De cuentos y cuentas
Las culpables
A Saraí la conocí en un edificio de Washington, donde hacía la limpieza. La escuché decir la palabra «cumbo» y le pregunté si era salvadoreña. Me contestó que sí y poco a poco la plática llegó a cómo tenía tres años de vivir en Estados Unidos.
Todos los dedos te señalan. La ladrona, la puta, la asesina, la maldita esa. Ves hacia todos lados y no entiendes lo que pasa. Hace un rato estabas en tu colonia, con tus vecinas y tus hijos.
Hubo una redada y ahora te tienen esposada frente a un montón de cámaras. Te acusan de cosas que ni siquiera entiendes y enumeran una serie de pruebas inverosímiles en tu contra. No sabes qué hacer, agachas la cabeza y lloras. Parece una pesadilla.
Esa pesadilla la pasan cientos de personas cada año en nuestro país. Hombres y mujeres que son capturados por parecerse o llamarse igual a alguien que ha sido acusado de algún delito, o que simplemente están en el lugar y la hora equivocadas. Pero hoy, a pocos días de haberse celebrado el Día Internacional de la Mujer, quiero referirme a ellas, a las siempre culpables.
Como sociedad somos especialistas en señalar, acusar, juzgar y condenar con rapidez y facilidad. El debate de la presunción de inocencia se ha tardado mucho, muchísimo. Si eres joven y pobre es fácil que te acusen de cualquier cosa y que pases mucho tiempo preso antes de que se logre comprobar que no eras culpable de nada.
A Saraí la conocí en un edificio de Washington, donde hacía la limpieza. La escuché decir la palabra «cumbo» y le pregunté si era salvadoreña. Me contestó que sí y poco a poco la plática llegó a cómo tenía tres años de vivir en Estados Unidos, después de estar casi un año detenida en El Salvador, donde su patrona la acusó de ladrona y llamó a la Policía.
El proceso no prosperó y la dejaron salir porque quien la acusaba no presentó nunca pruebas. Eso no la libró de estar detenida durante los seis meses que le dieron a la Fiscalía para armar su caso y otros tantos meses más de puros trámites.
Nunca logró quitarse el mote de ladrona con su familia y vecinos ni con potenciales empleadores. Optó por migrar.
También están los casos en los que a las mujeres se les amenaza para participar en delitos. Chicas que van obligadas a cobrar extorsiones, madres a las que les encuentran en su casa drogas que no sabían que alguien había escondido, mujeres que deben introducir artículos prohibidos a los penales. Todas ellas caen fácilmente presas, leo los casos muy seguido debido a mi trabajo. Luego, uno se queda esperando que caiga quien las amenazó, quien las obligó… rara vez pasa.
Algunas logran salir libres, pero retomar su vida es otra historia. Ya las señalamos y categorizamos, llevan el delito en la frente y allí nos falla la memoria corta que nos caracteriza para otros temas. También están las mujeres que aún están presas por haber perdido a sus bebés, mientras la justicia debe decidir si fueron emergencias obstétricas o ellas mismas los mataron.
Lo más común es, sigue siendo, lo segundo, y a las largas condenas por este tipo de casos -de hasta 30- años, se le suma la correspondiente lapidación social.
Este marzo, mes de la mujer, les dedico estas líneas a quienes están presas injustamente, a quienes se asumió culpables antes de cualquier proceso, a quienes aún esperan justicia, a quienes no lograremos reponerles la vida ni la reputación perdidas. También se las dedico a usted que me lee, le invito a volver al primer párrafo y tratar de ponerse en ese lugar. Si le pasara a usted, ¿verdad que le gustaría que se cumpliera aquello de que todos somos inocentes hasta que se nos pruebe lo contrario?