La masacre de niños durante la represión orteguista

Como si Herodes hubiese vuelto a las suyas, entre los 285 muertos de la represión orteguista, ANPDH contabiliza 21 menores de edad. Estas son las historias de los adolescentes, niños y bebés asesinados.

Fotografías de Archivo
Entierro

El bebé no lloró. No gritó. No habló. Nelson Lorío, su papá, miró cómo se le hundió la mollera. La sangre corría por sus manos. La camisa, el trapo con que lo tapaba, su ropita, todo estaba rojo. Fueron segundos que pasaron rápido y a la vez lentos. Entró a la casa de una señora que no conocía. Ella le lavó la cabecita. Lo último que miró de su niño fueron unos gestos de querer hablar, unas gesticulaciones que cree eran las de: “mamá” o “papá”.

Teyler Leonardo Lorío Navarrete murió el 23 de junio de un disparo a la cabeza. Tenía apenas 14 meses y 16 días de haber nacido. “No tenía color ni partido político, estaba en estado angelical. Jamás se imaginó que le iban a disparar”, dice Nelson Lorío, su padre, quien lo llevaba en los brazos cuando recibió el impacto de parte de “policías y paramilitares” que realizaban “labores de limpieza” en el barrio Américas Uno, de Managua.

La muerte del bebé Lorío Navarrete es uno de los últimos asesinatos de niños por parte de la represión orteguista. La Asociación Nicaragüense de Derechos Humanos (ANPDH) reveló que 21 menores, de 18 años o menos, han muerto entre el 18 de abril y el 25 de junio en los hechos violentos de la crisis política que vive el país.

La Prensa (Nicaragua) contabiliza 15 casos de jóvenes que han muerto de las formas más crueles: de impactos de bala en la cabeza, pecho o cuello. Mientras que hay algunos que murieron calcinados junto con sus padres, suplicando por sus vidas o atropellados cruel e intencionalmente por un bus.

Según el informe de la ANPDH, ocho de los menores de edad tenían 17 años, cuatro tenían 16 años, cinco 15 años, una niña de 11 años y una de dos años, y dos bebés: uno de 14 meses y otro de cinco meses de edad.

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“HERODES NICARAGÜENSE”
La presidenta del Centro Nicaragüense de Derechos Humanos (CENIDH), Vilma Núñez, dijo que el presidente inconstitucional Daniel Ortega se está convirtiendo en el Herodes nicaragüense. “Herodes fue aquel que mandó a matar a todos los niños de determinadas edades para que no le hicieran competencia. Entonces, Daniel Ortega está matando a la niñez nicaragüense”, afirmó Núñez.

El Movimiento Mundial por la Infancia (MMI) Capítulo Nicaragua condenó el “uso de la fuerza letal” del gobierno de Daniel Ortega contra los niños en la crisis sociopolítica local, que ha dejado saldo de más de 218 muertos, según sus datos, de los cuales al menos 17 son menores de edad.

“Condenamos rotundamente el uso de la fuerza letal contra la población civil, especialmente niños y adolescentes”, señaló el MMI Nicaragua, que exigió al Estado nicaragüense asumir “su rol como garante de derechos con mayor cuidado y responsabilidad por tratarse de un niño o adolescente, y debe, además, tomar medidas especiales fundamentadas en el principio del interés superior de la niñez”.

Rechazo. Personas caminan frente a un mural con mensajes en contra de Daniel Ortega en el barrio indígena de Monimbo, en Masaya, ciudad que hace 39 años fue crucial en la victoria sandinista.

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DISPARO CONTRA DIOS
El domingo 24 de junio, durante la homilía en la catedral de Managua, el cardenal Leopoldo Brenes, presidente de la Conferencia Episcopal de Nicaragua, elevó una oración especial por la memoria de Teyler Leonardo Lorío Navarrete, bebé de 14 meses.

Ese mismo día el obispo auxiliar de la Arquidiócesis de Managua, monseñor Silvio Báez, calificó el asesinato de Lorío como “otro signo de inhumanidad”. Monseñor Rolando Álvarez, obispo de la Diócesis de Matagalpa, dijo que “la bala contra inocentes es un disparo contra Dios”. Y agregó: “En la bala asesina disparada contra los niños también se ha disparado contra Dios, se ha profanado contra Él, quitando la vida contra los inocentes”.

