La promesa de Caluco y el cacao

Hubo un tiempo donde el cacao era sinónimo de la identidad mesoamericana. Ahora su cultivo es reducido en El Salvador. Para potenciarlo, en 2014 nació la Alianza Cacao, una apuesta por reactivar su siembra y convertir a 6,500 personas en productoras. En Caluco, Sonsonate, hay un grupo de personas que ha empezado a cultivarlo con la esperanza de, algún día, tener una fábrica de chocolates y dejar atrás la pobreza.

Fotografías de Frederick Meza
Símbolo de identidad. El cacao es originario de la región mesoamericana y fue utilizado por las culturas precolombinas en ceremonias, medicinas y bebidas sagradas.

La historia de Caluco y el cacao es una de prueba y error. De siembra con esperanza y de árboles que se secan. María de los Ángeles Escobar es una lideresa de Caluco, Sonsonate. Hace siete años motivó a un puñado de vecinos para sembrar cacao y poder progresar como comunidad. Así, cada uno sembró en su parcela los árboles, pero estos se echaron a perder y María fue quien tuvo que dar la cara ante los agricultores y decirles que confiaran, que una vez el cacao prosperara, ellos tendrían un ingreso económico estable porque sus semillas se venden bien durante todo el año. El fruto de este árbol es una mazorca y al procesar sus granos se puede crear chocolate.

María cuenta que los productores de Caluco pidieron asesoría al Centro Nacional de Tecnología Agropecuaria y Forestal (CENTA). Ellos preguntaron cuál era la mejor manera para hacer progresar sus cultivos. Pero el conocimiento técnico que se tenía entonces era limitado y María asegura que les recomendaron sembrar los árboles directamente bajo el sol, sin sombra. Las plantas soportaron la estación de lluvias, pero cuando la estación seca llegó, todo lo que habían sembrado se marchitó y María de los Ángeles se encontró cara a cara con otra siembra fallida.

María tiene ojos claros y una voz dulce que parece flotar entre el calor y la humedad intensa del centro de Caluco. Sus conocidos le dicen Angelita y trabaja como la directora de la Casa de la Cultura del municipio. Desde este espacio se potencian las actividades de una asociación fundada hace siete años llamada Grupo Calicacao.

La asociación reúne a 29 agricultores, 25 mujeres en el área de procesamiento del cacao y 20 jóvenes en talleres de aprendizaje de creatividades y de buenas prácticas de un vivero. Así está escrito en un rótulo de la Casa de la Cultura. La meta es hacer que Caluco sea reconocido como un municipio productor de cacao de alta calidad. En 2014, los productores de Caluco se convirtieron en beneficiarios de la Alianza Cacao. Esta alianza es un proyecto con financiamiento internacional que busca motivar la reactivación de este cultivo durante cinco años.

La idea oficial del programa es comercializar el cacao en “los rentables segmentos especiales y gourmet de mercado internacional”. En la práctica, el beneficio local es tentador: si los campesinos de Caluco encuentran en este cultivo un trabajo con ingresos dignos, no se verán obligados a dejar la vida que conocen para poder subsistir.

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SEMBRAR, TRANSFORMAR, PINTAR Y BAILAR CACAO

Apoyo durante un lustro. La Alianza Cacao busca reactivar la siembra de cacao durante un periodo de cinco años que va desde 2014 hasta 2019.

Dentro de la Casa de la Cultura que María de los Ángeles dirige se han creado varios talleres para formar a los jóvenes en diferentes ramas creativas. Los talleres son gratis y se ha formado un grupo de muchachos que pinta cuadros y trozos de madera con dibujos alusivos al cacao y un grupo de mujeres jóvenes que elaboran aretes y collares con granos de este cultivo. Y si esos talleres no son suficientes para motivar a la población juvenil, hay un grupo de danza para realizar coreografías con canciones que tengan una letra alusiva al cacao.

María de los Ángeles es el motor de este proyecto. No solo convenció a algunos campesinos para sembrar e impulsó que los jóvenes se involucren en actividades creativas, además ha producido un festival, ha motivado la creación de una tienda para vender chocolate en tablilla y ha influido en que los postes de electricidad y las paredes del casco urbano del municipio tengan dibujos que hagan referencia a la temática.

