La holandesa Hagar Peeters, de 44 años, presentó en Bogotá, Colombia, su novela “Malva” en la reciente Feria del Libro. En su novela, Peeters narra la historia de la hija de la que Neruda nunca habló.

La hija que Neruda abandonó

Una entrevista de Alejandra de Vengoechea/El Tiempo/Colombia/GDA

fotografias de Agencias

Malva, la única hija de Pablo Neruda, nació en Madrid, España, en 1934 y murió ocho años después en Holanda, en plena ocupación alemana. ¿Cómo es que el poeta –que se reconocía como un gran defensor de los marginados, que recibiría el Premio Nobel de Literatura, que ocupó altos cargos de cónsul honorario– abandonó en condiciones miserables a su hija enferma de hidrocefalia? Esta es la pregunta que plantea “Malva”, la primera novela de Hagar Peeters, una de las mejores poetas holandesas de su generación. Peeters le presta un oído comprensivo a Malva y se transforma en narradora omnisciente por una sencilla razón: ella también fue abandonada por su padre.

La novela está recién editada en Colombia por Rey Naranjo. Cuando un par de amigos argentinos le dijeron a John Naranjo, creador de la editorial, que el libro no tenía pierde, que su autora había producido una novela memorable, él decidió publicarlo. Con siete poemarios en su haber, Hagar Peeters obtuvo con “Malva!” el premio de Literatura Fintro a la mejor novela escrita en holandés en 2016. “Se trataba de una poeta de talla mundial que por primera vez se metía a escribir novela –dice Naranjo–. Yo llevaba seis años siguiéndole el rastro a la literatura holandesa. Buscando obras que sacudieran el alma. Y me encontré con este libro que, además de sacudir, es una clase magistral de poesía del siglo XX”.

En la novela, Malva Marina Reyes Hagenaar –“un ser perfectamente ridículo, una especie de punto y coma, una vampiresa de 3 kilos”, como la describió Neruda en sus cartas– habla con voz propia. La voz que le brinda Peeters. Y dice: “Tenía casi dos años cuando, en lugar de superar la hidrocefalia, mi padre me echó de mi casa (…). Es posible que mi padre también quisiera matarme o amarme o morir o dármelo todo, porque yo ya no formaba parte de él sino que había sido colocada fuera de él, como una estrella solitaria”.

Mientras Neruda, con su nueva amante, Delia del Carril, organizaba el rescate de 2,200 refugiados republicanos españoles que iban hacia Chile en el barco Winnipeg, ignoraba las cartas que la madre de Malva le enviaba, pidiéndole algo de dinero. A él, que todo lo tenía. El 2 de marzo de 1943, Malva murió. Neruda recibió un telegrama con la noticia. No contestó. Él, que era “el portavoz del hombre de la calle”, que “llevaba la poesía a la gente corriente”, como lo describe Peeters.

“Yo permanecí en la invisibilidad de la muerte hasta que, milagrosamente, descubrieron mi tumba en el Antiguo Cementerio de Gouda justo a los 100 años del nacimiento de mi padre –continúa narrando Malva en el libro–. En realidad la tumba tendría que haber sido vaciada en 2003, porque los derechos funerarios se extinguían ese año, pero el Antiguo Cementerio acababa de ser declarado monumento nacional y gracias a ello mi tumba quedó intacta. Mientras Antonio Reynaldo, un chileno afincado en Holanda, buscaba mi tumba, esta fue descubierta por Giny Klatser, la traductora holandesa de las memorias de Matilde”. Habla de Matilde Urrutia, la tercera esposa de Neruda. Y lo demás es historia. Hagar Peeters duró 10 años desentrañándolo todo. Y aquí está.

Sabemos que usted es una de las poetas más reconocidas de Holanda, tiene 44 años, es licenciada en Historia Cultural y debutó como poeta en 1999, es decir, a los 25 años. De pequeña le gustaba leer las palabras al revés. ¿Cómo llegó la poesía a su vida?

