lastimaba. No lo volví a hacer. Es mucho de determinación personal”, dice.

Luisa cuenta con el apoyo incondicional de su madre y también de sus hijos. “Es doloroso ver a tus hijos llegar a visitarte a la parte psiquiátrica de un hospital, no se supone que fuera así. Aunque es una contradicción porque me hacen sentir apoyada, pero no se supone que los hijos estén ahí”.

Luisa quiere que su testimonio se conozca, realmente desea que las personas entiendan “la magnitud de estar deprimido”.
“Uno no escoge la depresión. Hay detonantes, cosas que van pasando y se van juntando. Si alguien se siente así, le diría que busque ayuda. Las terapias funcionan. Yo tengo ocho años asistiendo. Mamá asiste cada martes para aprender a ayudarme. Ahí vamos juntas. Le digo a las personas que están pasando por depresión que sí hay soluciones, sí hay ayuda. Si uno no se siente bien, si tiene idealización suicida, hay que buscar ayuda. En los grupos sabemos lo que es tener un dolor aquí (se señala con las dos manos el pecho)”.

El aviso. María, de 54 años, fue diagnosticada con trastorno bipolar en 1982 luego de sufrir una crisis depresiva. Daniel, de 67 años, por su parte, empezó a tener síntomas de depresión desde que estaba en la escuela.

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EN EL CEREBRO

El psiquiatra Óscar Barquero explica lo que sucede con los pacientes depresivos. “Eso también es importante hablarlo porque hace más claro que la depresión no es algo voluntario. Lo que sucede es que a nivel cerebral hay redes de neuronas que tienen funciones distintas y que están muy ligadas a diferentes funciones que se afectan cuando uno está deprimido; entonces, esas funciones tienen que ver con la capacidad para ver lo bueno y lo malo de una situación, o sea, ver que no todo está perdido, por ejemplo, que tienen que ver con la capacidad de regular las emociones y la capacidad para traer recuerdos positivos o negativos ante una circunstancia.

También tienen que ver con la regulación de funciones básicas, como la del apetito, el sueño, el percibir dolor, la digestión… cuando estas redes o vías neuronales se activan, generan síntomas que tienen que ver con el malestar constante, pérdida de interés, pérdida de energía, de deseo, pero son más que todo alteraciones en vías neuronales que tienen que ver con esto”, explicó.
—Hay pacientes que dicen sentirse “ponchados” e incluso dopados con los tratamientos contra la depresión, como en el caso de Luisa. ¿Los tratamientos farmacológicos son muy fuertes? ¿Cambian a la persona?
—Esa es una cuestión muy interesante. Con frecuencia se lo explico a mis pacientes porque es una falacia histórica. Es una verdad a medias que ya no es una verdad. Cuando los antidepresivos surgieron en los años cincuenta, eran medicamentos que tenían muchas posibilidades de efectos secundarios.

“Estaba quemada, fundida. El síndrome Burnout es un tipo de estrés laboral, un agotamiento físico, emocional y hasta mental que afecta la autoestima poco a poco. Por él las personas pierden interés en sus tareas, el sentido de responsabilidad y pueden hasta llegar a profundas depresiones. El psiquiatra me dijo que no podía seguir con ese tipo de trabajo por la dificultad de manejar presión fuerte”, contó Luisa, quien quiere volver a trabajar en un “call center” próximamente.

Pero desde los años ochenta nació y se pudo crear la Fluoxetina, que es un antidepresivo muy antiguo, muchos de esos efectos secundarios se evitaron y después de eso los otros antidepresivos que se han creado tienen mucho menos riesgo de efectos secundarios. La atención de una persona con depresión tiene mucho que ver en mejorar los síntomas y también la calidad de vida. Entonces, no tiene mucho sentido usar fármacos que generen efectos adversos que más bien van a empeorar la calidad de vida del paciente.

—Se dice que hay unos fármacos que dopan al paciente…
—No. Ahí es donde la gente se confunde. Cuando alguien sufre una depresión y no puede dormir nada y pasa llorando y también tienen síntomas de ansiedad, podría ser que requiera uso de un medicamento como de emergencia para ayudarle a sentirse mejor mientras el antidepresivo empieza a hacer su efecto.

Los antidepresivos tardan aproximadamente dos semanas para empezar a hacer efecto y ver resultados, y un mes para ver respuesta adecuada. Un mes esperando, sin dormir, genera malestar; hay medicamentos de estos que pueden generar somnolencia.