“Creo que está dando resultados porque los señores son agricultores, las señoras están procesando, los jóvenes están haciendo arte y a los que no les gusta todo esto… están bailando. Hay espacio para todos”, dice entre risas la directora de la Casa de la Cultura desde un salón multiusos.

En Caluco las oportunidades de trabajo no abundan. El año pasado el nombre del municipio estuvo varias semanas en los periódicos porque las pandillas provocaron el desplazamiento de la mayoría de los habitantes de El Castaño, uno de sus cantones. Además, varios pobladores del lugar afirman que hace dos años, algunos campesinos dejaron de ir a sembrar a sus tierras por el temor de encontrarse a un grupo de pandilleros armados.

En el último mapa de pobreza realizado por el Estado, el panorama de Caluco no se mostró favorable. La investigación evidenció que el 79 % de su población vivía en pobreza extrema y el 43.7 % de sus habitantes vivía en pobreza extrema severa. El panorama educativo tampoco es esperanzador. De acuerdo con el Observatorio del Ministerio de Educación, en todo el municipio hay 10 escuelas y solo una brinda clases de bachillerato. Además, la mitad de los centros escolares tiene problemas de seguridad interna por las pandillas y por lo menos el 12 % de los maestros de la localidad ha sido extorsionado por pandilleros.

En este contexto educarse es un reto. “Las oportunidades que se dan son algo escasas –dice un joven tímido que no levanta la vista de sus pinturas– porque, por ejemplo, si no me entero de este taller, creo que no hubiera aprendido nada”.

El que habla es Noé Villalta, parte del Grupo Calicacao. Él pinta un cuadro en el salón multiusos de la Casa de la Cultura y dice que estudió hasta primer año de bachillerato, que la cooperativa le ha ayudado a formarse y que tiene una hija que alimentar. Para ello trabaja en un restaurante, pero sueña con un día poder sostenerse a través del arte sin tener que salir de Caluco.

Si uno de los cuadros que Noé realiza se vende por t $3, se calcula que el costo es de $1.50. Entonces a Noé le corresponden $0.50 en concepto de ganancia, $0.50 se destinan a la cooperativa y $0.50 se guardan para la compra de materiales. El pago es bajo, pero Noé dice que “poco a poco se van formando las cosas y ya se mira uno con futuro”.

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Calicacao. Los integrantes del Grupo Calicacao no solo siembran y procesan el cacao, también lo utilizan en manualidades.

SEMBRAR, TRANSFORMAR, PINTAR Y BAILAR CACAO
Dentro de la Casa de la Cultura que María de los Ángeles dirige se han creado varios talleres para formar a los jóvenes en diferentes ramas creativas. Los talleres son gratis y se ha formado un grupo de muchachos que pinta cuadros y trozos de madera con dibujos alusivos al cacao y un grupo de mujeres jóvenes que elaboran aretes y collares con granos de este cultivo. Y si esos talleres no son suficientes para motivar a la población juvenil, hay un grupo de danza para realizar coreografías con canciones que tengan una letra alusiva al cacao.

María de los Ángeles es el motor de este proyecto. No solo convenció a algunos campesinos para sembrar e impulsó que los jóvenes se involucren en actividades creativas, además ha producido un festival, ha motivado la creación de una tienda para vender chocolate en tablilla y ha influido en que los postes de electricidad y las paredes del casco urbano del municipio tengan dibujos que hagan referencia a la temática.

“Creo que está dando resultados porque los señores son agricultores, las señoras están procesando, los jóvenes están haciendo arte y a los que no les gusta todo esto… están bailando. Hay espacio para todos”, dice entre risas la directora de la Casa de la Cultura desde un salón multiusos.

En Caluco las oportunidades de trabajo no abundan. El año pasado el nombre del municipio estuvo varias semanas en los periódicos porque las pandillas provocaron el desplazamiento de la mayoría de los habitantes de El Castaño, uno de sus cantones. Además, varios pobladores del lugar afirman que hace dos años, algunos campesinos dejaron de ir a sembrar a sus tierras por el temor de encontrarse a un grupo de pandilleros armados.

