Meridiano 89 oeste

La memoria como praxis

La UCA ha sido un espacio que siempre me ha llamado la atención porque mi mamá estudió la filosofía ahí con los jesuitas en los años 70.

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Investigadora y escritora radicada entre Madison, Wisconsin, y San Salvador

Como niña del año 76’ en El Salvador y habiéndome ido a los cuatro años del país, he heredado una parte de la memoria de la guerra más reciente no a través de recolección directa sino a través de fragmentos; imágenes inquietantes, objetos, historias, comportamientos y afecciones transmitidos como una herencia dentro de la familia y de la cultura en general. Para algunos de mi generación es hasta cansado seguir hablando de la memoria como tema. Para otros las memorias son pistas que nos llevan a desarrollar cierta metodología y praxis, o práctica activa, de la memoria. El pasado nos agarra y no nos suelta. Recordar se convierte en una especie de trabajo de campo que nos lleva a adoptar, bastante al azar, los métodos de historiadores, antropólogos, etnógrafos, abogados y a investigar en archivos, a buscar entrevistas en casas ajenas y a conocer espacios y zonas apartadas del país.

En mi caso, la UCA ha sido un espacio que siempre me ha llamado la atención porque mi mamá estudió la filosofía ahí con los jesuitas en los años 70. Crecí oyendo sus historias del Padre Ignacio Ellacuría y del Padre Martín Baró, de las cosas que más los fastidiaba que hicieran los estudiantes y en varios momentos me ha llevado a la UCA casi como en viaje de peregrinaje para conocer y recordar ese espacio y sus días como estudiante ahí.

Fue en una de estas ocasiones que me captó la atención el Vía crucis del pueblo salvadoreño de Roberto Huezo y sentí que me sobrecogió una necesidad de conocer la historia de esos cuadros en la capilla; si habían sido encargados por los padres jesuitas o cómo es que llegó a estar esa serie de dibujos ahí en la capilla de la UCA. Roberto Huezo, el autor del Vía crucis, me concedió una entrevista y me contó lo siguiente; una historia que comparto aquí porque conocerla me ha llevado más allá de la memoria heredada de mi familia para formar mis propios lazos con la UCA como espacio de la memoria.

Los primeros apuntes para el Vía crucis del pueblo salvadoreño surgieron cuando Roberto Huezo presenció un enfrentamiento violento entre un grupo de guerrilleros y el ejército que duró toda la noche. El artista me describió cómo los soldados llegaron con tanques de artillería pesada y sin piedad, dando fuego con lanzallamas a la vivienda donde habían localizado a unos muchachos guerrilleros, matándolos y dejando aterrorizada a su comunidad de Santa Tecla. “Allí nacieron mis primeros apuntes.” Y allí, en los bosquejos matutinos de Roberto Huezo nació el Vía crucis del pueblo salvadoreño (1983-1984).

Poco después, la hermana mayor y el cuñado de Roberto Huezo fueron secuestrados por soldados del ejército. “Durante las búsquedas de mi cuñado, las cuales realizábamos, con mi hermana, cuando nos avisaban que habían cadáveres en las carreteras, o en “el playón”, ó en algunos otros sitios de fuera de la capital y, en las morgues…ya tenía suficientes apuntes para desarrollar la serie de dibujos.” El Vía crucis llegó a ser un punto de encuentro entre la realidad cruda y la imaginación; un testimonio visual que le dió al artista una manera de aprehender la realidad. Según Huezo los dibujos eran una manera de enfrentarse con la realidad, de confrontar la realidad, de habérselas con ella, para luego cargar con la realidad y, que la realidad no cargase con ellos.

Fue el Padre Ignacio Ellacuría quien le instó a que Huezo dibujara como una forma de exteriorizar las imágenes de bocas y manos contraídas en dolor y de cuerpos heridos y retorcidos que atormentaban a Huezo. Le dijo: “Debes enseñarnos cómo siente el humanista esta deshumanización.” Ellacuría llegó cada lunes por nueve semanas para ver la evolución de su trabajo: “Uno de esos lunes, creo que el tercero, me dio la noticia de que se le había ocurrido de que esos dibujos, formarían parte de la Capilla Monseñor Romero de la UCA…que formarían parte del “Vía crucis del pueblo salvadoreño.” Pero el Padre Ellacuría tardó en escoger y, según el artista, terminó viendo cerca de ochocientos dibujos. La serie completa hoy consta de más de dos mil dibujos de diferentes tamaños.

Según Huezo, los dibujos son su testimonio visual de cómo la guerra deshumaniza al ser humano: “Usé tinta aguada, acuarela, carboncillo, pasteles, lápiz, bolígrafo, sumie, sanguina, lápiz conté, y algunas otras medias secas y húmedas para que aquél papel blanco (la nada), enfrentado, a solas en mi estudio, se convirtiera en algo que mi memoria heredaría a la humanitas, dejándome ser testigo. Testigo de una de las más terribles acciones que el hombre puede llegar a realizar: su deshumanización.”

Investigar la historia del Vía crucis fue una manera de interactuar con el pasado, de hacerle mis propias preguntas y de construir un conocimiento válido y personal de la historia. De la misma forma que unos rechazan al pasado otros de mi generación buscan estas interacciones dinámicas haciendo arte y cultura, yendo a los archivos, buscando entrevistas, conociendo espacios del país y haciendo activismo de varias formas. Hacemos un trabajo multidisciplinario de hacer cultura, antropología, etnografía y de activismo para poder conocer el pasado. De esta forma la historia deja de ser una abstracción intelectual y cobra nueva vida en el presente.

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