Mensaje enviado
La visita de Jorge
Aunque sus misas fueron multitudinarias y muchas personas hicieron hasta lo imposible por verlo pasar unos pocos segundos en el papamóvil, las críticas a la visita estuvieron a la orden del día.
El papa Francisco realizó un viaje a Chile y Perú hace algunas semanas. Durante casi cinco días, Jorge Bergoglio volvió al país suramericano en donde vivió y estudió, pero esta vez para recorrerlo en su sotana blanca, montado en el papamóvil y rodeado de opiniones encontradas.
Su visita no estuvo exenta de críticas, cuestionamientos y polémicas. Ser la máxima autoridad de una institución envuelta en escándalos y desprestigios, sembró el caldo de cultivo para que la conversación nacional se tornara en temas poco ligeros como los abusos sexuales a menores hechos por sacerdotes y el rol de la Iglesia y la religión en un estado laico.
Incluso, hubo atentados contra iglesias al sur del país, en donde al menos cinco templos católicos resultaron quemados o gravemente dañados por ataques incendiarios, en donde los responsables dejaron mensajes amenazantes sobre sus próximos objetivos.
Aunque sus misas fueron multitudinarias y muchas personas hicieron hasta lo imposible por verlo pasar unos pocos segundos en el papamóvil, las críticas a la visita estuvieron a la orden del día: ¿por qué el Estado chileno tenía que costear una buena parte del viaje?, ¿por qué el papa aceptaba que un obispo sospechoso de complicidad y encubrimiento de violaciones sexuales concelebrara sus misas?, ¿por qué, siendo un Estado laico, el país se paralizó por su venida, retrasó trámites legislativos y canceló operaciones en el sistema de salud pública?
A esto se sumó el desconcierto de muchos vecinos argentinos quienes lamentaron que “su” papa prefirió visitar Chile antes que el lugar que lo vio nacer, que además, queda a menos de dos horas de distancia en avión.
Sin embargo, a pesar de este ambiente poco amigable, el papa concretó su visita. Abordó a muchos de sus públicos de interés en la que fue la primera visita papal al país después de 30 años. Se reunió con las autoridades políticas en La Moneda; como gesto hacia los desprotegidos, realizó una actividad con mujeres reclusas; atendió la agenda más sensible y polémica, tuvo una reunión privada con víctimas de Karadima –un sacerdote pedófilo acusado de decenas de violaciones a menores–; dio una clase magistral a religiosos, religiosas y diáconos en la Catedral Metropolitana; tuvo una reunión privada con sacerdotes jesuitas, su congregación; para acercarse a la feligresía, celebró tres misas masivas en distintos puntos del país; atendió al mundo académico sosteniendo una reunión con las autoridades de la Universidad Católica de Chile; y visitó el templo de una de las figuras religiosas más importantes para los chilenos, San Alberto Hurtado.
Todo esto ocurrió sin mayores contratiempos y generó día a día, tema de discusión entre quienes apoyaban o disentían con el objetivo de visita en general. A sus 81 años, el papa Francisco entregó en sus distintas apariciones un mensaje de paz y un llamado permanente a la acción por construir, de manera activa, el bien.
Las visitas papales constituyen siempre hitos en la historia de un país, no solo entre los feligreses, por el mensaje y la espiritualidad renovada, sino por toda la movilización que provoca en los recursos, la reflexión social, la priorización de temas, la visibilización de necesidades y en los grupos vulnerables.
En El Salvador, ¿es necesario que Jorge nos visite para empezar a hablar de lo importante?