Pasa otra situación: no todas las personas toleran siempre las mismas dosis. “Entonces uno puede empezar con un medicamento en las primeras etapas de tratamiento y podría sentirse con algo de sueño. Si eso sucede, pues uno puede cambiar el medicamento. Pero si eso no está bien comunicado y explicado, la persona puede decir ‘me da sueño’, y cree que tiene que aguantárselo. Los medicamentos para la depresión no deberían hacer que la gente se sienta dopada, cambiada o más lenta. Más bien la idea es que vuelvan a sentirse como estaban. Como eran”.

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FABIÁN, 41 AÑOS

La guitarra ha sido el amor más grande en la vida de Fabián. Una vez, cuando estaba a punto de hacer un examen de ese instrumento, sintió ganas incontrolables de llorar. Abrazaba a su mamá y le decía que no entendía qué le pasaba. Eso pasó hace 21 años, cuando estudiaba en la universidad.

Fabián siempre fue silencioso y cuando salía con sus amigos, se cohibía. Ellos aceptaban su particular forma de ser, mas Fabián sabía que algo en él no andaba bien. Desde el colegio estaba enterado. En la universidad lo comprobó por los extraños vacíos que sentía.

Este hombre de manos grandes, de uñas limpias y con el largo adecuado para tocar las cuerdas de su instrumento predilecto, dice que en los años noventa apenas se escuchaba la palabra depresión. Él siempre la relacionó con sus síntomas.

Como una persona espiritual buscaba alternativas para llenar aquel inexplicable vacío. “A veces me ayudaba hacer ciertos proyectos. Pero cuando la depresión se comenzó a manifestar, necesité ayuda médica mientras estaba en la universidad y luego de que no pude tolerar hacer el examen de guitarra. Ahí dejé de estudiar guitarra. Empecé a tener la primera oportunidad de contrarrestar el padecimiento, al haber dejado de estudiar no tenía que pasar tantas horas en eso… tenía más tiempo de ocio. La guitarra era todo para mí, la dejé. Pasó el tiempo y siguieron las depresiones. Esa vez me mandaron medicamentos pero no me dijeron que era depresión. En ese momento se podían dejar los medicamentos”.

Luego de unos meses, Fabián se sobrepuso a aquel episodio. Continuó su vida de manera relativamente normal. Los síntomas del pasado aparecían esporádicamente, mas él encontró varias armas para vencerlos momentáneamente.

Fabián creía que la depresión que sabía que tenía, porque coincidía con todo lo que se decía de ese trastorno mental aunque no lo habían diagnosticado, se podía “curar” con espiritualidad, amor a alguna chica, amor por la guitarra… Así se mantuvo por unos 15 años.

Hace seis años apareció la crisis más fuerte que Fabián ha vivido. Primero le afectó la muerte de su abuelita. Luego sufrió un aparatoso accidente automovilístico que le provocó un trauma craneoencefálico que lo llevó a estado de coma por un tiempo. El músico se recuperó y retiró la celeridad de su vida. Todo fue calma y pausa, hasta que apareció un “vacío” que desencadenó la crisis depresiva.

“Luego de sufrir un accidente tan rudo y de ir más lento en mi vida, el cerebro empezó a ir más lento y llegó a no tratarse bien. Llegué a crisis extrema: la peor que he tenido y que no sabía que eso podía existir. No sabía que era posible para una persona sentirse así. Hasta esa edad (36 años), yo había podido conllevar la depresión sin medicamento. Hacía vida “normal”.
Pero cuando me dio la crisis, hace cuatro años, yo quería suicidarme. No sabía que eso existía. Sigo viéndolo como algo increíblemente traumante, siento que después de eso uno no puede salir adelante solo. Necesita la ayuda de otra persona. Yo sentí el deseo de terminar con mi vida. Y eso no es solo que usted ya tiene depresión, sino que usted necesita de una acción para estar bien. Eso fue lo que me pasó”, relató.

Sereno y viendo cómo se entrecruzan sus dedos, Fabián dice entender cuando se está cerca de la muerte por alguna situación fortuita. Lo que rechaza es haber estado cerca de la muerte por voluntad propia. “Es como irracional, como anormal. Uno no se siente normal. Uno no se siente ya no como una persona del montón, uno se siente inútil y como que no sirve. Cuando uno quiere autoeliminarse, es porque la autoestima está en su peor momento”.

Hoy, mientras tiene su depresión controlada, Fabián califica como “lo peor” a aquellos momentos en los que veía cómo personas se quitaban la vida y a él le parecía “genial”.
“Trataba de acercarme racionalmente a eso. Si alguien quiere alcanzar un logro en su vida, como una carrera, trabaja para eso. Yo quería trabajar para suicidarme. Quería entender que eso era normal. Y eso no es normal. Eso es lo más claro que hay que entender: el suicidio es algo irracional”.