Cuando era joven escribía en un diario. Pero me aburría repetir todo el tiempo lo que había pasado en la vida real. Descubrí que la realidad se puede acercar más desde la ficción. Por ejemplo: cuando uno quiere escribir sobre la esencia de algo, es mejor explicar esa esencia que el todo. Empecé a escribir versos y canciones inventadas sin saber que la poesía existía.

En el bachillerato, un profesor me dio un poema, “Septiembre 1903”, del poeta griego Constantino Kavafis. “Aunque sea con engaños, que me ilusione ahora; pero que no sienta el vacío de mi vida. Ha estado tan cerca tantas veces. Mas cómo me paralizaba, cómo me intimidé; cerrada permaneció mi boca (…)”. Quedé estupefacta porque el sentimiento descrito era exactamente el que yo vivía en ese momento. Me dije: “¿Cómo es posible esto? Kavafis vivió 100 años antes que yo, era homosexual, era un hombre viejo. Yo tengo 15 años, soy mujer, creo que no soy homosexual. Siendo tan diferentes, ¿cómo sabe y entiende lo que yo tengo que decir?”. Esa fue la primera vez que pensé: “Eso es lo que quiero”.

Su papá, Herman Vuijsje, periodista holandés, un hombre políticamente comprometido que vivió en el Chile de Salvador Allende y que regresó al país dos semanas después del golpe de Estado de Augusto Pinochet, precisamente el día en que Pablo Neruda moría, tardó 11 años en asumir su propio papel de padre. ¿Ese dolor fue el motor para darles voz a los hijos rechazados en este libro? Porque no solo Malva fue rechazada por Neruda. También lo fueron Oskar Matzerath (el hijo de Gunter Grass), Lucia Joyce (la hija de James Joyce), Daniel Miller (el hijo de Henry Miller).

Desde pequeña tenía la idea de escribir sobre el tema. Pero no quería hacerlo solo de la ausencia de mi padre porque me parecía demasiado triste y un poco egoísta. Cuando viajé a Chile en 2005, una guía me contó la historia de Malva. Ahí llegó una especie de flash y supe que tenía que narrar la vida de esa niña. ¡Había tantas similitudes entre la figura de mi padre y la de Neruda! Padres ausentes, muy de izquierda, que trataban de escribir sobre la gente marginada y silenciada y darles una voz, pero que al mismo tiempo no podían tener algo íntimo entre padre e hijo. El motor del libro no era solamente la tristeza. Quise entender por qué esos hombres son así.

“Mi madre lo había persuadido de que los niños necesitan tener una imagen concreta de su padre”, explica usted en el libro cuando habla de cómo volvió a verse con su padre. Malva va a ser leído en un continente machista. Puede poner a reflexionar a los hombres colombianos. ¿Por qué son fundamentales los padres para los hijos?

En mi país, hasta la mitad de los años setenta, las mujeres debían dejar de trabajar cuando eran madres. Fui hija única de una mujer que era enfermera. Yo también soy madre sola. Pero mis circunstancias son más fáciles que las de mi madre. Y he podido ver que para los niños es muy importante tener un padre. Los niños que no conocen a sus padres se sienten muy inseguros de sí mismos. Si falta el padre, la madre es la única figura para el hijo. La madre, con tanto trabajo, se puede poner depresiva, cansada, y para los niños es muy importante que todo fluya.

Dice Malva en la novela: “Hay un número infinito de hijos abandonados por padres inteligentes, creativos y artísticos”. Es una frase dura porque pareciera que para producir algo que valga la pena tuvieran que ponerse en segundo lugar, o incluso abandonar, a los hijos que consumen demasiado tiempo. ¿Usted qué piensa de eso?

Es verdad. Hay que ser egoísta para escribir. Ahora estoy luchando con eso como madre soltera y como escritora. Para escribir necesitas estar sola, totalmente focalizada y cuando mi hijo me grita “¡mamáaa!” desde el otro lado de la casa, es muy frustrante. Me gusta mucho estar con él. Así que me toca elegir entre estar escribiendo e ir con mi hijo. Es una lucha. Pero la vida es una lucha.