En el último mapa de pobreza realizado por el Estado, el panorama de Caluco no se mostró favorable. La investigación evidenció que el 79 % de su población vivía en pobreza extrema y el 43.7 % de sus habitantes vivía en pobreza extrema severa. El panorama educativo tampoco es esperanzador. De acuerdo con el Observatorio del Ministerio de Educación, en todo el municipio hay 10 escuelas y solo una brinda clases de bachillerato. Además, la mitad de los centros escolares tiene problemas de seguridad interna por las pandillas y por lo menos el 12 % de los maestros de la localidad ha sido extorsionado por pandilleros.

En este contexto educarse es un reto. “Las oportunidades que se dan son algo escasas –dice un joven tímido que no levanta la vista de sus pinturas– porque, por ejemplo, si no me entero de este taller, creo que no hubiera aprendido nada”.

El que habla es Noé Villalta, parte del Grupo Calicacao. Él pinta un cuadro en el salón multiusos de la Casa de la Cultura y dice que estudió hasta primer año de bachillerato, que la cooperativa le ha ayudado a formarse y que tiene una hija que alimentar. Para ello trabaja en un restaurante, pero sueña con un día poder sostenerse a través del arte sin tener que salir de Caluco.

Si uno de los cuadros que Noé realiza se vende por t $3, se calcula que el costo es de $1.50. Entonces a Noé le corresponden $0.50 en concepto de ganancia, $0.50 se destinan a la cooperativa y $0.50 se guardan para la compra de materiales. El pago es bajo, pero Noé dice que “poco a poco se van formando las cosas y ya se mira uno con futuro”.

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EL ORIGEN DE LA ALIANZA Y EL CACAO
Alianza Cacao brinda un servicio de asistencia técnica a quienes quieran ser productores de este cultivo. La alianza está pensada para tener una duración de cinco años, por finalizar en 2019. Está liderada por Catholic Relief Services y espera crear 13,500 empleos.

La alianza capacita a productores no solo para sembrar cacao, sino para organizarse y que en sus comunidades lleguen a procesar este producto originario de la región mesoamericana. En algunas publicaciones se dice que antes de la conquista española los granos del cacao eran ocupados para hacer una bebida amarga para los caciques mayas; otras investigaciones afirman que se utilizaba como ofrenda en sacrificios, como moneda de cambio y que era ocupado en tratamientos medicinales.

Sembrar este cultivo implica, de cierta forma, la recuperación de la memoria de la tierra. Así lo deja ver Jairo Andrade, el director de la alianza: “No hay otro lugar en el mundo donde el cacao esté tan vinculado en términos culturales como lo es acá en El Salvador. Es histórico. El famoso cacao que llevaron de México a España, ¿de dónde cree que era originario? Era de los territorios que hoy son El Salvador”, cuenta Andrade.

En este contexto educarse es un reto. “Las oportunidades que se dan son algo escasas –dice un joven tímido que no levanta la vista de sus pinturas– porque, por ejemplo, si no me entero de este taller, creo que no hubiera aprendido nada”.

A pesar de esa identidad tan ligada a este fruto, su presencia mermó en la vida agrícola de los salvadoreños. Poco a poco, el café, el algodón y la caña de azúcar sustituyeron la producción del cacao. Y a pesar de ser originario de estas tierras, ahora el continente africano es el mayor productor del cultivo en todo el mundo.

Sin embargo, El Salvador sigue teniendo una ventaja. El cacao de esta región tiene más de 3 mil años de historia. Genéticamente, asegura la alianza, es una de las mejores y más antiguas semillas del cultivo. Se considera que es de excelente calidad y que solo el 5 % de la producción mundial es de este tipo.

Andrade afirma que las semillas que se producen en El Salvador “pueden llegar a costar cuatro veces más de lo que cuesta el cacao masivo. Eso hace que el potencial como un generador de ingreso para las familias en El Salvador sea alto”.
A pesar de ello hay un problema para quien necesite utilizar la tierra para que esta produzca rápido. Quien siembre debe tener paciencia. Andrade lo explica: “Es un cultivo que para alcanzar el pico de producción demora entre cinco y seis años”.