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EL BEBÉ DE LOS COLOCHOS
Los colochos de Teyler son lo que más recuerda su padre, Nelson Lorío. “Siempre quise un niño así, con ese tipo de pelo”, dice el padre. “Nunca se lo corté porque queríamos dejárselo crecer”.
Nelson Lorío y Karina Navarrete se conocieron hace ocho años. Un año después nació Joshuara, su primera niña, quien ahora tiene siete años de edad. Estuvieron separados durante dos años y regresaron desde hace cinco. Ambos planificaron tener un niño durante ese tiempo, hasta que el 7 de abril de 2017, a las 7 de la mañana, nació Teyler Leonardo en el Hospital Monte España.

“Mi orgullo de varón”, dice el padre, quien fue el primero en cargarlo, sin poder imaginarse que también sería el último. “No lo podía dejar de ver. Nunca me lo despegaba”, dice Nelson, quien a partir de ese día empezó a trabajar en supermercados o gasolineras para que a Teyler “no le faltara nada”.

Karina Navarrete, la madre, también empezó a trabajar como doméstica. Ambos compraron un terrenito que todavía están pagando. Es por eso que todos los días iban a dejar a Teyler a la casa de su abuelo paterno, Jaime Lorío, en el barrio Américas Uno.

Monseñor Rolando Álvarez, obispo de la Diócesis de Matagalpa, dijo que “la bala contra inocentes es un disparo contra Dios”. Y agregó: “En la bala asesina disparada contra los niños también se ha disparado contra Dios, se ha profanado contra Él, quitando la vida contra los inocentes”.

El abuelo se encariñó tanto con el niño que se lo pedía a su hijo. “Mi esposa se enojaba porque mi papá se lo quería quedar”, dice Nelson, apenas sonriendo. “Yo no hallaba cómo decirle a mi papá que el niño había muerto porque me daba miedo que también se muriera”.

El abuelo se desmayó con la noticia. En el sepelio también se desmayó, después de que abrió el ataúd de su nieto y le depositó el peluche con el que jugaban. Ahora, Jaime Lorío llega todos los días a visitar a su hijo para no sentirse solo. Llega en la mañana, siempre con un vaso de leche agria y una tortilla. Trata de verse fuerte, sereno. “Pero talvez solo me meto un momento al cuarto y cuando regreso, lo encuentro llorando”, dice Nelson.

Impunidad. Las investigaciones por los asesinatos de estos niños y de todas las víctimas de los cuerpos de seguridad están estancadas en Nicaragua.

Teyler se dormía a las 9 de la noche y se despertaba a las 4 de la mañana. “Era mi alarma para ir a trabajar”, dice Karina. Desde esa hora, Teyler le gritaba a su abuela o a sus tíos para “que supieran que estaba despierto y lo cargaran”, dice la madre.

Joshuara, la niña de siete años, también pregunta por su hermanito: “¿Y el negrito, dónde está, mama?” Karina Navarrete trata de no llorar delante de su hija. Le responde que el negrito está en el cielo, que está jugando, que le desee buenas noches y que le diga que hoy se porte bien.

Durante el día, Karina se distrae platicando, viendo televisión, dando entrevistas. Pero cuando llega la noche se quiebra. No aguanta. Duerme a la niña y se va a otro cuarto. Cierra la puerta. Llora. No le importa lo que piensen los demás que solo escuchan sus gritos. “En ese cuarto solo yo sé cómo me pongo a llorar”.

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NIÑOS CALCINADOS
Mathías Velásquez Raudez, de cinco meses, y Daryeli Velásquez Raudez, de dos años de edad, murieron calcinados en su casa el sábado 15 de junio, día en que la policía y paramilitares hacían “labores de limpieza” en el barrio Carlos Marx, donde los protestantes de la zona habían levantado barricadas desde los primeros días de protesta.

En la tragedia murieron de la misma forma sus abuelos, Óscar Velásquez Pavón y Maritza López. Y también sus padres, Alfredo Velásquez López y Mercedes Raudez. Un día antes de que murieran en el incendio, su madre había subido una foto en la que aparecían los niños con trapos sobre el rostro, como una especie de pasamontañas, y unos morteros de juguete que llevaban el grabado de Nicaragua. “Mis bebés vandálicos”, había escrito en su publicación.

Demandas. Un hombre sostiene un cartel con fotografías de detenido por el Gobierno de Daniel Ortega, durante una protesta realizada al exterior de El Chipote, una cárcel de máxima seguridad.

Niño y adolescentes asesinados

Álvaro Conrado, de 15 años de edad:

Fue el primer niño asesinado durante las protestas. Murió el 20 de abril después de mediodía. Fue asesinado cuando llevaba a escondidas agua a los universitarios que recogían víveres en la catedral de Managua. Era músico, atleta y quería ser abogado. Recibió un impacto de bala que le dañó la tráquea y el esófago.