Al terminar nuestra conversación, Fabián, quien asiste a terapias en ACOTAR, se despidió de su psicóloga; debía salir rápido porque sus alumnos de música le esperaban. Al llegar a la puerta, se volteó para agregar algo más: “Cuando uno está cerca de la muerte y lo supera, es importante porque se convierte en algo que lo marca a uno y termina siendo una especie de acto de continuación en la vida”.
Las causas

El psiquiatra Barquero explica que hay factores o situaciones en las que, aunque no se tengan muchas condiciones biológicas hereditarias o adquiridas en edades tempranas, hacen que alguien pueda deprimirse.

“Hay situaciones límite y hay situaciones personales (herencia)… uno puede heredar características genéticas que hacen que su cerebro sea más sensible a que funcionen estas vías. Uno puede adquirir en el desarrollo de su cerebro situaciones que también hacen que el cerebro sea más sensible a generar depresión.

“Esas situaciones que uno adquiere en el desarrollo tienen que ver con cosas meramente biológicas o por situaciones de estrés crónico en la infancia, como violencia, maltrato, cosas que pueden hacer que el cerebro se haga mucho más sensible a la depresión (como en el caso de don Daniel, a quien su padre encargó el cuido de su hermana siendo niño); eso es algo que ya uno trae y puede ser que siendo niño, adolescente o adulto, se deprima”.

“Luego están las circunstancias límite, esas que son muy complejas para sobrellevar y que hacen que el cerebro no funcione de manera adecuada, que pase más allá de una tristeza y se convierta en un cuadro de depresión”.

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NANCY, 52 AÑOS

Hace cinco años, Nancy perdió a su esposo a causa del cáncer. Desde entonces ella empezó a fumar incesantemente. Con la misma rapidez que se aumentaba su vicio por el tabaco, disminuían sus deseos de salir, de interactuar con otras personas, y de levantarse de la cama. Creía que su estado era normal, pues siempre había sido “muy casera”.

“Nunca pensé que tenía una depresión. Solo me refugiaba en el cigarro. Como mis exámenes de diabetes salían alterados, le confesé al doctor del Ebais que desde que murió mi esposo, yo fumaba. Luego de mi esposo perdí a mi papá y hace 10 meses a mi mamá; entonces, me refugiaba en el cigarro y no era socialmente activa. No sabía que estaba en una depresión. El doctor me mandó a Salud Mental (del Hospital San Juan de Dios) y a un grupo de apoyo para dejar de fumar. Ahí me di cuenta de que estaba en una depresión”, contó Nancy, de 52 años.

A finales de junio, Nancy se sentía muy bien. Gracias al grupo de apoyo pudo dejar de fumar tres meses. Ahora también tiene su autoestima alta, y su propósito es continuar asistiendo a la clínica de Salud Mental; siente que le hace mucho bien.

“Yo tuve mucho tiempo en el que veía tele acostada. Si me daba hambre, me levantaba a preparar algo o generalmente pedía comida rápida para evitar salir y encontrarme con la gente. Salía, fumaba y luego regresaba a acostarme. Yo pensaba que eso era normal porque no tenía supervisión de un profesional. Gracias a Dios, le dije al doctor”.

Éricka Badilla, enfermera especializada en Salud Mental del Hospital San Juan de Dios, dice que Nancy, además de su dependencia del cigarro, presentaba síntomas de depresión.
“Ella perdió el interés por las actividades que antes hacía, tuvo alteración en la alimentación, en el patrón del sueño, muchas veces no se salía de la cama, pasaba acostada y se levantaba a fumar porque esa dependencia la obligaba a moverse”.

Nancy continuará con el tratamiento de antidepresivos de por vida. Luego de las terapias a las que asistió, se siente muy bien y con nuevos propósitos por cumplir. “Los profesionales me han ayudado a cambiar hábitos. Ahora quiero hacer cosas diferentes: salir, pasear, visitar personas que conozco en diferentes provincias. Ir y quedarme por lo menos dos días. Como estoy pensionada, eso me ayuda a irme a pasear, salir de la casa y a no estar tan depresiva”.

La enfermera agregó: “Luego de la terapia, ellos logran un nuevo estilo de vida, puede ser luego de ocho sesiones, dependiendo del paciente. Ella evolucionó mucho. Sus sentimientos ahora son más positivos. Hace planes para salir a pasear al país”.

Sin edad. Luisa, de 46 años, tiene todas las ganas de volver a trabajar. También la motiva mucho estar bien para cuando sus hijos la conviertan en abuela.
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