En la ruta del cacao. Hasta la fecha se ha logrado registrar que por el impacto directo de este programa han sido sembradas en cuatro años al menos 4,735 hectáreas de cacao.

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LA TIERRA AGRADECE EL CACAO
Emilio Escobar está harto de los pájaros carpinteros. Es un hombre de 56 años que camina con el pecho en alto, es fuerte y está dedicado completamente a la vida del campo. Cuando llega a su terreno sembrado con cacao, no puede evitar mostrar su molestia con los chejes, como le llaman aquí a esas aves. En esta zona del cantón Plan de Amayo, de Caluco, él plantó hace cuatro años una manzana y media de árboles de este cultivo. Pero la suerte, hasta hoy, no ha estado de su lado.

Hace un par de años, un vecino estaba limpiando su terreno con fuego, vino una ventisca, el fuego se pasó hacia el terreno de Emilio y arrasó por completo con una manzana de árboles de cacao sembrados. Su producción se redujo a media manzana. Aquí es donde, a diario, debe pelear sus frutos con los chejes.

“Hemos tratado de ver si los podemos ahuyentar poniéndoles cosas brillantes. Hemos recolectado botellas plásticas y las hemos forrado con papel aluminio. Las colgamos en diferentes partes de la plantación y donde la pichinga tiene sol, pega resplandor”, narra después de inspeccionar su plantación. Él calcula que, de cada 10 mazorcas de cacao maduras, hay seis picadas por los chejes.

A pesar de las botellas brillosas, los pájaros siguen llegando y picando sus mazorcas de cacao. Ahora, lo único que se le ocurre a Emilio es sembrar árboles de naranja para que los chejes se distraigan comiendo esos frutos.

Y es que la venta de cacao, cuando se puede sacar, es buena. Él ya ha llegado a cortar 800 mazorcas cada ocho días. En el mercado de Sonsonate ha logrado vender cada libra a $2.50. Por ello, la recompensa económica de este trabajo es prometedora. Además, un árbol cacaotero puede llegar a producir hasta por 70 años. Pero hoy, todas las mazorcas picadas representan pérdidas para su hogar conformado por su esposa y tres hijos.

“No hay otro lugar en el mundo donde el cacao esté tan vinculado en términos culturales como lo es acá en El Salvador. Es histórico. El famoso cacao que llevaron de México a España, ¿de dónde cree que era originario? Era de los territorios que hoy son El Salvador”, cuenta Jairo Andrade, el director de la Alianza Cacao.

Emilio es uno de los 4,680 productores que han sido apoyados por la Alianza Cacao. Este miércoles de diciembre le pregunta a un representante de la alianza qué es lo que puede hacer para evitar más pérdidas en su terreno. El representante le asegura que enviará a un técnico con mejor información.

Para Emilio las razones por las cuales se unió al proyecto son sencillas: con estos árboles viene la promesa de un ingreso económico extra para su familia. Además, él dice que la mano de obra para recolectar las mazorcas “es más suave”, pues se trabaja bajo sombra. Esta posibilidad de trabajar la tierra con una mano de obra “suave” suena tentadora en un espacio como este. A solo unos metros, sus hijos recogen cilantro bajo el sol en otra parcela. El mediodía y el cielo completamente despejado hacen que el verde de las plantas hasta parezca fosforescente.

A pesar de que ya es hora de almuerzo, los hijos de Emilio siguen trabajando en este campo verde y oloroso. Emilio espera que ellos, al ver la posibilidad de una vida digna a través de la venta de mejores productos, decidan estudiar para encontrar mejores maneras de vivir sin tener que dejar su origen. “Mi hijo se va a graduar de bachiller en Contaduría y me dice ‘si la vida la tenemos en el campo, la tenemos en la tierra, vamos a echarle ganas para ver de qué forma aumentar los ingresos’”, relata Emilio orgulloso.

