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La sociedad es el poder

“¿Y si nos ahorcamos?” –dice un personaje de la obra de teatro “Esperando a Godot”, queriendo salir de la desesperanza; pero Godot no llegará nunca a solventar una existencia pasiva.

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En la Biblioteca Nacional, además de los usuarios cotidianos, tenemos visitas guiadas que pueden alcanzar los cinco mil visitantes al año, con promedio de dos horas por visita. Además, se lleva a las comunidades la biblioteca móvil, se asiste a centros escolares con talleres de lectura impartidos por bibliotecarias jóvenes. La próxima semana, por ejemplo, nos visitarán niños y niñas de 5.º grado con la idea de conversar sobre la novela “Un día en la vida”. Me encanta este detalle y digo por qué.
Hace 25 años, recién llegado a mi país, luego de décadas de ausencia, tuve mi primera sorpresa: niños de 8.º grado me entrevistaron sobre literatura. Les pregunté cómo sabían tanto de literatura nacional y latinoamericana. Qué si eran niños talentos. Respondieron que solo eran estudiantes de la materia de Literatura.
Debo recalcar que los de 5.º grado y estos de 8.º provenían o provienen de colegios privados católicos. Varios años después de esta visita, me visitaron egresados universitarios de la carrera de Letras y me sorprendió el gran vacío comparado con el grupo de estudiantes de 8.º grado. A nadie debería molestar esta observación, si lo reitero es porque este tipo de descuidos se da en todos los ámbitos de la vida nacional. Un conformismo que debemos revertir. Porque cada vez se nos hace demasiado tarde, aunque no creo sea mal irremediable para el país, pero es un elemento de retraso en el desarrollo.
En tal sentido, en la Biblioteca Nacional no queremos ser solo repositorio de libros, sino una biblioteca humana (concepto adaptado a nuestra realidad): ir a la montaña, si ella no llega a nosotros. Esto parecería una perogrullada, pero por ciertas inacciones pareciera que esperamos que otros resuelvan los problemas; y esos “otros” no existen, somos “nosotros”.
“¿Y si nos ahorcamos?” –dice un personaje de la obra de teatro “Esperando a Godot”, queriendo salir de la desesperanza; pero Godot no llegará nunca a solventar una existencia pasiva.
Por tal motivo nos esmeramos en visitar y no resignarnos a que nos visiten. Salimos al encuentro humano con la idea de la extensión cultural, conscientes de ser alternativa colateral de educación, siguiendo los principios de Alberto Masferrer, tal como lo dijo hace 102 años (“La cultura por medio del libro”). Como ven, poco hemos cambiado pero los retrasos justifican la innovación. Nos satisface que el siglo XXI de la información y el conocimiento tiene apertura global. Además, por medio de la biblioteca digital (www.redicces.org.sv) y por los recursos electrónicos que nos facilitan las bibliotecas universitarias (CBUES), recibimos interacción del investigador desde cualquier país. Esto también lo consideramos en lo tecnológico como biblioteca humana: llegamos al mundo donde están nuestros compatriotas.
En educación parto del músico y productor negro Quincy Jones, ahora de 86 años, productor de “Thriller”, donde Michael Jackson es el cantante. Jones, que se jacta de haber “salido” con una hija del actual presidente, es ganador de 28 premios Grammy; (web de El País, febrero 08/2018, España). Me gusta su frase y la recreo, en educación el real poder para aprender es de quienes aprenden, el maestro solo es el mensajero de lo diseñado por el sistema educativo. Extendiendo el concepto, la gente es el poder y sus representantes políticos son sus mensajeros.
Por tal motivo, si queremos un cambio cultural que nos libere de los entrampamientos sociales, económicos y éticos debemos educar al ciudadano, trasladar el poder hacia quienes realmente deben tenerlo: a la ciudadanía, la comunidad. Y no al revés. Porque la nación no es la mensajera.
Individual y socialmente debemos apropiarnos de estos conceptos, no conformarnos como somos, y atacar con educación las contradicciones sociales. Dentro y fuera del territorio nacional tenemos tantos ejemplos para superarnos; pese a las dificultades trágicas de la emigración. No permitir que se nos reconozca por lo que nos destruye cada día, inconscientes de que con ello nos autodestruimos, como si cada sector de nuestras intolerancias fuera el enemigo a morir. No creo que las nuevas generaciones acepten esa irrealidad deshumanizada, ni los “baby boomers”, ni los “millennials”, ni la generación Z, los nietos menores.
Se nos enrostra valores de perversidad, “el comal dice a la olla”, quiénes han sido protectores de dictaduras del siglo XX. Esto hace sentir más grave la ofensa, porque al dolor producido lastima heridas que aún sangran desde los últimos 40 años. Lo que podemos sacar de positivo de dichas recriminaciones es que esos gritos del gran poder nos despierten para no ser perseguidos por las pesadillas. No esperar la voz hiriente para elevar la autoestima de los salvadoreños.
En fin, demos gracias a Dios de que seguimos vivos y de que la geografía fue benigna con nosotros al no concedernos combustibles fósiles, ni minerales preciosos ni estratégicos. Eso es causa de pobreza, pero también da posibilidades de reconstruirnos sin el riesgo de sentirnos amedrentados por las amenazas o las intervenciones. Toda esa crisis debe ser punto de apoyo para un salto, para volver sobre nosotros mismos, para de verdad sentirnos orgullosos.
Pero volvamos a la idea de educarnos con actitudes sensibles. Solo se necesita creatividad y voluntad política, y con ello algo más: incluir e integrar la nación. Para incluir necesitamos políticas públicas. Para integrar requerimos iniciativas que deriven en abono de una nueva cultura de la sociedad civil. Partir de iniciativas innovadoras, transformadoras. Más que de los sentidos, necesitamos conocer y reconocer con el corazón (lo dice “El principito”) nuestro acontecer casi siempre trágico. Basta que incursionemos en la historia reciente y pasada.
Pensemos con las emociones, aunque decirlo parezca una chifladura. Desde ese punto de vista apropiarnos de nuestra historia emociona y ayudar a construir puentes necesarios para llegar a la otra orilla, y así “cruzar el lago de la sangre”, como dice “Macbeth”. Al otro lado estará una civilidad a punto del suicidio; esperando al que piensa distinto, encontrarse a mitad del puente, la forma de cruzar ese lago, que nos dice “Shakespeare”. Buscar felicidad para todos.

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