Orlando Córdoba, 15 años de edad:

Asesinado el 30 de mayo, Día de las Madres. Orlandito nunca había participado en ninguna marcha. Aquel día, frente a la UNI, una bala penetró su tórax. Su pasatiempo era mirar videos en YouTube para aprender a tocar mejor la batería, su instrumento de todos los viernes en el culto de su iglesia evangélica. Era fanático del Barcelona, equipo español de fútbol. Cursaba el sexto grado de primaria en el Centro Escolar España, en Managua.

Júnior Gaitán, de 15 años de edad:

Fue asesinado el 2 de junio, de rodillas ante un policía, según familiares y testigos. “Le suplicó por su vida”, dijo su madre, Aura Lila López. “Le disparó a quemarropa en el pecho”. Le encantaba jugar fútbol. Le decían “el Pollo” o “Pollito”, de cariño. Fue una vecina la que le “encajó” ese apodo, supuestamente porque comía mucho pollo frito. Era buen alumno, le llamaban la atención los bomberos y los grafitis.

Sándor Dolmus, 15 años de edad:

Murió el 14 de junio. Un balazo certero lo tumbó partiéndole el pecho, a unos metros de la puerta de su casa, en el barrio San Juan. Casi no salía de casa. No había salido en los últimos dos meses. Le gustaba mirar videos en YouTube de cantos a la Virgen María. Era muy católico y seguidor de monseñor Silvio José Báez, obispo auxiliar de Managua. Estaba en cuarto año del colegio de secundaria Sagrado Corazón de Jesús.

Francisco Rivera Narváez, de 16 años de edad:

Falleció el sábado 23 de junio. El informe médico legal indica que la causa de la muerte fue herida por proyectil de arma de fuego, con entrada y salida en el cráneo. El joven habitaba en el barrio Santa Elena, de Managua. Ese día regresaba de jugar fútbol en el parque del barrio Monte Fresco cuando fue atacado.

Samuel Reyes, de 16 años de edad:

Asesinado el sábado 23 de junio. Murió al ser herido por arma de fuego y arma blanca en el cráneo. Vivía en el barrio Reparto Schick de Managua.

Jésner Josué Rivas, de 16 años de edad:

Asesinado el 22 de abril. Su madre contó que ese día, al escuchar que un grupo de vándalos pretendía asaltar un supermercado en la entrada del barrio La Fuente, de Managua, Jésner tomó su tiradora y salió de su casa. Minutos después una bala lo impactó casi a la altura del cuello, en la parte izquierda. Le gustaba jugar fútbol y su familia conserva los trofeos que había obtenido.

Abraham Antonio Castro Jarquín, de 17 años de edad:

Asesinado el 8 de junio durante un ataque de turbas paramilitares orteguistas en la salida norte del municipio de Jinotega. Sus familiares le llamaban “Patito”. Se dedicaba a la reparación de motos, pero llevaba días en las trincheras. Vivía en el barrio Carlos Rizo.

Ángel Reyes, de 17 años de edad:

Murió el 17 de mayo, después de que una ruta lo atropelló intencionalmente. Estaba en una barricada cuando un bus, conducido por un paramilitar, le pasó encima y le causó la muerte casi inmediata. Reyes era estudiante del Colegio Rigoberto López Pérez y estaba apoyando a los universitarios atrincherados en la UPOLI.

Carlos Bonilla López, de 17 años de edad:

Murió el 20 de abril tras recibir un balazo. Fue un disparo en la frente. Estaba en Ciudad Sandino y lo trasladaron al hospital local y luego fue remitido al Hospital Lenín Fonseca, donde murió. Había salido a un ensayo de la banda rítmica a la que pertenecía. Se acababa de bachillerar, en 2017, y estudiaba cursos libres de caja e inglés.

José Abraham Amador, de 17 años:

Asesinado el 20 de abril, cuando recibió el impacto de bala que le perforó los pulmones, cerca del mercado de Artesanías, de Masaya. Era estudiante de cuarto año de secundaria del centro Rafaela Herrera y pretendía estudiar veterinaria.

Ríchard Eduardo Bermúdez Pavón, de 17 años:

Fue uno de los primeros muertos del 19 de abril. Cayó de una ráfaga en el tórax. Era estudiante de secundaria y vivía en Tipitapa, donde formaba parte de una comparsa rítmica.

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