Este es un libro muy documentado. ¿Cómo fue su manera de investigar todo Neruda, de meterse en su piel, en sus casas, en sus amores, en sus pensamientos?

Soy muy organizada. Y como es un libro emocional, con muchos sentimientos de por medio, sentí que tenía que saber todo antes de escribir porque quería darle voz a Malva, una niña que no tenía voz. Para contar su historia era muy importante que todo fuera real. Los detalles, las fechas, los lugares de encuentro son reales. Pero después quería escribir como poeta y tenía que traducir mi mentalidad de investigadora a la de poeta. Me leí todo lo de Neruda, que es mucho, para ver qué habían escrito sobre Malva. Tuve que aprender español para leer biografías que no estaban traducidas. Fui a los lugares donde él vivió y también a la Fundación Neruda. Por eso tardé 10 años en hacer el libro.

“Neruda nunca me ha gustado demasiado como poeta, la verdad”, ha dicho. “Lo que siempre me ha fascinado de él son precisamente sus incoherencias”. Neruda, Premio Nobel de Literatura, héroe de los oprimidos. ¿Por qué decidió desmitificarlo al revelar que abandonó de manera tan inmisericorde a una hija enferma y la dejó con una madre sola?

Porque es humano. Y los héroes no existen. A la gente le gusta mucho inventar héroes. Pero es mejor saber cómo es Neruda de verdad.

¿Qué fue lo más retador de esta novela: enfrentar el abandono, hablar con su padre, pasar de la poesía a la novela?

Lo más difícil fue la composición del libro porque yo sabía qué quería escribir y de qué manera. También fue difícil enfrentar a mi padre. Cuando el libro vio la luz, tuve un poco de miedo de mostrárselo: no quería que sintiera vergüenza o tristeza por la manera como escribí su ausencia. Mi padre quedó muy contento.

¿Perdonó a su padre?
Mientras estoy aquí, presentando el libro en la Feria del Libro de Bogotá, quien está cuidando a mi hijo es mi padre. ¡Ahora él me ayuda!

Su libro es un manual de poesía. Entre las tantas que cita está “El albatros”, de Charles Baudelaire. “El Poeta es igual a este señor del nublo/ Que habita la tormenta y ríe del ballestero/ Exiliado en la tierra, sufriendo el griterío/ Sus alas de gigante le impiden caminar”. ¿Con este libro usted se quitó esas alas de gigante que le impedían caminar?

Esa poesía es una imagen de Neruda. De sí mismo. Como escritor, él era como un albatros en el aire. Pero en la tierra, con Malva, con las cosas que tenía que hacer, era como un albatros que cayó, que no podía caminar. En este momento mi dificultad es ser madre y escritora a la vez. Neruda y yo tenemos un albatros.

¿Conoce a alguna mujer poeta que haya abandonado a sus hijos?

Violeta Parra, la poeta chilena, famosa. Ella también era madre soltera. Y quería cantar. Era lo que más quería hacer. Alguna vez la invitaron a París a cantar. Ella tenía varios hijos y tuvo que elegir: ¿me quedo en casa?, ¿me desarrollo como cantante?, ¿me voy y dejo a mis hijos? Algunos de ellos ya eran grandes, podían cuidar a los pequeños. Se fue. Lo triste es que, mientras no estuvo, uno de sus hijos murió. Esas son las historias de las mujeres: tienen que tomar decisiones muy difíciles. Para los hombres es mucho más fácil.

Usted dice que la poesía la ayudó en su soledad. En un mundo tan dividido, tan beligerante, ¿cómo enseñar poesía, transpirar poesía, conciliar con poesía?

Cuando yo era joven inventé la poesía para mí misma como una manera de expresarme. Hay que leerles poesía a los niños. Ponerlos a escuchar canciones poéticas. La idea de que una mujer o un hombre cree poesía es fascinante. No necesita más que papel y lápiz. Es su propia voz. La poesía es muy pura. Para entender a los otros, a otras culturas, la poesía es muy importante.

 


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