Meridiano 89 oeste

La carta de invitación

Lo que pide usted, en realidad, es una narración tosca de ficción, o quizás una relación de viaje o una confesión, y en cuanto más alaba a Estados Unidos, mejor. No es cosa del otro mundo, pero complica la solicitud de visa con un requisito que es más teatro que documento.

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Investigadora y escritora radicada entre Madison, Wisconsin, y San Salvador

Estimado cónsul:

En varios momentos he pensado escribirle una carta a usted invitándole a reflexionar sobre el requisito de la carta que pide para el trámite de la visa. Siempre me ha parecido una formalidad ilógica que pide la Embajada de Estados Unidos. Desde un principio, todos los involucrados aceptan que es una invitación falsa, ya que una invitación real evolucionaría en otro formato; en diálogos y conversaciones largas y sin rumbo, o en fragmentos en WhatsApp. Y aparte de esto, la carta en sí es una forma ya anticuada. Como documento, me recuerda un poco al tono de las “Cartas de relación” escritas por Hernán Cortés, dirigidas al emperador Carlos V; o a la confesión inquisitorial de “Lazarillo de Tormes”, en que Lázaro se dirige a un misterioso personaje de rango superior y cuenta su vida con la intención de que la autoridad se sensibilice con su historia. En todo caso, lo que pide usted, en realidad, es una narración tosca de ficción, o quizás una relación de viaje o una confesión, y en cuanto más alaba a Estados Unidos, mejor. No es cosa del otro mundo, pero complica la solicitud de visa con un requisito que es más teatro que documento.

La carta que escribiría si dejáramos de epístolas ficcionales y habláramos claro, sería otra; más anécdota que invitación. Pues la última vez que me pidieron una carta de invitación no la pude redactar porque me la solicitaba alguien que, aparte del Facebook, conocía poco. Lo que pude haberles contado de él era que tenía un tiempo ya de estar conscientemente rebuscando la forma de abrirse acceso a Estados Unidos. Por eso lo preferible hubiera sido otorgarle la visa de 10 años. De nada le servía la visa para un viaje único, aparte de desperdiciar pisto y tiempo.

También le podía haber contado que, en otras pláticas, este conocido me había contado de un sueño recurrente de estar encerrado en una casa sin poder encontrar la salida. En el sueño había un hombre mayor con una sola llave y mi amigo feisbuquero intuía que, si lograba conseguir esa llave, podría lograr escaparse de la vivienda, pero para eso tendría que matar al señor. Siempre llegaba a tomar la decisión de hacerlo, pero los detalles de cómo eliminarlo lo llevaban a una tremenda angustia psicológica que lo dejaba, muchas veces, con una resaca de ansiedad al amanecer. Algunas veces en el sueño lo mataba violentamente con arma punzocortante; otras veces lo drogaba con pastillas. Siempre era necesario ese sacrificio humano para poder lograr el escape. Lástima que no da visas para ayudar a que la gente duerma más tranquila.

Por otra parte, recuerdo una vez que, de adolecente, regresaba de El Salvador a Estados Unidos. Era de madrugada y mi abuela y el motorista me iban a pasar dejando en el Aeropuerto de Comalapa. Antes de irnos, la muchacha que trabajaba en ese tiempo en la casa se subió a la camioneta. Le estábamos dando un jalón a algún lugar cerca de su comunidad y, en algún momento, nos señaló que la podíamos pasar dejando ahí mismo. ¿Adónde? Recuerdo pensar. ¿Aquí, dónde? Pues no estábamos en ninguna parte, sino a la orilla de la carretera en la plena negrura. Fue la primera vez que me di cuenta del valor de poder salirme del país con pasaporte y visa. No era solo salir de un espacio geográfico, sino también abrirse un nuevo horizonte económico y social. Pero tampoco da visas de turista para abrir ese tipo de horizontes.

Las razones reales por las que una gran parte de la gente solicita visa, si las declararan de verdad, resultaría en una fácil “negación de visa”. La carta es un requisito vacío con poco valor aparte de lo literario. Ya dejemos de espejismos.

Agradezco su atención,
Évelyn Galindo

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