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Un cultivo agradecido. El cacao da frutos durante la época seca y de lluvias. Además, un solo árbol puede llegar a tener una vida productiva de hasta 70 años.

LOS OTROS BENEFICIOS DE LA SIEMBRA DE CACAO
Para llegar a una parte de la parcela de Emilio es necesario abrir el camino con una cuma, cortar ramas con espinas y cruzar un río pequeño. Por un momento, mientras Emilio inspecciona su terreno, sospecha que no hay suficiente humedad en la tierra. Pero la tierra no está visible, pues una capa de hojas la cubren. Las aparta con la cuma y se encuentra con una tierra negra y húmeda, adecuada para el cultivo.

A diferencia de lo que alguna vez les recomendaron, los productores ya saben que el cacao necesita un 50 % de sombra y un 50 % de sol para crecer. Por eso deben sembrar árboles que funcionen como su sombra. La clave que ha encontrado la alianza para hacer que los productores vean esto como un beneficio es recomendarles sembrar árboles que den sombra y que también sean productivos como el coco o plátano.

Emilio optó por hacer una sombra de plátano. Él y su esposa se han dedicado en los últimos meses a vender tostadas de plátanitos. Ellos mismos cosechan, cortan y fríen el producto que luego las personas les compran como bocadillo.

El cacao y el plátano no solo ayudan a sostener a la familia, cuando sus hojas caen y es invierno, ayudan a preservar el suelo en época de lluvias. Durante la época seca, esa misma cobertura vegetal sirve para que no se pierda la humedad de la tierra. El director de la alianza asegura que con esto “se genera una microfauna muy interesante. Empieza a mejorarse la calidad biológica del suelo”.

El cultivo del cacao, a diferencia del café, también representa un ingreso más sostenido para las familias campesinas. El árbol da fruto tanto en verano como en invierno. Otros cultivos tradicionales se siembran más por necesidad que por la oportunidad de hacer negocio.

Manuel Beltrán, otro productor de cacao de Caluco, lo cuenta de una manera simple. “El cacao ya es un aliciente que viene a llenarle algunos vacíos a uno”, dice. Dentro de una plantación del cantón Plan de Amayo, él dice: “Lo que es agrícola, puramente maíz y frijol, uno lo hace porque tiene que comer tortillas, pero que uno diga que le va a ganar, no. Mire ahora cuánto vale el quintal, en esas condiciones uno sobrevive porque Dios es grande”.

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MUJERES QUE TRANSFORMAN
En octubre de este año, una muestra de cacao de El Salvador figuró por primera vez como una de las mejores 18 a escala mundial. Esto ocurrió en el Salón del Chocolate en París, Francia, donde se realizó un certamen que reunió a países con producción gourmet de dicho producto.

Fue un logro para el productor salvadoreño Eduardo Zacapa, que logró posicionar su muestra y también se entendió como un logro para la producción nacional de cacao. No obstante, en Caluco el impacto directo de la reactivación de un cultivo como este no se mide en premios o en ranking internacionales, se mide en que, por ejemplo, una mujer como Marta Posada ahora tiene un ingreso fijo por cada jornada que trabaja transformando cacao.

Grupo Calicacao. En él participan jóvenes que reciben clases de pintura y luego realizan artesanías y pinturas que son comercializadas. En la fotografía, Noé Villalta pinta una de sus piezas en madera.

Se le llama transformar al proceso de convertir la semilla seca de cacao en un producto comestible o bebible, según se prefiera. Marta tiene 59 años, es ama de casa, tuvo seis hijos y cuando se le pregunta por los nietos, duda por un segundo mientras calcula que, quizá, sus nietos llegan a la docena. Esta mujer espontánea y de plática amena logró criar a todos sus hijos vendiendo tablillas de chocolate.

Ella cuenta que había días tan buenos en los que lograba vender unos 100 colones de tablilla, unos $8.75. Ella aprendió de su mamá las recetas para procesar el cacao. Su padre tenía unos árboles de los cuales sacaban la materia prima y, con lo que aprendió en su familia, se consolidó como la vendedora de chocolate del municipio. La tradición de su producto es tanta que algunos lugareños afirman que “bien sabe uno cuando el chocolate es de la niña Marta”.

