Escribiviendo

La terquedad por los libros

En verdad, hacer la guerra por el libro y la lectura implica sacrificar tiempo que es grato gastarlo en escribir.

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En 2007, recibí una distinción de la Fundación Guggenheim de Nueva York. Según informes, solo la hemos recibido dos personas en El Salvador. El otro es German Cáceres, la recibió en música (1989). Cáceres es compositor y director de orquesta, egresado de la Academia Julliard de Nueva York, de las mejores del mundo en su especialidad. Pero no todos los tiempos pasados fueron mejores. Roque Dalton dice una frase feliz en uno de sus poemas: “No siempre hemos sido feos…”. A veces lo parecemos cuando pensamos en el desempleo, en las injusticias, en las intolerancias políticas que producen muerte infinita; cuando, por la pequeñez geográfica, deberías construir un jardín de vida feliz.
Pero bien, en ese pasado no tan feo hice a un lado la poesía a favor de la novela, todo porque descubrí una carta de Pedro de Alvarado informando a Hernán Cortés la matanza de miles de pipiles en Acaxual (Acajutla) y Tacuscalco.

e asombra ahora que una carta de tres páginas me cambiara la vocación poética de niño. Jamás había pensado escribir novela hasta que a los 28 descubrí esa carta. Tuve suerte, esa primera obra ganó premio único centroamericano en Costa Rica (1967) y fue publicada en la editorial del llamado boom latinoamericano de literatura (en Buenos Aires, Argentina). Paso de animal grande siendo pequeño.

De ese cercano pasado enmarcaba la distinción arriba mencionada: la beca Guggenheim. Para ganarla, comencé a escribir (2005) “El sexto muro”. Ahora tiene otro nombre más poético: “La oscuridad de los rincones iluminados”. Pese a ser mi sexta novela, también necesité una motivación. Veamos: estaba investigando en internet ahí por 2003, cuando descubrí que en el famoso muro de Berlín, después de 28 años de construido, apenas habían muerto 120 personas, y que en el muro fronterizo entre México y Estados Unidos en sus pocos años y parcialmente construido había registrado más de 4,000 muertos (hasta 2005).

Además, reparé en otros cinco muros históricos, incluso murallas, por lo general casi todos para evitar invasiones guerreras. Y se me ocurrió el tema de la migración. Pensé en la necesidad de un sexto muro espiritual donde no muera nadie, solidario, que no implique temor, que no lleve a guerras, que defienda la dignidad humana.

Esta novela supera a los osos, ha invernado 11 años, cuando el mundo ha dado varias vueltas de gato; por eso le cambié nombre, menos violento, por lo menos el título, aunque la novela contiene violencia histórica como producto de una investigación que decidió promoverme la Guggenheim de Nueva York. Histórica, pero no de la que se habla en estos 25 años, sino tratando de buscar la violencia originaria; prefiero no revelarlo hasta que la publique. Por cierto, he encontrado el ofrecimiento de publicarla. Qué felicidad.

La escribí a saltos como todo promotor de la lectura, y eso me hizo ir cambiando los matices. Tiene validez aunque han surgieron otras verdades, como ocurre ahora que la realidad da vueltas de gato cada cinco años, producto de la tecnología. Incluso la guerra tiene otras variantes, puede ser comercial o contra la ignorancia, o contra la violencia de género (hay que bombardear esa cultura abonada por los siglos), guerra contra las tacañerías para el arte, para la educación.

Dar batalla como si fuera una guerra del fin del mundo aunque produzca la sensación de caer en el vacío. Una guerra sin muertos, ni gasto en armamentos. ¿Por qué no decirlo? Una guerra pacífica, valga este oxímoron; así como tenemos una paz cruenta, incluso con más bajas que las de un conflicto bélico.

En verdad, hacer la guerra por el libro y la lectura implica sacrificar tiempo que es grato gastarlo en escribir. No importa. Algunos justifican la inopia frente al libro alegando excesos de la tecnología informática. Nada cierto, apenas tienen 20 años de avance, pero ya Alberto Masferrer en la “La cultura por medio del libro” proponía una biblioteca en cada comunidad como elemento de desarrollo para El Salvador. ¡Hace 103 años! Es de los primeros tercos en repetirlo. Aunque se exprese la terquedad en el idioma del burro poco agradable, como dice con sarcasmo mi amigo Ricardo, refiriéndose a que los tercos rebuznan.

Sin embargo, pidamos peras al olmo, pues de acuerdo con la biotecnología, un olmo puede producir peras, manzanas y aguacates.

En ese apropiamiento del siglo de la información y el conocimiento, surge la necesidad de la lectura para conocer y recrearse, para cultivar una sociedad sensible al dolor ajeno; en resumen, humanismo, sin lo cual no hay desarrollo integral. El buen lector descubre lo que somos y reniega de los antivalores que asedian la vida.

Pero poco a poco despiertan los intereses positivos que cubren estos vacíos; surgen las redes sociales, los medios de todo tipo promueven que hay algo más allá del cataclismo social, nos informarnos para conocernos mejor, es el camino correcto hacia la convivencia. Los escritores salvadoreños conquistan mundo y hay apropiación mediática de los triunfos obtenidos en el exterior; pero no solo por los escritores, también por los jóvenes en el marco de la ciencia y diversas ramas del arte. Somos una moneda de dos caras y eso le da unidad cambiaria que debemos descubrir con inteligencia emocional lúcida.

Descubrir el valor del libro, sea digital o en papel, nos convierte como en beneficiarios de la botija del cuento de Salarrué. La principal riqueza está en la Biblioteca Nacional, cuya principal función es custodiar el patrimonio bibliográfico de la nación; aunque también sale a la calle con libros y recreación; también hay otras minas de astros en las bibliotecas municipales, en las públicas y las escolares.

La Biblioteca Nacional es diferente, pero eso no obvia que escudriñamos un cambio atendiendo a jóvenes, a niños, esto nos dignifica como alma mater del libro y fuente de la palabra, puerta que nos permite descubrir el pensamiento crítico.

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