Por eso, cuando la directora de la Casa de la Cultura inició el proyecto de desarrollo local a través del cacao, Marta fue una de las contactadas. Ella sabía bien cómo tratar las semillas y le enseñó algunas recetas al resto de mujeres que se unieron al Grupo Calicacao.

“Los hombres suelen migrar en busca de un ingreso extrafinca para solventar la economía familiar, y la mujer, frecuentemente, queda a cargo de las actividades productivas de la parcela, pero eso no se sincera porque si uno ve las listas de las personas donde decimos cuáles son las personas beneficiarias del proyecto, vemos que el 80 % o un 90 % son hombres, cuando el trabajo real lo está haciendo la mujer”.

Al lado del parqueo de la Casa de la Cultura hay un cuarto con varias mesas y material para realizar tablillas de chocolate. Es el cuarto donde las mujeres del Grupo Calicacao se reúnen para transformar la semilla. A veces trabajan en función de un pedido y en otras ocasiones, como explica Marta, esperan venderlo entre vecinos: “Hay que salir a pasearlo y esperamos, primero Dios, ya con la cooperativa salir adelante”.

Al igual que sucede con las pinturas que hacen los jóvenes, todo el ingreso del producto que se vende, se divide. Una es la ganancia personal y otra parte está destinada a la cooperativa. En esta asociación se intenta generar capital y, aunque su inicio ha sido lento y lleno de baches, sus integrantes hablan con ilusión por el futuro. La meta fijada para 2018 es ambiciosa. Esperan aumentar sus ingresos, mejorar la presentación de sus productos y consolidar una marca.

Mientras Marta trabaja en unas tablillas de chocolate afirma que “aquí lo que va a salir de ganancia lo vamos a ver después. Ahorita trabajamos, nos pagan a nosotros el día y lo que quede de ganancia, va a quedar. Ya cuando tengamos bastante ya vamos a ver qué hacemos”.

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POR EL FUTURO
“Históricamente ha habido discriminación hacia la mujer en general, hacia los jóvenes y los enfoques de los proyectos han sido generalmente trabajar con el jefe de familia”, asegura el director de Alianza Cacao, Jairo Andrade, desde su oficina en San Salvador.

De acuerdo con las estadísticas de esta institución, en estos cuatro años del programa se ha logrado sembrar 4,735 hectáreas de cacao a través de 4,680 productores. De esos, mil son mujeres enlistadas como productoras. Sin embargo, Andrade hace un matiz:

“Los hombres suelen migrar en busca de un ingreso extrafinca para solventar la economía familiar y la mujer, frecuentemente, queda a cargo de las actividades productivas de la parcela, pero eso no se sincera porque si uno ve las listas de las personas donde decimos cuáles son las personas beneficiarias del proyecto, vemos que el 80 % o un 90 % son hombres, cuando el trabajo real lo está haciendo la mujer”.

Además de la búsqueda por reivindicar la labor de la mujer en el campo, este proyecto tiene un componente de arraigo. La directora de la Casa de la Cultura de Caluco, María de los Ángeles, afirma que lo más común al ver las pocas oportunidades que existen para las personas de la zona rural es preguntarse: “¿Y qué va a hacer toda esta gente?”

Ella cree que si se le asegura a las personas campesinas un trabajo con ingresos dignos y la oportunidad de desarrollar una técnica adecuada y conocimiento especializado sobre sus productos, es posible que los jóvenes del municipio decidan quedarse a mejorar los cultivos y ser un referente del cacao gourmet.

Ahora mismo eso es un sueño. Pero María de los Ángeles se adelanta al pesimismo y responde que “hay que tener paciencia. No es de la noche a la mañana que esto produce. La esperanza es que le dejemos algo mejor a las nuevas generaciones”.

Un cultivo antiguo. A pesar de que el cacao es originario de Mesoamérica, su siembra como producto para comerciar a gran escala se descontinuó. Ahora se intenta reactivarlo.
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